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miércoles, 28 de septiembre de 2016

COMENTARIO CRÍTICO, Rafael Argullol


   Un tanto por ciento muy elevado de la población jamás lee un libro; además se vanagloria de tal circunstancia. Porque para muchos de nuestros contemporáneos la lectura se ha hecho agresivamente superflua e incluso experimentan una cierta incomodidad al ser preguntados al respecto. Dicen no tener tiempo para leer, o que prefieren dedicar su tiempo a otras cosas más útiles y divertidas. Nos encontramos, por tanto, ante una bastante generalizada falta de prestigio social de la lectura que probablemente oculte una incapacidad real para leer. Dicho de otro modo: el acto de leer se ha transformado en un acto altamente dificultoso y,  a muchos, les resulta imposible. Me refiero, claro está, a leer un texto que vaya más allá de la instrucción de manual, del mensaje breve o del titular de noticia. Me refiero a leer un texto de una cierta complejidad mental que requiera un cierto uso de la memoria y que exija una cierta duración temporal para ir eligiendo en libertad, y en soledad, los distintos caminos que son ofrecidos por las sucesivas encrucijadas argumentales.
   El pseudolector actual rehúye las cinco condiciones mínimas inherentes al acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libertad y soledad. Él abomina de lo complejo como algo insoportablemente pesado; desprecia la memoria, para la que ya tenemos nuestras máquinas; no tiene tiempo que perder en vericuetos textuales; no se atreve tampoco a elegir libremente en la soledad que, de modo implacable, exige la lectura. En definitiva, nuestro pseudolector actual ha sido alfabetizado en la escuela y, en muchos casos, ha acudido a la universidad, pero no está en condiciones de confrontarse con el legado histórico de la cultura humanista e ilustrada construido a lo largo de más de dos milenios. Este pseudolector —en el que se identifica a la mayoría de nuestros contemporáneos— no puede leer un solo libro verdaderamente significativo de lo que hemos llamado, durante siglos, “cultura”.

RAFAEL ARGULLOL, El País, 6 de marzo de 2015.[adaptación]



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   Está claro que cada día que pasa la tecnología y la ignorancia dan un paso hacia delante y la lectura y la cultura hacia atrás. Y se trata de pasos de gigantes, porque es muy grande la diferencia en número (y calidad) de lectores que había hace quince años y los que hay ahora.
   Antes, por el cumpleaños de un niño, era frecuente que se le regalaba un cuento que formaba parte de su formación intelectual; ahora, en cambio, se les regala aparatos electrónicos que hacen que la memoria no trabaje, ya que basta con presionar un botón y te lo dan todo hecho. Está claro que también se aprende mucho con la tecnología, pero hay un mínimo de cosas que se deberían aprender de modo tradicional: una tablet no enseña a leer o a escribir, y lo que se provoca al regalarle a un niño un aparato electrónico en vez de un cuento, es que se centre en jugar y deje de lado aprender. Es difícil de explicar el cambio por el cual el ser humano, que es un ser curioso que quiere aprender, ahora se conforma con tener la mayor cantidad de tiempo libre posible y un mínimo de conocimientos. Los adolescentes prefieren la diversión, se creen mejores dejando de lado temas de actualidad (como la política), y no se dan cuenta de que este desinterés les va a perjudicar a ellos, porque el presente va mal, pero el futuro, si sigue este camino, irá peor. Con aprender, no me refiero a ser unos increíbles estudiantes con buenísimas notas, pero se necesita un mínimo de cultura general que nos haga ser un poco menos ignorantes de todos los sucesos que rodean a la vida. Parece increíble, pero hay gente que piensa que la leche viene del tetrabrick, o no sabe que en España en estos momentos no hay un gobierno definido. Esta afirmación puede sonar realmente graciosa, pero es, desgraciadamente, cierta.
  No sólo hay que centrarse en niños, ya que los adultos también forman parte de este cambio que estamos sufriendo, y no solo permitiéndoselo a sus hijos, sino que muchos de ellos actúan de igual modo.  La tecnología no es en sí misma mala. Es sabido que ofrece muchas comodidades. Existen incluso plataformas que ayudan a la lectura, artilugios tan cómodos y útiles como el libro electrónico. Es el uso improcedente de la tecnología el que genera problemas. Son muchos ya los que prefieren chatear a leer un libro o el periódico y enterarse de lo que pasa en la actualidad. De este modo, renunciando a ver qué es aquello que nos rodea hoy, es muy probable que el futuro que nos espera suscite muchas preguntas para las que no tendremos respuesta, si ahora no ponemos nuestra voluntad y nuestro esfuerzo en alimentar nuestra cultura.
 
