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lunes, 26 de noviembre de 2018

15 CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DE LAS PELÍCULAS DE CARRETERA


   Las road movies o películas de carretera es un género que se caracteriza por una profusión de temas y subgéneros, pero también tiene una serie de características o motivos recurrentes que la hacen identificable. Por lo general, son películas de viaje, en las que los personajes son seres que van en busca de algo, que por alguna razón han renunciado al sedentarismo y a un cierto orden o rutina. Como parte del quehacer creativo de la humanidad, el cine ha jugado un rol esencial en el tema del viaje, uno de sus argumentos y preocupaciones más recurrentes. El viaje más extremo e inolvidable en el séptimo arte sucede en Viaje a la luna (1902) de George Méliès o aquel registro del arribo de un tren postal a una estación en L’arrivée d’un train à la Ciotat (1895) de los hermanos Lumière. De acuerdo a Walter Salles (On The Road, 2012; Diarios de motocicleta, 2004) en su artículo Apuntes para una teoría sobre la Road movie, los primeros directores de documentales, como Robert Flaherty (Nanook, el esquimal, 1922), fueron los padres fundadores de esta forma narrativa. Una película como Nanook o La canción de Ceilán (1934) de Basil Wright, sobre la vida en lo que actualmente es Sri Lanka, describía una geografía humana y física que no había sido captada antes en imágenes móviles. En literatura, historias fundamentales como La Odisea de Homero o Don Quijote de Miguel de Cervantes, conllevan una narrativa de viaje, de desplazamiento geográficos que por alguna razón terminan transformando a sus protagonistas.

   Compartimos aquí 15 características de las road movies, extraídas de distintos libros, artículos y ensayos de especialistas como el propio Selles, David Laderman, Jason Wood, entre otros.

  1. El argumento de la road movie se sostiene narrativamente en algún tipo de expedición, en algún tipo de viaje: los personajes y los cineastas se desplazan constantemente.
  2. Los protagonistas se desplazan en una carretera, en un camino, pero el movimiento no es meramente geográfico. Es un periplo hacia uno mismo, una posibilidad también de descubrir al otro. Una experiencia iniciática: Strangers Than Paradise (Jim Jarmusch, 1984), Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001), Paris, Texas (Wim Wenders, 1984), Güeros (Alonso Ruizpalacios)
  3. Los protagonistas de las road movies están unidos ya sea por relaciones fraternales, filiales o románticas. (David Laderman, Driving Visions)
  4. En su mayoría, parte de las motivaciones que empujan el viaje, son relaciones que comienzan con enemistad, indiferencia o tensión, pero que a lo largo de la historia evolucionan en afectos y apegos.
  5. Por lo general es una película coral, en la que los protagonistas tienen personalidades opuestas.
  6. El género es muy versátil, por lo que combina con naturalidad el drama y la comedia.
  7. Los automóviles y motocicletas frecuentemente evolucionan en la narrativa en una especie de prótesis o de amigo del conductor. (Laderman)
  8. Más que el medio de transporte (tren, auto, carretas, caballos), el elemento imprescindible para todo viaje es el camino que se emprende.
  9. La road movie comienza con la expresión de búsqueda del ser de un individuo o de un grupo de individuos excluidos de por la sociedad, social económica, racial o sexualmente —los criminales también están presentes. El final pocas veces conduce a la paz o a la alegría. Suelen conducir a más sufrimiento o incluso a la muerte. (100 Road Movies, Jason Wood).
  10. La road movie expresa la furia y el sufrimiento en los extremos de la vida civilizada. Siempre está la necesidad de dejar algo atrás, de dejar una pesada carga en el camino y de superar lo que atormenta a sus protagonistas.
  11. Necesitan seguir la transformación interna de sus personajes, los filmes no se refieren a lo que se puede ver o verbalizar sino a lo que se puede sentir sobre lo invisible que complementa lo invisible.
  12. La crisis de identidad del protagonista refleja la crisis de identidad de la cultura propiamente dicha. Contienen el espíritu de un tiempo.
  13. Un aspecto clave de esta forma narrativa es su carácter impredecible. Sencillamente, uno no puede (y no debe) anticipar lo que encontrará en el camino, aunque haya explorado una docena de veces el territorio que va a atravesar. (Walter Selles)
  14. La road movie no es ámbito de grandes grúas o cámaras fijas. Al contrario, la cámara debe mantenerse al unísono con los personajes que están en continuo movimiento —un movimiento que no debe ser controlado. La road movie tiende, por lo tanto, a ser impulsada por una idea de inmediatez que no difiere mucho de la película documental. (Selles)
  15. Las road movies contrastan fuertemente con los filmes convencionales actuales, donde se crean acciones nuevas cada tres minutos para mantener la atención del espectador. En las road movies, un momento de silencio es generalmente más importante que cualquier acción dramática. (Selles) 
[No se menciona el nombre del autor del texto] 

