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domingo, 18 de diciembre de 2016

[DE DÍA Y DE NOCHE IBA POR LA CIUDAD BUSCANDO UNA MIRADA...], Antonio Muñoz Molina



1

   De día y de noche iba por la ciudad buscando una mirada. Vivía nada más que para esa tarea, aunque intentara hacer otras cosas o fingiera que las hacía, sólo miraba, espiaba los ojos de la gente, las caras de los desconocidos, de los camareros de los bares y los dependientes de las tiendas, las caras y las miradas de los detenidos en las fichas. El inspector buscaba la mirada de alguien que había visto algo demasiado monstruoso para ser suavizado o desdibujado por el olvido, unos ojos en los que tenía que perdurar algún rasgo o alguna consecuencia del crimen, unas pupilas en las que pudiera descubrirse la culpa sin vacilación, tan sólo escrutándolas, igual que reconocen los médicos los signos de una enfermedad acercándoles una linterna diminuta. Se lo había dicho el padre Orduña, «busca sus ojos», y lo había mirado tan fijo que el inspector se estremeció ligeramente, casi como mucho tiempo atrás, aquellos ojos pequeños, miopes, fatigados, adivinadores, que lo reconocieron en cuanto él apareció en la Residencia, tan instantáneamente como él mismo, el inspector, debería reconocer al individuo a quien buscaba, o como el padre Orduña había reconocido en él hacía muchos años el desamparo, el rencor, la vergüenza y el hambre, incluso el odio, su odio constante y secreto al internado y a todo lo que había en él, y también al mundo exterior.
   Sería probablemente la mirada de un desconocido, pero el inspector estaba seguro de que la identificaría sin vacilación ni error en cuanto sus ojos se cruzaran con ella, aunque fuese una sola vez, de lejos, desde el otro lado de una acera, tras los cristales de un bar. Le ayudaba en su búsqueda la circunstancia ventajosa de que también él era todavía en gran parte un desconocido en la ciudad, porque le habían trasladado a ella sólo unos meses antes, a principios de verano, casi por sorpresa, cuando ya no creía que su petición fuera a ser respondida, al menos hasta que el año siguiente volviera a abrirse el concurso de traslados. Si algo tarda tanto en llegar, más valdría que ya no llegara nunca: el inspector le mostró la notificación a su mujer, que llevaba años esperándola, pero ella no dio señales de alegría, ni siquiera de alivio, se limitó a asentir, despeinada todavía, ausente, como recién levantada, aunque eran las tres de la tarde, volvió a guardar en el sobre la notificación con membrete y prosa oficial, la dejó sobre un aparador y se quedó un instante con la cabeza baja, como si no recordara adónde iba, frotándose las manos.
Lo que tarda tanto en llegar es igual que si no hubiera llegado, peor incluso, porque el cumplimiento a destiempo de lo que tanto se deseó acaba teniendo un reverso de sarcasmo. Pero durante mucho tiempo él se había negado a solicitar el traslado, o le mentía, parcialmente, le contaba que había mandado la solicitud, o que habían cerrado el plazo antes de tiempo, excusas para no decirle que el miedo o el peligro a él no le importaban tanto como la posible vergüenza, la deslealtad hacia los compañeros, hacia los amigos asesinados, a los desfigurados o paralizados para siempre después de una explosión. A él le importaban esas cosas, pero no a ella: ella esperaba, desde la mañana hasta la noche, a veces también a lo largo de la noche entera, esperaba sentada cerca del teléfono y enfrente del televisor encendido, o al otro lado de los visillos de una ventana, mirando hacia la calle, sobresaltada por cualquier cosa, por un timbrazo, por el petardeo de un coche, por una alarma que saltaba en alguna tienda de la vecindad. Había esperado hora tras hora y día tras día durante años, tantos años que ya eran demasiados, que al final ya no preguntaba ni pedía, ya no empezaba casualmente a la hora de comer una conversación en la que habría de irse deslizando hasta encontrar la ocasión de preguntarle por el traslado. Pero justo cuando llegó la notificación (que en realidad era una orden, y tal vez hasta una sugerencia de retiro) ya hacía algún tiempo que ella había dejado de preguntar, no sólo sobre el traslado, sino sobre cualquier cosa, si el inspector volvía muy tarde y no había avisado por teléfono ya no lo esperaba levantada en camisón para reñirle o para romper en llanto. Entraba en la casa y encontraba con infinito alivio que las luces estaban apagadas, se quitaba los zapatos, la cartuchera con la pistola, entraba a tientas en el dormitorio, alumbrado tan sólo por un rastro de luz de las farolas de la calle, y se desnudaba con sigilo, oyéndola respirar, en la oscuridad donde sólo brillaban las cifras rojas de la radio despertador, se deslizaba en el interior de la cama, con un pesado mareo de cigarrillos y de whisky, cerraba los ojos, tanteaba en busca del cuerpo de ella, que no deseaba desde hacía tanto tiempo, y entonces se daba cuenta de que no estaba dormida, y fingía dormirse él, para evitar cobardemente las posibles preguntas, las repetidas tantas veces, como el llanto y las quejas, por qué había tenido que llevarla a una tierra tan hostil y tan lejana de la suya, por qué ya no la tocaba nunca.
    El inspector, desconocido aún en la ciudad, examinado todavía con algo de admiración y algo de recelo por el personal de la comisaría, porque del norte había traído consigo una confusa leyenda de determinación y coraje, pero también de arrebatos de desequilibrio, iba por la calle buscando la cara de alguien a quien reconocería, estaba seguro, instantáneamente, tal vez con un segundo de estupor, como cuando en un escaparate se ve uno a sí mismo y no sabe quién es porque está viendo no la expresión premeditada de la cara que suelen mostrarle los espejos, sino la otra, la que ven los demás, que resulta ser la más desconocida de todas. Busca sus ojos, le había dicho el padre Orduña, y él salió esa noche de la Residencia buscando caras y miradas por la ciudad casi vacía, con una oscuridad de invierno prematuro, de puertas y postigos cerrados contra el invierno y el miedo, porque desde la muerte de la niña parecía que hubiera renacido un miedo antiguo a las amenazas de la noche, y las calles se quedaban enseguida desiertas y la oscuridad parecía más profunda, y las luces más débiles. Los pasos de cualquiera sonaban como los pasos de ese hombre cuya mirada buscaba el inspector, cualquier figura solitaria con la que se cruzase podía ser la misma que nadie vio subir del pequeño parque de la Cava en la noche del crimen, alguien que intentaría fingir una cierta naturalidad al regresar a la luz, que sin duda se había sacudido la tierra que le manchaba los pantalones y se había ordenado el pelo con los dedos mientras se deslizaba entre los setos abandonados, entre los bancos donde ya no se sentaban las parejas de novios y bajo las farolas que nunca estaban encendidas, porque cada fin de semana las apedreaban las cuadrillas de jóvenes que se iban a beber a los jardines. Pisaría los cristales de las farolas y de las botellas de cerveza mientras salía del parque, dejando atrás, en el terraplén, la mancha pálida bajo la luna de una cara con los ojos fijos y abiertos. Alguien anda ahora mismo por la ciudad y guarda dentro de sí el recuerdo de esos ojos en el último instante en que fueron capaces de mirar, un segundo antes de que los vitrificara la muerte, y quien ha provocado y presenciado esa agonía no puede mirar como cualquier otro ser humano, en sus pupilas debe quedar un reflejo, un residuo o un chispazo del pavor que hubo en aquellos ojos infantiles. Cuarenta años atrás, el padre Orduña paseaba su mirada por la fila de niños que mantenían la vista al frente mientras aguardaban un castigo y distinguía sin dificultad la mirada del culpable, y luego, después de desenmascararlo y avergonzarlo ante los otros, sonreía y declaraba: «La cara es el espejo del alma».
   Pero el inspector estaba seguro de que hay gente que no tiene alma, y lo que buscaba, sin precisar mucho ese pensamiento, era una cara que no reflejase nada, la cara neutra y los ojos como deshabitados que había visto algunas veces a lo largo de su vida, no demasiadas, por fortuna, al otro lado de una mesa de interrogatorios, bajo los tubos fluorescentes de las comisarías, y también las fotos, algunas caras de sospechosos y convictos que provocaban en él, más que miedo o desprecio, una sensación muy desagradable de frío. En realidad, pensaba ahora, no había conocido a muchos, no era muy frecuente, ni siquiera para un policía, encontrarse con una cara en la que no había el más leve reflejo de un alma, con unos ojos en los que sólo sucediera el acto de mirar.
   —Pero eso no es cierto —le había dicho el padre Orduña—. No hay nadie que no tenga alma, hasta el peor asesino fue creado por Dios a su imagen y semejanza.
   —¿Lo reconocería usted? —dijo el inspector—. ¿Sería capaz de identificarlo en una fila de sospechosos, como cuando nos ponía en fila a nosotros porque alguien había hecho una travesura y usted se nos quedaba mirando uno por uno y siempre encontraba al culpable?
   —Cristo supo que Judas era el traidor nada más que mirándolo.
   —Pero él actuaba con ventaja. Ustedes dicen que era Dios.
   —A Judas lo reconoció con su parte de hombre. —El padre Orduña había adquirido una expresión muy seria—. Con el miedo humano que tenía a ser torturado y a morir.