Pablo Ferrer Herrero

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    Argullol denuncia la visible desaparición de los lectores en nuestros tiempos. En este artículo refleja que nuestros contemporáneos, en gran número, no saben lo que es leer un libro: no son capaces de cumplir las condiciones que requiere hacerlo para comprobar si la experiencia merece o no la pena.
   Uno de los requisitos que atribuye a la lectura es la lentitud. Esto es algo que el siglo XXI podemos decir que “no existe”: nuestras vidas transcurren a una velocidad de vértigo con miles de horarios y obligaciones que debemos cumplir (trabajo, sesiones deportivas, compromisos familiares…). Inmersos en esa rutina, somos incapaces de salir de ella y sentarnos a leer un libro, hecho que sería considerado por muchos una pérdida de tiempo.  Esta obsesión social hace que sea más valiosa una hora corriendo para estar en forma que otra delante de un libro. Esta conducta acabará por crear una sociedad profundamente inculta y, por lo tanto, fácil de manejar.
   La lectura aporta un carácter crítico fundamental: la capacidad y la libertad de tener opinión propia y poder cuestionarnos y mejorar lo que nos rodea. De otro modo seremos vulnerables e incapaces de evitar que nuestras vidas estén marcadas por otros. Las consecuencias de este hecho se están haciendo notar ya en España y un ejemplo son las escasas protestas por la eliminación en el sistema educativo de la asignatura de Filosofía, otra herramienta para construir un pensamiento propio.
   Otro factor importante para la extinción de los lectores es que nos encontramos en la época de la brevedad: todo lo importante debe estar expresado en 146 caracteres y lo demás no merece la pena. No compensa para muchos emplear su tiempo en leer una novela por el simple placer de hacerlo, ya que en ello no va a encontrar nada relevante ni útil. Además requiere un esfuerzo mental que suele ser evitado en nuestra época por falta de ganas o por el desconocimiento de lo que un libro puede aportar: no somos capaces de dar un paso sin saber exactamente el beneficio que vamos a recibir a cambio.
   La situación que Rafael Argullol critica es enormemente preocupante para una sociedad que presume de ser desarrollada como la nuestra. Si se abandona la lectura, si los individuos se acostumbran a no hacer esfuerzos, a vivir renunciando al pensamiento, es predecible que nuestra sociedad sufrirá probablemente una parálisis.
  
Pablo Martínez Sánchez  

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  Rafael Argullol afirma que cada vez menos gente accede a la cultura a través de la lectura, esta última ha sido arrincona a usos estrictamente cotidianos, ya que a la sociedad le resulta demasiado complejo ejercerla para acceder al legado histórico y a la cultura en general.
  El autor defiende una tesis totalmente acertada, ya que se puede ver a simple vista la decadencia de la lectura. Cada vez se venden menos libros, además gran parte de la sociedad dice no tener tiempo para la lectura, ya que tiene ocupaciones más importantes. Se puede considerar que gran parte de la culpa de esto la pueden tener los avances tecnológicos, que aíslan y hacen gastar mucho tiempo ante ellos y también la educación.
  Es frecuente que en los centros de estudios se marquen una serie de lecturas obligatorias que no son del agrado de todos los estudiantes; por ello, además de lecturas obligatorias, se debería promover más la lectura voluntaria: que cada alumno pudiera elegir cualquier tipo de libro de su gusto y proponerlo.
  Además, la educación que se da en la mayoría de los hogares no es la correcta, ya que las generaciones más jóvenes seguirán el ejemplo de las actuales, aquellas que jamás leen un libro, por lo que no hay forma de acceder a la cultura y a la historia de nuestro propio pueblo.
  En conclusión, la clave para promover la lectura y frenar la decadencia actual sería actuar en la educación más temprana, promoviendo la lectura por placer y como ocio, intentando frenar toda la adicción tecnológica.

Sara Antelo Vázquez
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    Actualmente, los libros están pasando a un segundo plano, sustituidos por una nueva fuerza: la tecnología. Inventos relativamente recientes, como pueden ser la televisión o Internet, provocan que la población invierta su tiempo libre o de descanso en ocupaciones muy distintas a las de años atrás.
    Hace tiempo, solo aquel con cierto poderío económico podía gozar del placer de leer. Y solo el hecho de haber aprendido a leer le otorgaba al individuo un gran prestigio, ya que no cualquiera podía permitírselo. Además las personas que tenían esa suerte la aprovechaban y adquirían y presumían de su gran cultura.
    Pero ahora eso no sucede. Prácticamente todo el mundo tiene la posibilidad de comprarse un libro y aún así las ventas van en descenso. En cambio, un alto porcentaje de la población ve la televisión a diario y pasa muchas horas conectado a la red.
    Las nuevas generaciones empiezan cada vez más pronto en el mundo de las tecnologías y ya no saben lo que es leer por placer. Consideran que la lectura es una imposición escolar insufrible y ya no leen para aprender, sino simplemente para aprobar.
    También es cierto que muchos de los libros publicados hoy no aportan ningún valor, son simples artefactos comerciales. Muchos de los grandes éxitos de ventas son absolutamente prescindibles. La gente prefiere un libro fácil y sencillo, que le de al lector todo masticado para que no tenga que pensar. Una buena lectura es aquella que exige que se ejercite la mente, que obligue al lector a mantener un alto grado de concentración, que invita a reflexionar, que incita a aprender.
    Una población que escapa de la lectura es una población idiotizada y fácilmente maleable. Perdiendo el placer de leer, nos alejamos de la cultura y eso acabará pasará factura.

