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miércoles, 7 de marzo de 2018

LAS FIGURAS DE BUERO VALLEJO Y SASTRE EN EL TEATRO POSTERIOR A LA GUERRA CIVIL

LAS FIGURAS DE BUERO VALLEJO Y ALFONSO SASTRE EN EL TEATRO POSTERIOR A LA GUERRA CIVIL


La guerra civil y el consiguiente exilio de los intelectuales contrarios al golpe (Rafael Alberti, Max Aub...) facilitaron el triunfo de teatro mediocre, ajeno a las corrientes renovadoras de las vanguardias (Valle, Lorca...). En los primeros años de posguerra, la escena española estuvo dominada por un teatro «nacional», al servicio de la dictadura (José María Pemán). El público que acudía a los teatros permitió el triunfo de la comedia burguesa (Benavente, Calvo Sotelo...) y, el teatro de humor practicado por los miembros de la «otra generación del 27» (Enrique Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Edgar Neville...): comedias de evasión como Eloísa está debajo del almendro de Jardiel Poncela o Tres sombreros de copa de Mihura representan algunos de los mejores momentos de este teatro comercial ajeno a las penalidades que vive la sociedad civil.

Jóvenes autores comprometidos con la realidad, como Alfonso Sastre o Antonio Buero Vallejo liderarán una nueva práctica teatral, extendida por toda Europa: el realismo social.


Las obras de Buero Vallejo representan un intento de síntesis de realismo y simbolismo, y en ellas opone personajes contemplativos a personajes activos con relaciones conflictivas entre ellos. Aunque la mayoría se desarrollan en una época concreta de la historia de España, es posible abstraer a los personajes de su entorno espacio-temporal, con lo cual sus problemas adquieren una dimensión universal. Son muchos los títulos destacables en su producción: Historia de una escalera (1949), El tragaluz (1967), La fundación (1974). En la última etapa de su obra predomina el uso de lo que el denominó «efectos de inmersión»: un intento de trasladar los conflictos desde la escena al patio de butacas, para que el espectador experimente las peripecias del protagonista. Con este ejercicio de empatía, Buero exige que el espectador abandone el cómodo papel pasivo de observador de una ficción y se pregunte, durante y tras la función, por los conflictos que padece en su vida cotidiana.


Alfonso Sastre, propone un teatro social, de denuncia y de protesta, que sea un instrumento agitador y transformador de la realidad; por ello, en su temática siempre está presente la rebelión contra la tiranía, la culpa y la responsabilidad de los propios actos. Escuadra hacia la muerte (1953), un duro alegato contra la tiranía (en el que se perciben, además, huellas del existencialismo francés de Camus y Sartre), fue un importante hito en el teatro español de posguerra, puesto que propició un teatro de denuncia social y compromiso explícito. En los años sesenta, sus Tragedias complejas (en las que conjuga el esperpento de Valle-Inclán con el teatro épico de Brecht), son la evidencia de la radicalización de unas propuestas que chocan frecuentemente con la censura.

La incorporación de los jóvenes de llamada «generación del 68» transformó la práctica teatral en los años setenta España. Los referentes en los que se inspiran proceden del extranjero (Ionesco, Beckett); frecuentemente miran hacia la cultura no oficial (underground). Las obras que consiguen representar están al margen del circuito establecido; son creaciones colectivas en las que la improvisación desempeña un papel fundamental. En este teatro independiente, el texto pierde peso en favor de los aspectos más espectaculares del teatro: la expresión corporal, la danza, la música, los efectos...). Estos artistas independientes recuperan formas teatrales despreciadas como el cabaret, la revista o el teatro de varietés. Practican un teatro crítico que no se limitan a lo político y social, sino también a la moral, la Iglesia, los valores establecidos...


El grupo Tábano, que conmocionó la escena española en 1970 con un espectáculo folclórico-satírico titulado Castañuela 70, Tricicle con su teatro sin palabras, Els Joglars, los festivos Els Comediants, (de los que se recuerda la impresionante ceremonia clausura de Barcelona 92 —700 actores escenificaron una gran fiesta de fuego con planetas, estrellas, monstruos, personajes fantásticos y fuegos artificiales—) o La Fura dels Baus (también memorable su ceremonia de apertura para los Juegos Olímpicos) con su teatro de raíz circense en el que integran música, movimiento, uso de materiales naturales e industriales, aplicación de nuevas tecnologías y la implicación directa del espectador, constituyen vivas referencias de esta regeneradora tendencia.

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