   Buscaba unos ojos, una cara que sería el espejo de un alma emboscada, un espejo vacío que no reflejaba nada, ni el remordimiento ni la piedad, tal vez ni siquiera el miedo a la policía. Quedaron rastros de sangre masculina, residuos de piel, pelos de la cabeza y del escroto, colillas con saliva. Por las aceras, al otro lado de los cristales de los bares, en los primeros anocheceres adelantados y fríos del otoño, el inspector veía como manchas sin precisión ni volumen las caras de la gente y entre ellas surgía sin aviso la cara imaginada de su mujer, con la que había hablado por teléfono antes de salir de la oficina.    
   La llamaba todas las tardes, a las seis, cuando empezaba en el sanatorio la hora de visita, y algunas veces le preguntaba cómo estaba y ella no decía nada, se quedaba junto al teléfono, callada, respirando fuerte, como cuando estaba tendida en la oscuridad del dormitorio.
   Pero otras caras se le imponían ahora, en un esfuerzo de su voluntad que era también una manera instintiva de huir de su invencible vergüenza. Ahora no podía distraerse, ahora tenía que buscar, que seguir buscando la cara del desconocido, y el impulso que lo alimentaba en su búsqueda obsesiva y no lo dejaba dormir ni ocuparse de nada más no tenía que ver con su sentido del deber o del orgullo profesional y menos todavía con ninguna idea de justicia: lo que lo empujaba era una urgencia de restitución imposible y un apasionado rencor que sin saberlo nadie era un nítido deseo de venganza. Tenía que encontrar la cara de un desconocido para castigarlo porque había matado y para impedirle que volviera a matar, pero quería encontrarla sobre todo para mirarlo a los ojos y concederse durante unos segundos o minutos un arrebato de amenaza, para atrapar a ese individuo por las solapas o por el cuello de la camisa y mirarlo al fondo de los ojos desde muy cerca y golpearle la cabeza contra la pared, para que se muriera de miedo, para que se meara, como se meaban tantos años atrás en las comisarías los estudiantes, los detenidos políticos.
   Salía de la oficina, les decía adiós con un gesto a los guardias de la puerta, miraba a un lado y a otro de la calle, con el miedo antiguo, todavía intacto, con el recelo de mirar a quienes se acercaban y de fijarse si había algún coche aparcado en una posición sospechosa, y nada más alejarse hacia el centro de la plaza donde estaba la estatua del general se convertía en un desconocido y comenzaba su búsqueda, una cara tras otra, espiando sin ser advertido, volviendo siempre a los mismos lugares, la papelería del Sagrado Corazón, donde habían visto a la niña por última vez, bajando hacia el paseo de la Cava y los jardines, en el extremo sur de la ciudad, al filo de la ladera plantada de pinos que terminaba en las huertas, en las primeras ondulaciones del valle.
Algunas tardes rondaba las verjas de las escuelas a la hora de salida. Escuchaba de lejos el escándalo de los niños o se quedaba inmóvil en la acera, entre las madres que esperaban, y entonces se le aparecía la cara de la niña muerta, la de las fotografías y el vídeo de la comunión, la cara que él mismo había visto a la luz de las linternas y de los flashes que disparaba Ferreras, el forense, bajo las copas altas de los pinos, en el terraplén donde la encontraron por casualidad unos barrenderos del ayuntamiento después de una noche y un día enteros de búsqueda. Hacia las nueve de la noche, no mucho más tarde, dijo luego Ferreras, despegándose de las manos los guantes de goma con un ruido desagradable, lavándoselas después bajo el agua caliente de un grifo. «Murió hacia las nueve —repitió—, lo que no sabemos es cuánto tardó en morir», y se acercó otra vez hacia la mesa en la que estaba tendido el cadáver amarillento, amoratado, desnudo y flaco, con las rodillas desolladas, con calcetines blancos. Si parecía una novia, había dicho la madre mirando el vídeo de la comunión delante del inspector, en medio de la tristeza horrible del piso adonde la niña, Fátima, no había vuelto después de ir a comprar una cartulina y una caja de ceras a la papelería de enfrente, y donde ahora estaban sus fotos como imágenes en una capilla, una de ellas sobre una repisa en el mueble del televisor y la otra colgada en la pared, con un marco dorado, una de esas fotos en color impresas en un material parecido al lienzo.
   Estaba el inspector sentado en el sofá y la mujer le había servido, con hospitalidad incongruente, una cerveza y un platito de aceitunas, animándole a tomárselas mientras se limpiaba la nariz con un pañuelo de papel, y luego había puesto el vídeo y sin mediación ni aviso apareció la cara de la niña, en primer plano, con tirabuzones y una diadema, con un vestido blanco, con muchas gasas, el mismo que le pusieron después de muerta, pero había crecido desde que hizo la comunión, un año antes, y se lo habían tenido que dejar abierto por detrás, igual que habían tenido que maquillarle la cara para disimular lo más posible las señales, las manchas moradas, para que no se notase lo que el inspector había visto en el terraplén, bajo los pinos enfermos, los ojos abiertos y ciegos, vítreos, redondos, tan abiertos como la boca.
   Pero la boca estaba taponada por algo, lo que la había asfixiado, un tejido desgarrado y manchado de sangre que sólo el forense extrajo más tarde, muy poco a poco, todavía húmedo, denso de babas, de sangre, aunque no de semen, dijo Ferreras, señalando una de las manchas con la punta del bolígrafo, y el inspector sintió un acceso de asco y de frío, un principio de náusea que dio paso enseguida a un deseo rabioso de llorar. Pero le era imposible, se le había olvidado, no había sabido o podido llorar ni en el entierro de su padre, y tal vez al padre de la niña le ocurría lo mismo, tenía los ojos secos, secos y rojos, los ojos de quien no ha dormido y no va a dormir en mucho tiempo, y aunque durmiera no encontraría el descanso, porque en los sueños volvería a ocurrirle una y otra vez la desaparición de su hija y el temor y la búsqueda y luego la llamada de teléfono, el timbre de la puerta, el inspector y un par de guardias de uniforme que se quitaron la gorra antes de que nadie dijera nada. El hombre no lloró, abrió la boca tensando mucho la mandíbula inferior y entonces el grito que él no llegaba a emitir lo dio su mujer, que se había quedado en el pasillo, sin el valor preciso para acercarse a la puerta cuando sonó el timbre. Gritó y cayó al suelo, y otra mujer vino a ayudarla, y desde entonces al inspector le parecía que no había dejado de escuchar su llanto, ni siquiera cuando se iba de la casa y regresaba a la comisaría con un incierto propósito de hacer algo, de justificarse, de imaginar que el crimen no quedaría impune, que había actos y búsquedas posibles, órdenes que sólo él podía dar.
   De noche, en la cama, a lo largo de tantas noches de insomnio, tendido en la oscuridad, añorando sin verdadera convicción el alcohol y los cigarrillos, veía sucederse en su imaginación las caras diversas de la niña, la que tenía cuando él la vio por primera vez y la que tuvo en la sala de autopsias cuando el forense apartó la sábana para explicarle las lesiones, y también la última cara que le había visto, la del vídeo de la comunión. Veía esas caras y luego, como si la oscuridad se hiciese más densa, veía la otra cara sin rasgos, la de alguien que tal vez a esa misma hora tampoco podía dormir, de alguien que estaba sin duda en la misma ciudad, que caminaba por sus calles y acudía a su trabajo y saludaba a los vecinos. Entonces, algunas veces, el inspector se incorporaba, como quien a punto de dormirse sufre una brusca taquicardia, tenía la sensación imposible de estar al filo de un recuerdo, pero no ocurría nada, ni siquiera le llegaba el sueño, o sólo venía cuando ya estaba amaneciendo, y pensaba en el amanecer de aquel día, en un principio de claridad que habría ido definiendo la cara de la niña, el bulto de su cuerpo, que desde lejos habría parecido como un montón de ropa tirada allí, en el terraplén, donde algunos desaprensivos tiraban basuras, cascos rotos de litronas, cartones de vino malo y de zumo de piña. Ese amanecer a él también lo sorprendió despierto, él había visto la llegada gradual de la luz y sólo supo que se había dormido cuando lo despertó como un disparo el timbre del teléfono.
Temió, confusamente, que lo llamaran del sanatorio. Temió también, y al mismo tiempo, que fuesen a comunicarle un atentado, la muerte de un compañero de la comisaría, pero al recobrar la conciencia también recordó que ya no estaba destinado en Bilbao, que le habían concedido el traslado unos meses antes, después de una espera tan larga, cuando tal vez ya era tarde, como siempre, o casi. Siempre ocurren las cosas cuando ya no hay remedio, se acordaba del modo en que lo miró su mujer cuando él le mostró la notificación, el sobre oficial con un borde desgarrado del que sobresalía una hoja de papel. Hería de tan cerca la fijeza de sus pupilas, pero no estaban mirándolo, miraban a través de él, no hacia el televisor encendido ni hacia la ventana junto a la que ella había aguardado tantas veces, sino hacia la pared, hacia el papel pintado de la pared del piso en el que habían pasado tanto tiempo sin sentir nunca que vivían allí, años en los que sólo al marcharse comprendieron que habían pasado, sin atención ni provecho, desde la última juventud hacia otra edad que no podía llamarse razonablemente madurez y en la que el inspector sentía ahora que habitaba como en una inhóspita provisionalidad tal vez definitiva, como la del piso vacío al que regresaba cada noche exhausto de tanto caminar mirando caras de desconocidos y la cama en la que ya le parecía que estaba esperándole el insomnio igual que volvería a esperarlo su mujer cuando le dieran el alta en el sanatorio.