Sara Vicos Neira
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   El ritmo agitado de las vidas actuales, junto con el auge de la tecnología, hace que la población mundial parezca haber olvidado sentarse durante un breve período de tiempo para coger un libro y comenzar a reflexionar sobre aquello que está escrito.
   La reducción de la venta de libros es más una realidad evidente. Los jóvenes sustituyen el papel por juegos virtuales y los adultos carecen de tiempo para inculcar el hábito de la lectura a sus hijos. La poca constancia en ello provoca que no conozcan el lujo y el disfrute de llegar a unas conclusiones propias que permiten evitar dictados ajenos.
   Los beneficios que se obtienen de la lectura son incalculables e infinitos. No sólo ayuda a conocerse a sí mismo, sino que proporciona lo más importante y necesario en el mundo actual: una actitud crítica. Una opinión propia permite al individuo tomar sus decisiones, y ésta sólo se obtiene mediante el conocimiento. Así será posible que el individuo decida libremente, sin seguir el criterio de otros o de una mayoría teledirigida.
   Debemos dejar de actuar como máquinas y pararnos a pensar, analizar aquello que nos rodea, disfrutar ante una hoja escrita y, mediante la lectura, procurar convertirnos en una sociedad culta.

Lorena Naveira Espora

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   Rafael Argullol expresa una preocupación por el alto número de personas que jamás leen y lo achaca a una falta de memoria, al desprestigio de la lectura en la sociedad contemporánea y por último, a que los lectores actuales no reúnen las cinco condiciones mínimas inherentes al acto de leer.
   Sin embargo, aunque bien es cierto que todo esto es parte del problema, todo parece indicar que también tienen mucho que ver el uso de las nuevas tecnologías y la cultura de la telebasura. El imparable uso del teléfono móvil nos ha convertido en una sociedad con niveles de concentración muy bajos: hoy nos distraemos mucho más fácilmente. Esto se convierte en un impedimento a la hora de sentarse a leer un libro ya que la lectura es una actividad que requiere de concentración.
   Asimismo, la cultura de la telebasura ha enganchado a millones de personas en España y en el mundo. Este modo de entretenimiento destaca porque glorifica la incultura, lo vulgar y la frivolidad. Las grandes estrellas de la televisión no leen y de ello se enorgullecen. Un ejemplo perfecto sería Marta Sánchez, cantante que en su juventud se enorgullecía de no haber leído ni un solo libro. Estas celebridades desempeñan un papel muy importante en nuestra sociedad, ya que son la fuente de inspiración para millones de televidentes que desean ser como ellas.
   Son estas dos situaciones las que explican, en gran medida, parte del problema que tiene nuestra sociedad con la lectura.
 
Daniel Quintás
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    La literatura cada vez tiene un menor número de lectores. Esta situación puede deberse a diversos motivos. Existe gente que durante un año no toca un libro, bien sea porque no le gusta la lectura o bien porque prefiere seguir a las grandes masas.
   En la actualidad vivimos en una sociedad plagada de estereotipos, en la que no aparece por ningún lado un anuncio que anime a leer, provocando que la lectura sea cada vez una asignatura, en la vida, menos importante.
   En épocas anteriores se catalogaba a la gente dependiendo de la calidad de su cultura: una persona con una buena formación intelectual era una persona destacada dentro de la sociedad. Actualmente se clasifica a las personas mediante otros parámetros, teniendo en cuenta, por ejemplo, la cantidad de destinos turísticos que ha visitado en los últimos años, haya sabido o no disfrutar de lo que pudo haber encontrado en ellos.
   España es uno de los países europeos con menor cantidad de lectores, ya que en nuestra sociedad se le da más importancia a otros hechos, como puede ser, por ejemplo, la vida social de un jugador de fútbol. Sí es cierto que hubo y habrá campañas para fomentar la lectura. Quizá la más memorable, las Misiones Pedagógicas, ocurrió hace ya sesenta o setenta y cinco años, cuando escritores como García Lorca iban repartiendo libros por los medios rurales y menos favorecidos para combatir la progresiva analfabetización que se vivía en su tiempo, incluso daban clases en pequeñas aldeas durante unos meses para que aprendiesen a leer y a escribir correctamente. Ahora, sin embargo, desgraciadamente, sucede todo lo contrario, y , ello, a pesar de que tenemos todas las facilidades para poder acceder a la cultura: en Internet se puede encontrar una gran variedad de información sobre cualquier tema.
   Las autoridades pueden afirmar que se está combatiendo la desnutrición intelectual, ya que es necesario ir a la escuela (siendo obligatorio), pero no se amplían los conocimientos aprendidos, quedando estancados en una situación de inmovilidad intelectual, no avanzando y estableciendo una situación de conformidad. Mucha gente responde a la pregunta de que si suelen leer diciendo: “¿Para qué leer?, es una pérdida de tiempo”, cuando en realidad lo que están perdiendo no es el tiempo, sino la posibilidad de llegar al conocimiento.
   Una población con baja tasa de lectores provocará que el crecimiento intelectual de nuestro país sea más lento, que la inmovilidad social sea una lacra.
  