PENÉLOPE Y EL TEJIDO DEL TIEMPO, Ruth Piquer Sanclemente

   Sobre el mito Homero construyó el personaje de Penélope dentro del género épico, con una clara función modélica: fundamentalmente fidelidad, dedicación, belleza, preocupación por los intereses del esposo. La intención era contraponer la figura de una heroína femenina al héroe masculino, Ulises.  La Odisea traduce un concepto de mujer propio de la estructura patriarcal de la sociedad preclásica en el contexto egeo, un concepto tomado del folclore antiguo. 
   La época griega primitiva fue una etapa llena de poderosas figuras femeninas: Clitemnestra, Hécuba, Andrómaca, etc. Muchas de ellas, como Pentesilea, Helena, Casandra, Antígona, Electra, Medea y Fedra, representaron la ambición de poder mediante trágicos papeles. Sin embargo Penélope representaba la mujer romántica que espera fielmente el regreso de su esposo. Poco a poco ese modelo se ha ido leyendo como independencia, inteligencia, cuestionamiento del yo y del destino, a través de la construcción femenina de la propia historia, materializada en el acto de tejer. Penélope es también una metáfora de la soledad en una Ítaca situada entre dos mares, solitaria en el mundo aqueo.

RUTH PIQUER SANCLEMENTE, Penélope y el tejido del tiempo.
&
Thomas Seddon 

CRISEIDA, Alessandro Baricco

CRISEIDA

Todo empezó en un día de violencia.
Hacía nueve años que los aqueos asediaban Troya; a menudo necesitaban víveres, o animales, o mujeres, y entonces abandonaban el asedio e iban a procurarse lo que querían saqueando las ciudades vecinas. Ese día le tocó a Tebas, mi ciudad. Nos lo robaron todo y se lo llevaron a sus naves.
Entre las mujeres a las que raptaron estaba yo también. Era hermosa: cuando, en su campamento, los príncipes aqueos se repartieron el botín, Agamenón me vio y quiso que fuera para él. Era el rey de reyes, y el jefe de todos los aqueos: me llevó a su tienda, y a su lecho. Tenía una mujer, en su patria. Se llamaba Clitemnestra. Él la amaba. Ese día me vio y quiso que fuera para él.
Pero algunos días después, llegó al campamento mi padre. Se llamaba Crises, era sacerdote de Apolo. Era un anciano. Llevó espléndidos regalos y les pidió a los aqueos que, a cambio, me liberasen. Ya lo he dicho: era un anciano y era sacerdote de Apolo: todos los príncipes aqueos, después de haberlo visto y escuchado, se pronunciaron a favor de aceptar el rescate y de honrar a la noble figura que había venido a suplicarles. Sólo uno, entre todos, no se dejó encantar: Agamenón. Se levantó y brutalmente se lanzó contra mi padre diciéndole: «Desaparece, viejo, y no vuelvas por aquí nunca más. Yo no liberaré a tu hija: envejecerá en Argos, en mi casa, lejos de su patria, trabajando en el telar y compartiendo mi lecho. Ahora márchate si es que quieres salvar el pellejo».
Mi padre, aterrado, obedeció. Se marchó de allí en silencio y desapareció donde estaba la ribera del mar, se diría que en el ruido del mar. Entonces, de repente, sucedió que muerte y dolor se abatieron sobre los aqueos. Durante nueve días, muchas flechas mataron a hombres y animales, y las piras de los muertos brillaron sin tregua. Al décimo día, Aquiles convocó al ejército a una asamblea. Delante de todos dijo: «Si esto sigue así, para huir de la muerte nos veremos obligados a coger nuestras naves y regresar a casa. Preguntemos a un profeta, o a un adivino, o a un sacerdote, que sepa explicarnos qué está ocurriendo y pueda liberarnos de este azote».
Entonces se levantó Calcante, que era el más famoso de los adivinos, que conocía las cosas que fueron, las que son y las que serán. Era un hombre sabio. Dijo: «Tú quieres saber el porqué de todo esto, Aquiles, y yo te lo diré. Pero jura que me defenderás, pues lo que diré podría ofender a un hombre con poder sobre todos los aqueos y al que todos los aqueos obedecen. Yo arriesgo mi vida: tú jura que la defenderás».