  1. Análisis del narrador. Las otras voces presentes en este primer capítulo de Plenilunio.
  2. Caracterización de los personajes.
  3. Tiempo externo. 
  4. Referencias temporales pretéritas.
  5. Motivo temático recurrente: persiguiendo una mirada.  

Fotografía: Chema Madoz

viernes, 16 de diciembre de 2016

MODELO DE EXAMEN SOBRE PLENILUNIO [Y TIPO DE RESPUESTA]


  —La echa mucho de menos.
   No había preguntado: afirmaba. Pero el inspector, si se hubiera atrevido a decir la verdad, no habría contestado que sí. Quería que volviera, y no sólo del sanatorio, sino del túnel de desolación y mutismo en el que llevaba tanto tiempo sumida, pero no podía decir que añorara su presencia junto a él, que sintiera su falta en la casa al volver del trabajo. A nadie le podía decir que muchas veces había pensado dejarla, no porque deseara a otra mujer, a otras, sino simplemente porque no la quería, porque hubiera preferido estar solo, sin el continuo agobio de pensar que ella estaba esperándolo cuando tardaba, que estaba sufriendo cada gesto suyo de despego y frialdad: no era verdad que uno pudiera acostumbrarse a todo, ella no lo había logrado, después de tantos años.
   —Mire la luna —dijo Susana: se habían quedado los dos en silencio. Frente a ellos, por encima del valle ondulado de olivares y de la silueta negra de la sierra, la media luna blanca permanecía inclinada e inmóvil como un globo, cercada por una incandescencia fría que apagaba a su alrededor el brillo de las constelaciones—. Qué alta está la luna. ¿Conoce esa canción? Qué alta está la luna. Creo que va a sonar de un momento a otro. E. L. James creía de pequeña que todos los libros trataban de la luna. A mí me pasa eso con las canciones. Casi todas las que más me gustan tienen que ver con ella.
   —Está en cuarto creciente.
   —Yo eso nunca lo sé. ¿Cómo puede estar seguro?
   —Un cura me lo explicó hace muchos años y no se me ha olvidado. La luna es embustera, me decía. Cuando tiene forma de C, no está en cuarto creciente. Lo está cuando parece una D mayúscula. Cada vez que la miro me acuerdo de eso.
   A Susana le estaba pareciendo que la voz de Leonard Cohen era demasiado triste y buscó otra música que le avivara el ánimo, un cedé de Nirvana, Nevermind, que siempre había tenido sobre ella un efecto infalible.
***

Tomando como punto de partida el texto elabora un comentario en el que puedes tratar los asuntos indicados.