Gabriel Iglesias Gamboa

martes, 27 de septiembre de 2016

RESUMEN, ESQUEMA DE IDEAS Y COMENTARIO CRÍTICO 02

   La vida y la dignidad de una persona cuestan exactamente 20.000 euros. Lo que un juez dictaminó que tenía que pagar Tiziana Cantone a diferentes webs y redes sociales en compensación por retirar unos vídeos sexuales. Vídeos que destrozaron su vida y que la empujaron al suicidio. Vídeos grabados por la persona en que había depositado su confianza. Vídeos que acabaron trascendiendo lo audiovisual. Dieron la vuelta al mundo. Se convirtieron en camisetas. Hicieron canciones, memes, bromas y chascarrillos. Se convirtieron en materia de debate en canales televisivos. Esos vídeos, que nunca debieron haber salido del ámbito privado, la obligaron a cambiarse de ciudad. A intentar cambiarse de nombre para huir del escarnio público, de la denigración más absoluta. Para intentar recomponer su vida después de ser masacrada por algo de lo que nadie debía haberla culpado. Pero no pudo. No pudo huir de aquello, de lo que la había reducido de persona a bufón del mundo entero. La única salida que encontró fue suicidarse. Y lo más trágico de este asunto es que ha sido la sociedad entera la que ha empujado a una víctima a ahorcarse, mientras que los culpables siguen disfrutando de una vida tranquila. Anónima. Los culpables son los que colgaron el vídeo, sí, pero más culpables somos los que formamos parte de una sociedad que se ha cebado en la víctima y no en el verdugo. Los machistas 2.0.
 

TAMARA MONTERO, La Voz de Galicia, 19 de septiembre de 2016.

lunes, 26 de septiembre de 2016

RESUMEN, ESQUEMA DE IDEAS Y COMENTARIO CRÍTICO


 Un tanto por ciento muy elevado de la población jamás lee un libro; además se vanagloria de tal circunstancia. Porque para muchos de nuestros contemporáneos la lectura se ha hecho agresivamente superflua e incluso experimentan una cierta incomodidad al ser preguntados al respecto. Dicen no tener tiempo para leer, o que prefieren dedicar su tiempo a otras cosas más útiles y divertidas. Nos encontramos, por tanto, ante una bastante generalizada falta de prestigio social de la lectura que probablemente oculte una incapacidad real para leer. Dicho de otro modo: el acto de leer se ha transformado en un acto altamente dificultoso y,  a muchos, les resulta imposible. Me refiero, claro está, a leer un texto que vaya más allá de la instrucción de manual, del mensaje breve o del titular de noticia. Me refiero a leer un texto de una cierta complejidad mental que requiera un cierto uso de la memoria y que exija una cierta duración temporal para ir eligiendo en libertad, y en soledad, los distintos caminos que son ofrecidos por las sucesivas encrucijadas argumentales.
   El pseudolector actual rehúye las cinco condiciones mínimas inherentes al acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libertad y soledad. Él abomina de lo complejo como algo insoportablemente pesado; desprecia la memoria, para la que ya tenemos nuestras máquinas; no tiene tiempo que perder en vericuetos textuales; no se atreve tampoco a elegir libremente en la soledad que, de modo implacable, exige la lectura. En definitiva, nuestro pseudolector actual ha sido alfabetizado en la escuela y, en muchos casos, ha acudido a la universidad, pero no está en condiciones de confrontarse con el legado histórico de la cultura humanista e ilustrada construido a lo largo de más de dos milenios. Este pseudolector —en el que se identifica a la mayoría de nuestros contemporáneos— no puede leer un solo libro verdaderamente significativo de lo que hemos llamado, durante siglos, “cultura”.

RAFAEL ARGULLOL, El País, 6 de marzo de 2015.[adaptación]





Ilustración: Stoney Stone