Aquiles le respondió que no tenía nada que temer, sino que debía decir lo que sabía. Dijo: «Mientras yo viva nadie entre los aqueos osará levantar la mano contra ti. Nadie. Ni siquiera Agamenón».
Entonces el adivino se dio ánimos y dijo: «Cuando ofendimos a aquel viejo, el dolor cayó sobre nosotros. Agamenón rechazó el rescate y no liberó a la hija de Crises: y el dolor cayó sobre nosotros. Sólo hay un modo de apartarlo: devolver a esa chiquilla de vivaces ojos antes de que sea demasiado tarde». Así habló, y luego fue a sentarse.
Entonces Agamenón se levantó, con su ánimo lleno de negro furor y los ojos encendidos por relámpagos de fuego. Miró con odio a Calcante y dijo: «Oh, adivino de desventuras, jamás has tenido una buena Profecía para mí: tan sólo te gusta revelar las desgracias, nunca el bien. Y ahora quieres privarme de Criseida, la que para mí es más grata que mi propia esposa, Clitemnestra, y que con ella podría rivalizar en belleza, inteligencia y nobleza de espíritu. ¿Tengo que devolvería? Lo haré, porque quiero que el ejército se salve. Lo haré, si así tiene que ser. Pero preparadme de inmediato otro presente que pueda sustituirla, porque no es justo que sólo yo, de entre los aqueos, me quede sin botín. Quiero otro presente, para mí».
Entonces Aquiles dijo: «¿Cómo podemos encontrar otro presente para ti, Agamenón? Ya está repartido todo el botín, no es lícito volver atrás y empezar otra vez desde el principio. Devuelve a la chiquilla y te pagaremos el triple o el cuádruple en cuanto tomemos Ilio».
Agamenón movió la cabeza. «No me engañas, Aquiles. Tú quieres quedarte con tu botín y dejarme a mí sin nada. No, yo devolveré a esa chiquilla, pero luego vendré a coger lo que me plazca, y a lo mejor se lo cogeré a Ayante, o a Ulises, o a lo mejor te lo cogeré a ti».
Aquiles lo miró con odio: «Hombre desvergonzado y codicioso —dijo—. ¿Y tú pretendes que los aqueos te sigan en la batalla? Yo no vine hasta aquí para luchar contra los troyanos, porque ellos a mí no me hicieron nada. Ni me robaron bueyes o caballos, ni destruyeron mis cosechas: montañas llenas de sombra separan mi tierra de la suya, y un mar fragoroso. Es por seguirte a ti por lo que estoy aquí, hombre sin vergüenza, para defender el honor de Menelao y el tuyo. Y tú, bastardo, cara de perro, ¿te olvidas de ello y me amenazas con quitarme el botín por el que tanto sufrí? No, será mejor que me vuelva a casa antes que permanecer aquí dejando que me deshonren y luchando para proporcionarte a ti tesoros y riquezas».
Entonces Agamenón respondió: «Márchate, si es lo que deseas, no seré yo quien te suplique que te quedes. Otros ganarán honra a mi lado. Tú no me gustas, Aquiles: te atraen las riñas, la disputa y la guerra. Eres fuerte, es cierto, pero eso no es mérito tuyo. Vuelve si quieres a tu casa a reinar, no me importas nada de nada, y no tengo miedo de tu cólera. Es más, escucha lo que te digo: enviaré a Criseida con su padre, en mi nave, con mis hombres. Pero luego yo mismo en persona iré a tu tienda y me llevaré a la bella Briseida, tu botín, para que sepas quién es el más fuerte y para que todos aprendan a temerme».
Así habló. Y fue como si hubiera golpeado a Aquiles en medio del corazón. Tanto fue así que el hijo de Peleo a punto estuvo de desenvainar la espada y sin duda habría matado a Agamenón si no hubiera dominado en el último instante su furor y dejado su mano sobre la empuñadura plateada. Miró a Agamenón y con rabia le dijo:
«¡Cara de perro, corazón de ciervo, bellaco! Te juro por este cetro que llegará el día en que los aqueos, todos, me añorarán. Cuando caigan bajo los golpes de Héctor, entonces me añorarán. Y tú sufrirás por ellos, pero nada podrás hacer. Sólo podrás acordarte de cuando ofendiste al más fuerte de los aqueos, y enloquecer por culpa del remordimiento y de la rabia. Llegará ese día, Agamenón. Te lo juro».