  1. Localiza el fragmento en el conjunto de la historia.
  2. Señala la significación del episodio para la caracterización de los personajes.
  3. Polifonía (o multiperspectivismo), estilo, estructura, motivos temáticos recurrentes y técnicas narrativas en Plenilunio.
  4. Relación entre las múltiples historias que contiene la novela.
  5. Localiza los errores que contiene el texto y di por qué son relevantes en esta secuencia.
***
  El fragmento de la historia corresponde a la primera cita entre Susana Grey (antigua profesora de Fátima)  y el inspector.
   Susana le había propuesto ir a tomar algo a un local alejado de la ciudad al que solía ir sola. El inspector no contaba con ello, ambos salían del ascensor donde Fátima había sido raptada y acababan de escuchar, en la casa de la niña, cómo del otro lado del teléfono una voz repetía su nombre.
   El inspector aceptó, lo había cogido desprevenido. Él ni siquiera sabía si quería ir.
  Estaban en el coche de Susana e iban hablando, no iba a ser la primera vez que sucediera esto.
   La música que suena en el coche describe a Susana Grey. Siempre escucha a Ella Fitzgerald u otros artistas de jazz (en una escena posterior sonará Just friends para caracterizar la relación entre Susana y Ferreras). Pero lo más curioso es cómo la luna está siempre presente en las canciones que escucha, ya que hay que tener presente que el violador sólo actúa las noches de luna llena.
   La música hablará de Susana a lo largo de todo el libro, de la sumisión a su antes marido y de sus sentimientos.
   En el fragmento, los errores están relacionados con los artistas y las canciones y, por lo tanto, la descripción de Susana es otra y las sensaciones que se desprenden también. Nirvana no pertenece a su discoteca, la voz masculina y ronca de Leonard Cohen no suena en el coche y no es E. L. James, la autora de 50 sombras de Grey, quien creía que todos los libros hablaban de la luna.
   El inspector transmite frío. Su mujer está en un sanatorio porque él la llevó a un estado de ausencia y desolación durante los años pasados en Bilbao. No es capaz de tomar la determinación de dejarla, aunque tenga claro que no la quiere y, con todo, está dentro del coche de Susana escapando de la ciudad y el ruido de su vida.
   Todos los personajes que aparecen en la novela se van entrelazando de una forma u otra, como aquí el inspector y la que hasta hace un tiempo era una profesora totalmente desconocida para él. Cada personaje filtra su punto de vista en un capítulo mediante el narrador multiselectivo en estilo indirecto libre. El inspector piensa en este episodio “Quería que volviera, y no sólo del sanatorio...” como el violador piensa sobre sus padres en otros, o el padre de Fátima se siente culpable.
   El hecho de que un viaje en coche pueda ocupar casi un capítulo (en un libro con un argumento de novela negra) demuestra que el autor busca algo más. Se emplea una estructura de rebobinado reiterado en paralelo, esto es, los personajes cuentan la misma situación desde sus correspondientes perspectivas y reviven continuamente escenas del pasado. Tal estructura provoca un ritmo lento, que una vez más no se corresponde con la novela de género, y es que no lo es. El autor conduce al lector a la reflexión y se ayuda de todas las intervenciones, mediante el estilo indirecto libre, de los personajes.
   La luna, la música, el norte y el sur, las miradas... son excusas y elementos que se repiten una y otra vez y que no hablan de otra cosa que no sea la naturaleza perversa del hombre.

Lola Mosquera
&
Apollo 16 Onboard Photograph

PLENILUNIO, Antonio Muñoz Molina

ANTONIO MUÑOZ MOLINA, Plenilunio, Booket, 2013, 448 páginas. [9,95 €]


**********

Publicada en 1997 por Alfaguara, a lo largo de estos años conoce varias ediciones (Círculo de Lectores,  Seix Barral...). Ninguna va precedida de prólogo o estudio, por lo tanto, todas son idóneas.

Fechas probables del examen: 25 y 26 de enero.
[40 días / 11,2 páginas/día]

PREGUNTAS HABITUALES

  1. Temas de Plenilunio.
  2. Técnicas narrativas de la novela.
  3. Tiempo y espacio de la novela.
  4. Multiperspectivismo en Plenilunio. Punto de vista del narrador.

sábado, 10 de diciembre de 2016

[¡COLINAS PLATEADAS...], Antonio Machado

¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, oscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece, que las rocas sueñan,
conmigo vais. ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!

Antonio Machado



miércoles, 7 de diciembre de 2016

POR TIERRAS DE ESPAÑA, Antonio Machado

 POR TIERRAS DE ESPAÑA

      El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
      Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
      Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
      Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
      Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
      Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
      El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
      Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.

[PASIÓN Y] PAISAJE





lunes, 5 de diciembre de 2016

MACHADO: LA FOTO FINAL

Siempre me hirió esa foto. También la vergüenza es una herida.
Y yo muchas veces, en mi juventud, me avergoncé de la España
de mi nacimiento y mocedad. Hoy, temo que las cosas no han mudado
tanto. Antonio Machado, un mes antes de su muerte, embarcado
en el horror del exilio junto a su madre anciana y algunos leales
(el singular Corpus Barga entre ellos) parece el decrépito viejecito
que aún no es. Sólo tiene 63 años, pero además del torpe aliño
indumentario y la pobreza de quienes dejan todo atrás, hay un halo
terroso y a la par suciamente sublime de acabamiento. El hombre
al borde de las lágrimas que no verterá, se está diciendo mudo:
Todo terminó y de nuevo perdimos. Perdió la República y su sueño
de una nación distinta y libre, orgullosa de su inteligencia y desatada
de curas, señoritos y esa derecha áspera y obtusa, la más tosca de
Europa. Se perdió el trabajo de mi vida (pero acaso se pierdan todos)
y las ilusiones de amor, que fueron vanas o breves o nunca existieron...
Y el poema deja los mundos sutiles para barrenar el granito de
las trincheras y las explosiones criminales... ¿Palabra en el tiempo?
Cierto. Pero yo no estaré y las rosas de Ronsard serán menos bellas.
Al pobre hombre de la foto (de mal andar, seguro) sólo le queda
derrumbarse y entregar el ánima al desierto y a la tumba sin ruido...
Hasta el amigo Juan Ramón —que lo respetaba lejos— tendría piedad
de él, deseado y deseante como el Hombre que no nace aún...
Fin de un tiempo, de un mundo, de una idea liberal de la vida,
Machado es la imagen de este presente nuestro, de este universo
en el que regentea la canalla, la ignorancia, la vulgaridad, el crimen
y también la estupidez, por supuesto. Antonio de la rabia y de la idea,
nada queda. Todo se agotó. Lo mataron y esquilmaron todo. Como
no resta sino gentuza y lodo y cuatro orates en la claustral biblioteca.
Descansa, túmbate, no pienses, no digas, duerme. Rompo la foto. Y
      lloro.


