La vida y la dignidad de una persona cuestan exactamente 20.000 euros. Lo que un juez dictaminó que tenía que pagar Tiziana Cantone a diferentes webs y redes sociales en compensación por retirar unos vídeos sexuales. Vídeos que destrozaron su vida y que la empujaron al suicidio. Vídeos grabados por la persona en que había depositado su confianza. Vídeos que acabaron trascendiendo lo audiovisual. Dieron la vuelta al mundo. Se convirtieron en camisetas. Hicieron canciones, memes, bromas y chascarrillos. Se convirtieron en materia de debate en canales televisivos. Esos vídeos, que nunca debieron haber salido del ámbito privado, la obligaron a cambiarse de ciudad. A intentar cambiarse de nombre para huir del escarnio público, de la denigración más absoluta. Para intentar recomponer su vida después de ser masacrada por algo de lo que nadie debía haberla culpado. Pero no pudo. No pudo huir de aquello, de lo que la había reducido de persona a bufón del mundo entero. La única salida que encontró fue suicidarse. Y lo más trágico de este asunto es que ha sido la sociedad entera la que ha empujado a una víctima a ahorcarse, mientras que los culpables siguen disfrutando de una vida tranquila. Anónima. Los culpables son los que colgaron el vídeo, sí, pero más culpables somos los que formamos parte de una sociedad que se ha cebado en la víctima y no en el verdugo. Los machistas 2.0.
TAMARA MONTERO, La Voz de Galicia, 19 de septiembre de 2016.
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