Así habló, y tiró al suelo el cetro tachonado de oro. Cuando la asamblea se disolvió, Agamenón botó una de sus naves, le asignó veinte hombres y puso al mando a Ulises, el astuto. Luego vino a donde yo estaba, me cogió por la mano y me acompañó a la nave. «Hermosa Criseida», dijo. Y dejó que yo volviera con mi padre y a mi tierra. Permaneció allí, en la orilla, mirando zarpar la nave.
Cuando la vio desaparecer en el horizonte, llamó a dos de sus escuderos de entre los más fieles a él y les ordenó que fueran a la tienda de Aquiles, que asieran por la mano a Briseida y que se la llevaran de allí. Les dijo: «Si Aquiles se niega a entregárosla, decidle entonces que iré yo mismo a cogérmela, y que para él será mucho peor». Los dos escuderos se llamaban Taltibio y Euríbates. Ambos se encaminaron muy disgustados, bordeando la orilla del mar y al final alcanzaron el campamento de los mirmídones. Encontraron a Aquiles sentado junto a su tienda y a la negra nave. Se detuvieron delante de él y no dijeron nada, porque sentían respeto y miedo de aquel rey. Entonces fue él quien habló.
«Acercaos —dijo—. No sois vosotros los culpables de todo esto, sino Agamenón. Acercaos, no tengáis miedo de mí». Luego llamó a Patroclo y le pidió que cogiera a Briseida y se la entregara a aquellos dos escuderos, para que se la llevaran. «Vosotros sois mis testigos —dijo mirándolos—. Agamenón está loco. No piensa en lo que sucederá, no piensa en el momento en que se me necesitará para defender a los aqueos y sus naves, no le importa nada ni del pasado ni del futuro. Vosotros sois mis testigos: ese hombre está loco». Los dos escuderos se pusieron en camino, remontando el sendero entre las naves veloces de los aqueos, varadas en la playa. Detrás de ellos caminaba Briseida. Hermosa, caminaba triste, y de mala gana.
Aquiles los vio partir. Y entonces fue a sentarse, solo, en la ribera del mar blanco de espuma, y rompió a llorar, con esa infinita llanura frente a él. Era el señor de la guerra y el terror de todos los troyanos. Pero rompió a llorar y como un niño se puso a invocar el nombre de su madre. Desde lejos, entonces, vino ella, y se le apareció. Se sentó junto a él y se puso a acariciarlo. En voz baja, lo llamó por su nombre, «Hijo mío, ¿por qué te trajo a este mundo esta madre infeliz? Tu vida será breve, por lo menos pudieras pasarla sin lágrimas, y sin dolor…». Aquiles le preguntó: «¿Tú puedes salvarme, madre?, ¿puedes hacerlo?». Pero la madre tan sólo le dijo: «Escúchame: permanece aquí, cerca de las naves, y no vayas al campo de batalla. Guarda tu cólera hacia los aqueos y no cedas a tus deseos de guerra. Te lo digo: un día te ofrecerán espléndidos dones y te los darán por tres veces debido a la ofensa que has sufrido». Luego desapareció y Aquiles permaneció allí, solo: su ánimo estaba lleno de cólera por la injusticia sufrida. Y su corazón se atormentaba a causa de la nostalgia que sentía por el grito del combate y el estrépito de la guerra.
Yo volví a ver mi ciudad cuando la nave, gobernada por Ulises, entró en el puerto. Amainaron las velas, luego a remo se acercaron hasta el fondeadero. Echaron las anclas y ataron las amarras de popa. Primero descargaron los animales para el sacrificio a Apolo. Luego Ulises me cogió de la mano y me condujo a tierra. Me llevó hasta el altar de Apolo, donde me esperaba mi padre. Me dejó ir y mi padre me cogió entre sus brazos, conmovido por la alegría.
Ulises y los suyos pasaron aquella noche cerca de su nave. Al alba, desplegaron las velas al viento y partieron de nuevo. Vi la nave corriendo ligera, con las olas rebullendo de espuma a ambos lados de la quilla. La vi desaparecer en el horizonte. ¿Podéis imaginaros cómo fue mi vida a partir de entonces? De vez en cuando sueño con polvo, armas, riquezas, y jóvenes héroes. Siempre es en el mismo sitio, en la orilla del mar. Huele a sangre y a hombres. Yo vivo allí, y el rey de reyes echa por la borda su vida y la de su gente, por mí: por mi belleza y mi gracia. Cuando me despierto está mi padre, a mi lado. Me acaricia y me dice: todo ha terminado ya, hija mía. Duerme. Todo ha terminado ya.