LUIS ANTONIO DE VILLENA, Imágenes en fuga de esplendor y tristeza, Visor, Madrid, 2016, pp. 144-145.

lunes, 21 de noviembre de 2016

EXAMEN Nº 2



En Florencia han prohibido una exposición de imágenes cristianas, es decir, de imágenes de Jesús El Cristo crucificado, para que su contemplación no hiriese la sensibilidad de los escolares de religión musulmana que pudiesen resultar ocasionales visitantes de una muestra en la que se exhibían, entre otros, cuadros pintados por Chagall, Van Gogh y demás gentes así, al parecer sin importancia en la historia del arte universal. No es insólito, aquí en la España del sur, ya se le ha cambiado el nombre a más de un local, mientras que en la del norte, aquí en Galicia, seguimos teniendo en no pocos de ellos nombres que pudieran molestar a creyentes cristianos, el Tumbadios, por ejemplo, A Santa Sede, por ejemplo, sin que nadie diga nada, ni a nadie moleste lo que a algunos se nos ofrecen o se nos antojan como irreverentes ocurrencias, graciosas algunas de ellas, escasamente ofensivas o pecaminosas.
Es de una estupidez supina el hecho de suspender una exposición de imágenes de Jesús porque le puedan molestar a unos niños. ¡Coño, que no los lleven!, o que no los eduquen en la estupidez .
La figura de Jesús de Nazaret es tan inmensa que no debiera ser delito su desconocimiento; pero sí considerado un ignorante todo aquel que la desconozca o ignore porque estará ayuno de una realidad histórica que alteró el rumbo de la humanidad. Antes de él los hombres ofrecían a Dios sacrificios humanos, después de él es el mismo Dios el que se inmola en beneficio de estos. Sólo eso es más que suficiente y ningún musulmán debería ignorarlo. Menos en estos días. Quien haya prohibido esa exposición es simplemente un cretino. Por no decir otra cosa peor.

ALFREDO CONDE, El Correo Gallego, 20 de noviembre de 2016.[adaptación]


  1. Explica el significado de las siguientes palabras o expresiones destacadas en negrita en el texto. [1 punto]
  2. Resume el contenido del texto; hazlo entre 5 y 10 líneas. Si lo prefieres, puedes optar por elaborar un esquema ordenado que ponga de relieve las ideas principales. [1,5 puntos]
  3. Redacta un comentario crítico sobre el texto, manifestando tu acuerdo o desacuerdo con las ideas contenidas en él. Recuerda que debes elaborar un texto propio, argumentativo, bien organizado, redactado con corrección y adecuación. [1,5 puntos]
  4. Indica el tipo de unidad gramatical y la función sintáctica desempeñada por elementos subrayados en el texto. [1 punto]
  5. Explica detalladamente, proporcionando ejemplos, cómo se forman en español las palabras parasintéticas. [1 punto]
  6. Escribe un texto congruente en el que emplees una oración adverbial temporal, una oración coordinada y una oración que exprese concesión. El léxico debe contener una palabra compuesta tomada del texto de Alfredo Conde, un sustantivo procedente de un nombre propio, una palabra surgida por algún tipo de acortamiento y un préstamo. Es imprescindible que señales cada uno de los elementos requeridos. [1 punto]
  7. Generación del 98: Baroja, Unamuno y Azorín. [1 punto]
  8. Cita a los autores y los títulos de las novelas que en 1902 supusieron una ruptura con el realismo decimonónico. [1 punto]
  9. Recursos principales del lenguaje modernista. [1 punto]
 

EXAMEN Nº 2



Que la cultura se considere elitista es algo que escuché por vez primera en los EE UU. Me resultó sorprendente. Los republicanos solían acusar a los candidatos demócratas de ser unos estirados que leían y tenían un discurso cultivado. En mi cabeza, en mi cabeza de entonces, no cabía que a alguien con responsabilidad política se le pudiera acusar de ser culto como si fuera algo que debiera hacerse perdonar. Pero los tiempos, suele ocurrir, me han quitado la razón, y esa tendencia llegó a España. El otro día, Fernando Navarro, periodista musical de este periódico, firmaba un artículo crítico sobre la inevitablemente célebre gala de Operación Triunfo, y en los primeros comentarios a su texto ya venía la consabida réplica, “este tío se ve que no folla”. Y así todo. O sea, que si hay algo masivo que te disgusta o si hay algo de lo que ni tan siquiera quieres enterarte eres un aburrido, un arrogante y un cursi. Lo guay es sumarse a la masa. No siempre fue así: ocurría que la cultura popular nacía del pueblo e iba conquistando los corazones de la gente, el proceso era de abajo arriba; en cambio, ahora, promovida por las grandes corporaciones, la música limita el gusto de la mayoría: es un producto impuesto desde arriba de manera tan avasalladora que acaba colonizando a los que no tienen otro hueso que roer. Al negocio se suman aquellos que de manera condescendiente bautizan lo masivo como cultura del pueblo. De esta forma, justifican la baratura que se ofrece en el espacio público e ignoran sin mala conciencia ese arte verdadero que hunde sus raíces en lo popular o en lo pop.

ELVIRA LINDO, El País, 5/11/2016 [adaptación]


  1. Explica el significado de las siguientes palabras o expresiones destacadas en negrita en el texto: elitista, réplica, condescendiente y cultura. [1 punto]
  2. Resume el contenido del texto; hazlo entre 5 y 10 líneas. Si lo prefieres, puedes optar por elaborar un esquema ordenado que ponga de relieve las ideas principales. [1,5 puntos]
  3. Redacta un comentario crítico sobre el texto, manifestando tu acuerdo o desacuerdo con las ideas contenidas en él. Recuerda que debes elaborar un texto propio, argumentativo, bien organizado, redactado con corrección y adecuación. [1,5 puntos]
  4. Indica el tipo de unidad gramatical y la función sintáctica desempeñada por elementos subrayados en el texto. [1 punto]
  5. Elige una de estas palabras (responsabilidad, inevitablemente, avasalladora) para explicar cuáles son sus constituyentes mínimos, señalando la regla de formación de palabras por la que se creó e indicando las incidencias morfológicas que detectes. [1 punto]
  6. Escribe un texto congruente en el que emplees tres perífrasis verbales distintas, una oración que exprese consecuencia y otra que exprese comparación. El léxico debe contener dos palabras compuestas y un sustantivo formado por sufijación deverbal regresiva. Es imprescindible que señales cada uno de los elementos requeridos. [1 punto]
  7. El Modernismo. Características Generales a través de la figura de Rubén Darío. [1 punto]
  8. Cita el nombre del autor y los títulos de las novelas protagonizadas por un amoral conquistador y un gobernante perverso. [1 punto]
  9. Explica con detalle en qué consiste una metaficción y pon algún ejemplo evidente en alguna novela escrita por un miembro de la Generación del 98. [1 punto]

 

domingo, 20 de noviembre de 2016

PREGUNTAS POSIBLES EN EL EXAMEN DE LENGUA Nº2




  1. Explica el significado de las siguientes palabras o expresiones destacadas en negrita en el texto. [1 punto]
  2. Resume el contenido del texto; hazlo entre 5 y 10 líneas. Si lo prefieres, puedes optar por elaborar un esquema ordenado que ponga de relieve las ideas principales. [1,5 puntos]
  3. Redacta un comentario crítico sobre el texto, manifestando tu acuerdo o desacuerdo con las ideas contenidas en él. Recuerda que debes elaborar un texto propio, argumentativo, bien organizado, redactado con corrección y adecuación. [1,5 puntos] 

     
  4. Indica el tipo de unidad gramatical y la función sintáctica desempeñada por elementos subrayados en el texto. [1 punto] Elementos que pueden estar subrayados: palabras, frases y cláusulas.
  5. Elige una de estas palabras (acabarían, sobrevivieran, desaconsejado, tiroteados) para explicar cuáles son sus constituyentes mínimos, señalando la regla de formación de palabras por la que se creó e indicando las incidencias morfológicas que detectes. [1 punto] // Localiza en el texto dos palabras compuestas, dos derivadas por prefijación, una parasintética y otra creada por sufijación de verbal regresiva (modelo: riña).
     