ALESSANDRO BARICCO, Homero, Ilíada, Anagrama, Barcelona, 2005, pp. 15-21.
&

ODISEO EN LESBOS: EL ÉXODO EN LA LITERATURA UNIVERSAL, Winston Manrique Sabogal


   Un éxodo lento de africanos surca el mediterráneo desde hace varios años... Ahora, una multitud errante viene de Oriente. En algún lugar de esa ruta y en medio de esa multitud, una madre agotada lleva en la espalda a su niña que sonríe y saluda con su manita, ajena al dolor de la huida. Al final del camino habrán recorrido unos tres mil kilómetros desde Siria debido a la guerra civil. Y solo es la primera estación.
   No se sabe cómo plasmará la literatura esta huella sombría. Por lo pronto, varios escritores y pensadores desandan el rastro que han dejado en los libros, a lo largo de la historia, migraciones, diásporas, éxodos y exilios.
   “Para recordar que no hay nada nuevo y que todo es siempre nuevo, para recordar que somos, sobre todo, migrantes, fugitivos, refugiados, para repudiar a quienes usan esa tradición para atacar a quienes ahora deben serlo, yo recomendaría leer —o releer— el Éxodo: el relato de cómo unos hombres y mujeres decidieron escapar de la esclavitud”, dice el periodista y escritor Martín Caparrós.
   En las raíces de la literatura occidental Homero habla de ello en Odisea. El filósofo Javier Gomá recuerda aquel viaje de regreso de un veterano de guerra como “una metáfora del viaje de la vida humana, pero en particular de quienes viajan por regiones extranjeras. La epopeya contiene el arquetipo de dos actitudes hacia el extranjero: la hospitalidad cosmopolita de los feacios y la hostilidad del cíclope Polifemo. Contiene asimismo el arquetipo de ese sentimiento llamado ‘nostalgia’. La responsabilidad de ese dolor recae en los hombres, que hacemos mal las cosas. También de nosotros depende la solución”.