  6. Escribe un texto congruente en el que emplees cuatro valores distintos del pronombre se. El léxico debe contener dos palabras que hayan surgido por los dos tipos de parasíntésis, dos palabras compuestas y un sustantivo formado por sufijación deverbal regresiva. Es imprescindible que señales cada uno de los elementos requeridos. [1 punto] // Escribe un texto congruente en el que emplees una oración subordinada adjetiva, una subordinada sustantiva, una oración que exprese condición, otra que exprese relación de causalidad y una adversativa. Es imprescindible que señales cada uno de los elementos requeridos. 

     
  7. El Modernismo. Características Generales a través de la figura de Rubén Darío. [1 punto]
  8. Explica brevemente estos términos referidos a los artistas de la crisis de fin de siglo: simbolistas, estetas, decadentes, dandys, bohemios. [1 punto] // Explica brevemente en qué consiste una metaficción. Propón algún ejemplo. // Cita al menos dos obras de los tres novelistas más importantes de la Generación del 98.   [1 punto]
  9. Generación del 98: Baroja, Unamuno y Azorín.  [1 punto]

viernes, 4 de noviembre de 2016

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA, Pío Baroja

   A Andrés le indignó la indiferencia de la gente al saber la noticia. Al menos él había creído que el español, inepto para la ciencia y la civilización, era un patriota exaltado, y se encontraba que no; después del desastre de las dos pequeñas escuadras españolas en Cuba y en Filipinas, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo; aquellas manifestaciones y gritos habían sido espuma, humo de paja, nada. Cuando la impresión del desastre se le pasó, Andrés fue a casa de Iturrioz; hubo discusión entre ellos.
   —Dejemos todo eso, ya que afortunadamente hemos perdido las colonias —dijo su tío—, y hablemos de otra cosa. ¿Qué tal te ha ido en el pueblo?
   —Bastante mal. [...]
   —No; tuve suerte. Como médico he quedado bien. Ahora, personalmente, he tenido poco éxito.
   —Cuenta; veamos tu odisea en esa tierra de Don Quijote.
   Andrés contó sus impresiones en Alcolea; Iturrioz le escuchó atentamente.
   —De manera que allí no has perdido tu virulencia ni te has asimilado al medio?
   —Ninguna de las dos cosas.
   —Y esos manchegos, ¿Son buena gente?
   —Sí, muy buena gente; pero con una moral imposible. [...]
   No digo que no. Los pueblos como Alcolea están perdidos, porque el egoísmo y el dinero no está repartido equitativamente; no lo tienen más que unos cuantos ricos; en cambio, entre los pobres no hay sentido individual. El día que cada alcoleano se sienta a sí mismo y diga: “No transijo” ese día el pueblo marchará hacia adelante.
   —Claro; pero para ser egoísta hay que saber; para protestar hay que discurrir. Yo creo que la civilización le debe más al egoísmo que a todas las religiones y utopías filantrópicas. El egoísmo ha hecho el sendero, el camino, la calle, el ferrocarril, el barco, todo.
   —Estamos conformes; Por eso indigna ver a esa gente, que no tiene nada que ganar con la maquinaria social, que, a cambio de cogerle el hijo y llevarlo a la guerra, no les da más que miseria y hambre para la vejez, y que aun así la defienden.

PÍO BAROJA, El árbol de la ciencia, 1911.


Para responder a las preguntas planteadas sobre este fragmento de Pío Baroja será bastante útil leer el tema Generación del 98 : Baroja, Unamuno, Azorín.

***

    1.    ¿Qué crítica propia de la Generación del 98 se puede observar en el texto? 

    2.    ¿Cuáles son las ideas de Baroja que se dejan entrever? 

    3.    ¿Cómo es el personaje de Andrés?