jueves, 8 de noviembre de 2018

LOLITA: EL FALSO PRÓLOGO


PRÓLOGO

   
   Lolita o las Confesiones de un viudo de raza blanca: tales eran los dos títulos con los cuales el autor de esta nota recibió las extrañas páginas que prologa. «Humbert Humbert», su autor, había muerto de trombosis coronaria, en la prisión, el 16 de noviembre de 1952, pocos días antes de que se fijara el comienzo de su proceso. Su abogado, mi buen amigo y pariente Clarence Choate Clark, Esquire, que pertenece ahora al foro del distrito de Columbia, me pidió que publicara el manuscrito apoyando su demanda en una cláusula del testamento de su cliente que daba a mi eminente primo facultades para obrar según su propio criterio en cuanto se relacionara con la publicación de Lolita. Es posible que la decisión de Clark se debiera al hecho de que el editor elegido acabara de obtener el Premio Polingo por una modesta obra (¿Tienen sentido los sentidos?) donde se discuten ciertas perversiones y estados morbosos.
   Mi tarea resultó más simple de lo que ambos habíamos supuesto. Salvo la corrección de algunos solecismos y la cuidadosa supresión de unos pocos y tenaces detalles que, a pesar de los esfuerzos de «H. H.», aún subsistían en su texto como señales y lápidas (indicadoras de lugares o personas que el gusto habría debido evitar y la compasión suprimir), estas notables Memorias se presentan intactas. El curioso apellido de su autor es invención suya y, desde luego, esa máscara —a través de la cual parecen brillar dos ojos hipnóticos— no se ha levantado, de acuerdo con los deseos de su portador. Mientras que «Haze» sólo rima con el verdadero apellido de la heroína, su nombre está demasiado implicado en la trama íntima del libro para que nos hayamos permitido alterarlo; por lo demás, como advertirá el propio lector, no había necesidad de hacerlo. El curioso puede encontrar referencias al crimen de «H. H.» en los periódicos de septiembre de 1952; la causa y el propósito del crimen se habrían mantenido en un misterio absoluto de no haber permitido el autor que estas Memorias fueran a dar bajo la luz de mi lámpara de trabajo.
   En provecho de lectores anticuados que desean rastrear los destinos de las personas más allá de la historia real, pueden suministrarse unos pocos detalles recibidos del señor Windmuller, de Ramsdale, que desea ocultar su identidad para que «las largas sombras de esta historia dolorosa y sórdida no lleguen hasta la comunidad a la cual está orgulloso de pertenecer. Su hija, Louise, está ahora en las aulas de un colegio; Mona Dahl estudia en París. Rita se ha casado recientemente con el dueño de un hotel de Florida. La señora de Richard F. Schiller murió al dar a luz a un niño que nació muerto, en la Navidad de 1952, en Gray Star, un establecimiento del lejano noroeste. Vivian Darkbloom es autora de una biografía, Mi réplica, que se publicará próximamente. Los críticos que han examinado el manuscrito lo declaran su mejor libro. Los cuidadores de los diversos cementerios mencionados informan que no se ven fantasmas por ningún lado.
   Considerada sencillamente como novela, Lolita presenta situaciones y emociones que el lector encontraría exasperantes por su vaguedad si su expresión se hubiese diluido mediante insípidas evasivas. Por cierto que no se hallará en todo el libro un solo término obsceno; en verdad, el robusto filisteo a quien las convenciones modernas persuaden de que acepte sin escrúpulos una profusa ornamentación de palabras de cuatro letras en cualquier novela trivial, sentirá no poco asombro al comprobar que aquí están ausentes. Pero si, para alivio de esos paradójicos mojigatos, algún editor intentara disimular o suprimir escenas que cierto tipo de mentalidad llamaría «afrodisíacas» (véase en este sentido la documental resolución sentenciada el 6 de diciembre de 1933 por el Honorable John M. Woolsey con respecto a otro libro, considerablemente más explícito), habría que desistir por completo de la publicación de Lolita, puesto que esas escenas mismas —que torpemente podríamos acusar de poseer una existencia sensual y gratuita— son las más estrictamente funcionales en el desarrollo de una trágica narración que apunta sin desviarse nada menos que a una apoteosis moral. El cínico alegará que la pornografía comercial tiene la misma pretensión; el médico objetará que la apasionada confesión de «H. H.» es una tempestad en un tubo de ensayo; que por lo menos el doce por ciento de los varones adultos norteamericanos —estimación harto moderada según la doctora Blanche Schwarzmann (comunicación verbal)— pasan anualmente de un modo u otro por la peculiar experiencia descrita con tal desesperación por «H. H.»; que si nuestro ofuscado autobiógrafo hubiera consultado, en ese verano fatal de 1947, a un psicópata competente, no habría ocurrido el desastre. Pero tampoco habría aparecido este libro.
   Se excusará a este comentador que repita lo que ha enfatizado en sus libros y conferencias: lo ofensivo no suele ser más que un sinónimo de lo insólito. Una obra de arte es, desde luego, siempre original; su naturaleza misma, por lo tanto, hace que se presente como una sorpresa más o menos alarmante. No tengo la intención de glorificar a «H. H.». Sin duda, es un hombre abominable, abyecto, un ejemplo flagrante de lepra moral, una mezcla de ferocidad y jocosidad que acaso revele una suprema desdicha, pero que no puede ejercer atracción. Su capricho llega a la extravagancia. Muchas de sus opiniones formuladas aquí y allá sobre las gentes y el paisaje de este país son ridículas. Cierta desesperada honradez que vibra en su confesión no lo absuelve de pecados de diabólica astucia. Es un anormal. No es un caballero. Pero, ¡con qué magia su violín armonioso conjura en nosotros una ternura, una compasión hacia Lolita que nos entrega a la fascinación del libro, al propio tiempo que abominamos de su autor!
   Como exposición de un caso, Lolita habrá de ser, sin duda, una obra clásica en los círculos psiquiátricos. Como obra de arte, trasciende su aspecto expiatorio. Y más importante aún, para nosotros, que su trascendencia científica y su dignidad literaria es el impacto ético que el libro tendrá sobre el lector serio. Pues en este punzante estudio personal se encierra una lección general. La niña descarriada, la madre egoísta, el anheloso maniático no son tan sólo vívidos caracteres de una historia única; nos previenen contra peligrosas tendencias, evidencian males poderosos. Lolita hará que todos nosotros —padres, sociólogos, educadores— nos consagremos con celo y visión mucho mayores ” “a la tarea de lograr una generación mejor en un mundo más seguro.

 JOHN RAY JR., Doctor en Filosofía, Widworth, Mass.