viernes, 28 de octubre de 2016

CÁLCULO DE ESTRUCTURAS SINTÁCTICAS

HISTORIA DE UNA HORA

   Como sabían que la señora Mallard padecía del corazón, se tomaron muchas precauciones antes de darle la noticia de la muerte de su marido.
   Su hermana Josephine se lo dijo con frases entrecortadas e insinuaciones veladas que lo revelaban y ocultaban a medias. El amigo de su marido, Richards, estaba también allí, cerca de ella. Fue él quien se encontraba en la oficina del periódico cuando recibieron la noticia del accidente ferroviario y el nombre de Brently Mallard encabezaba la lista de «muertos». Tan sólo se había tomado el tiempo necesario para asegurarse, mediante un segundo telegrama, de que era verdad, y se había precipitado a impedir que cualquier otro amigo, menos prudente y considerado, diera la triste noticia.
   Ella no escuchó la historia como otras muchas mujeres la han escuchado, con paralizante incapacidad de aceptar su significado. Inmediatamente se echó a llorar con repentino y violento abandono, en brazos de su hermana. Cuando la tormenta de dolor amainó, se retiró a su habitación, sola. No quiso que nadie la siguiera.
   Frente a la ventana abierta descansaba un amplio y confortable sillón. Agobiada por el desfallecimiento físico que rondaba su cuerpo y parecía alcanzar su espíritu, se hundió en él.
   En la plaza frente a su casa, podía ver las copas de los árboles temblando por la reciente llegada de la primavera.
   En el aire se percibía el delicioso aliento de la lluvia. Abajo, en la calle, un buhonero gritaba sus quincallas. Le llegaban débilmente las notas de una canción que alguien cantaba a lo lejos, e innumerables gorriones gorjeaban en los aleros.
   Retazos de cielo azul asomaban por entre las nubes, que frente a su ventana, en el poniente, se reunían y apilaban unas sobre otras. Se sentó con la cabeza hacia atrás, apoyada en el cojín de la silla, casi inmóvil, excepto cuando un sollozo le subía a la garganta y le sacudía, como el niño que ha llorado al irse a dormir y continúa sollozando en sueños.
   Era joven, de rostro hermoso y tranquilo, y sus facciones revelaban contención y cierto carácter. Pero sus ojos tenían ahora la expresión opaca, la vista clavada en la lejanía, en uno de aquellos retazos de cielo azul. La mirada no indicaba reflexión, sino más bien ensimismamiento.
   Sentía que algo llegaba y lo esperaba con temor. ¿De qué se trataba? No lo sabía, era demasiado sutil y elusivo para nombrarlo. Pero lo sentía surgir furtivamente del cielo y alcanzarla a través de los sonidos, los aromas y el color que impregnaban el aire.
   Su pecho subía y bajaba agitadamente. Empezaba a reconocer aquello que se aproximaba para poseerla, y luchaba con voluntad para rechazarlo, tan débilmente como si lo hiciera con sus blancas y estilizadas manos. Cuando se abandonó, sus labios entreabiertos susurraron una palabrita. La murmuró una y otra vez: «¡Libre, libre, libre!». La mirada vacía y la expresión de terror que la había precedido desaparecieron de sus ojos, que permanecían agudos y brillantes. El pulso le latía rápido y el fluir de la sangre templaba y relajaba cada centímetro de su cuerpo.
   No se detuvo a pensar si aquella invasión de alegría era monstruosa o no. Una percepción clara y exaltada le permitía descartar la posibilidad como algo trivial.
   Sabía que lloraría de nuevo al ver las manos cariñosas y frágiles cruzadas en la postura de la muerte; el rostro que siempre la había mirado con amor estaría inmóvil, gris y muerto. Pero más allá de aquel momento amargo, vio una larga procesión de años venideros que serían sólo suyos. Y extendió sus brazos abiertos dándoles la bienvenida.
   En aquellos años futuros ella tendría las riendas de su propia vida.
   Ninguna voluntad poderosa doblegaría la suya con esa ciega insistencia con que hombres y mujeres creen tener derecho a imponer su íntima voluntad a un semejante. Que la intención fuera amable o cruel, no hacía que el acto pareciera menos delictivo en aquel breve momento de iluminación en que ella lo consideraba.
   Y a pesar de esto, le había amado, a veces; otras, no. Pero qué importaba, qué contaba el amor, el misterio sin resolver, frente a esta energía que repentinamente reconocía como el impulso más poderoso de su ser.
   —¡Libre, libre en cuerpo y alma! —continuó susurrando.
   Josephine, arrodillada frente a la puerta cerrada, con los labios pegados a la cerradura le imploraba que la dejara pasar.
   —Louise, abre la puerta, te lo ruego, ábrela, te vas a poner enferma. ¿Qué estás haciendo, Louise? Por lo que más quieras, abre la puerta.
   —Vete. No voy a ponerme enferma.
   No; estaba embebida en el mismísimo elixir de la vida que entraba por la ventana abierta.
   Su imaginación corría desaforada por aquellos días desplegados ante ella: días de primavera, días de verano y toda clase de días, que serían sólo suyos. Musitó una rápida oración para que la vida fuese larga. ¡Y pensar que tan sólo ayer sentía escalofríos al pensar que la vida pudiera durar demasiado!
   Por fin se levantó y ante la insistencia de su hermana, abrió la puerta. Tenía en los ojos un brillo febril y se conducía inconscientemente como una diosa de la Victoria. Agarró a su hermana por la cintura y juntas descendieron las escaleras. Richards, erguido, las esperaba al pie.
   Alguien intentaba abrir la puerta con una llave. Brently Mallard entró, un poco sucio del viaje, llevando con aplomo su maletín y el paraguas. Había estado lejos del lugar del accidente y ni siquiera sabía que había habido uno. Permaneció de pie, sorprendido por el penetrante grito de Josephine y el rápido movimiento de Richards para que su esposa no lo viera.
   Pero Richards había llegado demasiado tarde.
   Cuando los médicos aparecieron, aclararon que Louise había muerto del corazón —de la alegría que mata.


RICHARD FORD, Antología del cuento norteamericano, Galaxia Gutenberg, Madrid, 2002.
&
Isao Tomoda

****
Calcula la estructura de las secuencias del listado posterior, tomando como modelo este ejemplo:
Cuando los médicos aparecieron, aclararon que Louise había muerto del corazón
[Oración monoclausal compleja // Oración compuesta que contiene una oración subordinada adverbial temporal y una oración subordinada sustantiva de CD]

(CIR TIEMPO) SUJETO [Ø] PREDICADO CD

[Cuando los médicos aparecieron: oración subordinada adverbial temporal
(C CIR TIEMPO) : [(CIR TIEMPO & RELATOR) SUJETO PREDICADO]
[que Louise había muerto del corazón: oración subordinada sustantiva de CD
RELATOR SUJETO PREDICADO (CIR CAUSA)
cuando: adverbio de tiempo
que: conjunción completiva

En este enlace está la información relevante: La oración compuesta de la gramática tradicional. 
 
  1. Como sabían que la señora Mallard padecía del corazón, se tomaron muchas precauciones.
  2. Fueron muy prudentes antes de darle la noticia de la muerte de su marido.
  3. Se había tomado el tiempo necesario para asegurarse de que era verdad.
  4. Agobiada por el desfallecimiento físico que rondaba su cuerpo, se hundió en el sofá.
  5. Le llegaban débilmente las notas de una canción que alguien cantaba a lo lejos, e innumerables gorriones gorjeaban en los aleros.
  6. Su rostro era joven y hermoso, pero sus ojos tenían ahora la expresión opaca.
  7. Sentía que algo llegaba y lo esperaba con temor.
  8. El pulso le latía rápido y el fluir de la sangre relajaba cada centímetro de su cuerpo.
  9. Que la intención fuera amable, no impedía que el acto pareciera menos delictivo.
  10. Josephine, arrodillada frente a la puerta cerrada, con los labios pegados a la cerradura le imploraba que la dejara pasar.
  11. Musitó una rápida oración para que la vida fuese larga.
  12. Agarró a su hermana por la cintura y juntas descendieron las escaleras.


viernes, 21 de octubre de 2016

TRISTE, MUY TRISTEMENTE, Rubén Darío

TRISTE, MUY TRISTEMENTE

Un día estaba yo triste, muy tristemente
viendo cómo caía el agua de una fuente.

Era la noche dulce y argentina. Lloraba
la noche. Suspiraba la noche. Sollozaba
la noche. Y el crepúsculo en su suave amatista,
diluía la lágrima de un misterioso artista.

Y ese artista era yo, misterioso y gimiente,
que mezclaba mi alma al chorro de la fuente.



Señala el tema del poema y comenta de qué mecanismos lingüísticos o figuras retóricas se sirve para convertir su discurso en arte. Detecta todos los elementos que puedan ser considerados modernistas.




Georges Seurat

AFORISMOS, Oscar Wilde

OSCAR WILDE, El arte de conversar, Atalanta, Girona, 2007, 238 páginas.


Uno siempre puede ser amable con la gente que no le importa.
***
Hoy día la gente conoce el precio de todo y el valor de nada.
****
Todo arte es inmoral. La emoción por la emoción es la meta del arte. Y la emoción por la acción es la meta de la vida.
***
La vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida.
***
El arte es nuestra vigorosa protesta, nuestro heroico intento de enseñarle su sitio a la Naturaleza.
***
Vivir es la cosa más rara del mundo. La mayoría de la gente sólo existe.
***
El mundo es el escenario, pero la obra tiene un pésimo reparto.
***
Amarse a uno mismo es el comienzo de un romance para toda la vida.

jueves, 20 de octubre de 2016

EL MODERNISMO A TRAVÉS DE LA FIGURA DE RUBÉN DARÍO



DE INVIERNO

En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.

El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de Aleçón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño:
entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño

como una rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los ojos; mírame con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.
                                                                                    (Azul...)
&
Ramón Casas

miércoles, 19 de octubre de 2016

ERIK SATIE: DE LA BOHEMIA AL MINIMALISMO




Jazzopedie from Remixdj on Vimeo.




EL ARTE EN LA CRISIS DEL FIN DE SIGLO

   La mayoría de los nuevos escritores tienen en común su actitud rebelde frente a los valores burgueses, en la que coinciden con gran parte de los movimientos artísticos europeos de la larga época que va desde mediados del siglo XIX hasta más allá de la Primera Guerra Mundial (decadentismo, malditismo impresionismo, nihilismo, fauvismo, etc.). En su repulsa del gigantismo industrial de la sociedad capitalista, estos artistas jóvenes adoptan diferentes posturas, no sólo estéticas, sino también ideológicas: el socialismo de Unamuno y Maeztu, el anarquismo peculiar de Martínez Ruiz y Baroja, el carlismo de Valle-Inclán. Este radicalismo ideológico de los nuevos escritores de fin de siglo procedentes en su casi totalidad de medios sociales pequeñoburgues, no es ajeno a la crisis del pensamiento positivista ni a las contradicciones que en la conciencia burguesa genera una sociedad en proceso de cambio acelerado. Se oponen, así, frontalmente a la mediocridad de la sociedad española de la Restauración, y ello tanto a través de su compromiso político como de actitudes irreverentes de todo tipo. Es la época del anarquista literario, del bohemio, del dandy, del escritor maldito. Se identifica en muchos casos revolución social con subversión moral, y de ahí la propensión a la provocación, a las conductas antisociales y amorales, al deseo de épater le bourgeois. Con el paso de los años, la inutilidad práctica de sus esfuerzos y su progresiva integración social atenuará hasta la desaparición ese radicalismo de juventud. Será entonces el momento en que se hagan más evidentes en muchos de estos escritores rasgos que, en alguna medida, ya estaban presentes desde un principio en sus obras: desconfianza en la razón, cierto aristocratismo, marcada propensión al individualismo, visión literaturizada de la vida, pesimismo, etc. Pasan entonces a primer plano en sus textos el paisaje, las viejas ciudades, el tedio vital, los personajes abúlicos e indolentes... Pero debe insistirse en que todo ello no es un rasgo particular y exclusivo de los escritores españoles de este momento, supuestamente agobiados por la sensación de decadencia y desastre que acompañaría a la pérdida en 1898 de las últimas colonias, sino que estamos ante un fenómeno mucho más general que tiene su correlato evidente en las letras europeas de esta época.

&
Ramón Casas

martes, 18 de octubre de 2016

DANDISMO Y BOHEMIA: PUNKS ANTES DE TIEMPO

‘Punk’ antes de tiempo [antes de los movimientos beatnik, hippies o underground...]

Si Wilde terminó hundido, fue por dinamitar esa norma social. “Esa era la esencia de la época victoriana: todas las formas de vida estaban autorizadas, siempre que fuera a escondidas”, ironiza Dantzig. Fue en la capital francesa donde murió en la miseria, en el otoño de 1900, tras cumplir su condena de dos años de trabajos forzados en Inglaterra. Hoy sigue enterrado en el cementerio parisiense de Père-Lachaise.



Arthur Rimbaud fue un atleta del abismo que no se conformó con asomarse a él, sino que quiso robarle sus imágenes, sus visiones, su caída.



lunes, 17 de octubre de 2016

LA CRISIS DE FIN DE SIGLO: MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98

La reacción antiburguesa ante la mercantilización del arte: el arte por el arte.

Estetas, decadentes y malditos: dandismo y bohemia.

El irracionalismo antipositivista: ocultistas y simbolistas.

Modernismo y Generación del 98: Rubén Darío y la regeneración del lenguaje literartio

viernes, 14 de octubre de 2016

MISTER RED: ANÁLISIS MORFOLÓGICO


El público de antes era más sensible a la profesionalidad. Exigía a cada artista un armonioso despliegue de ingenio escénico y un irrenunciable grado de sorpresa, aunque sin alardes inútiles, ya que la extravagancia era un recurso muy poco apreciado y muchos artistas fracasaban a causa de sus afanes de exhibicionismo y desmesura—como les ocurrió, por ejemplo, al mago Pascuali y a Richard el humorista. La caballerosidad se apreciaba. Se aplaudía el saber estar en el escenario. El esfuerzo por agradar era un valor.


En los enlaces, la lectura y la tarea.

Ilustración: Manolo Hugué

miércoles, 5 de octubre de 2016

RESUMEN O ESQUEMA DE IDEAS Y COMENTARIO CRÍTICO




  Es raro el día que no me cruzo con turistas. No bien atravieso el portal de mi casa, me encuentro con ellos, esa gente que viaja por placer, según nos enseña el María Moliner que es un turista. Los veo enfrente de mi domicilio, deslumbrados por el skyline de Barcelona. También es raro el día en que no me preguntan algo. Dado que mi vivienda está en el trayecto que tienen que hacer para llegar al Parc Güell, se me acercan con sus planos desplegados. Algo desorientados me preguntan por el camino exacto que los lleve hasta Gaudí.
   Estas Navidades invité a unos amigos a cenar en un restaurante de la plaza Real. Es un restaurante italiano cuya especialidad son las pizzas. Mis amigos dudaron. Un restaurante en el corazón del turismo de masas, entre la turba invasiva, qué podría ofrecernos sino una comida prefabricada. Cuando terminamos de cenar, mis amigos reconocieron la calidad de lo ingerido y, sobre todo, la calidad de los calamarcitos fritos como si los estuviéramos deglutiendo  en el Albaicín de Granada. Subimos, luego, por las Ramblas hasta plaza Catalunya. Allí nos despedimos y nos deseamos un feliz 2015. Yo, contento, porque me pareció que había ganado para mi causa a unos buenos amigos.
   Mi causa es que no podemos pasarnos toda la vida estigmatizando a los turistas. No podemos seguir creyendo que ya no se puede caminar por las Ramblas porque ellos, además de ensuciar, nos robaron el espacio. Que yo sepa, los turistas no nos echaron de ningún lado. No nos echaron de las Ramblas porque la progresía comprometida (la pija no bajó nunca, ni siquiera en los años setenta), esa progresía de la que yo formo también parte, se marchó sola. Desertamos de las Ramblas mucho antes del 92. Otra cosa muy distinta es exigir una mejor gestión del turismo. Si alguien cree que el turismo con valor añadido y no solo depredador se puede poner en práctica en Barcelona, no tendré ninguna objeción que hacer. Pero sí la tengo y la tendré con ese sector de la inteligencia barcelonesa que va elaborando una ideología de la precaución respecto a ese contaminante calor de masas que no es de casa nostra.
   Si insistimos tanto en la necesidad de limpiar (palabra que suele usarse, no sé con cuánta mayor o menor conciencia de su peligrosísima connotación) de turistas el centro de Barcelona para que podamos recuperar nuestro paraíso perdido, creo que estaremos al borde de pisar terreno pantanoso, tan pantanoso como una disimulada xenofobia disfrazada del ideal de espacio público.

(J. Ernesto Ayala-Dip, El País, 7 de enero de 2015, adaptación)