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domingo, 6 de junio de 2021

UN GATO EN UN PISO VACÍO, Wislawa Szymborska

UN GATO EN UN PISO VACÍO 

 

Morir, eso no se le hace a un gato. 

Porque qué puede hacer un gato 

en un piso vacío. 

Trepar por las paredes. 

Restregarse entre los muebles.

Parece que nada ha cambiado

y, sin embargo, ha cambiado. 

Que nada se ha movido,

pero está descolocado. 

Y por la noche la lámpara ya no se enciende. 

Se oyen pasos en la escalera,

pero no son esos. 

La mano que pone el pescado en el plato

tampoco es aquella que lo ponía.

 

Hay algo aquí que no empieza

a la hora de siempre.

Hay algo que no ocurre

como debería.

Aquí había alguien que estaba y estaba,

que de repente se fue

e insistentemente no está.

 

Se ha buscado en todos los armarios.

Se ha recorrido la estantería.

Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.

Incluso se ha roto la prohibición

y se han desparramado los papeles.

Qué más se puede hacer.

Dormir y esperar.

 

Ya verá cuando regrese,

ya verá cuando aparezca.

Se va a enterar

de que eso no se le puede hacer a un gato.

Irá hacia él

como si no quisiera,

despacito,

con las patas muy ofendidas.

Y nada de saltos ni maullidos al principio. 

 

Wislawa Szymborska

&

Paolo Monti

SOBRE LA POESÍA DE WISLAWA SZYMBORSKA

 

Rasgos significativos de la poesía de Wislawa Szymbroska 
 
   El uso del lenguaje literario se subordina a la exigencia de transmitir un sentido lógico y accesible en el poema, una serie de ideas más o menos embellecidas por el lenguaje pero que, ante todo, conmuevan e inciten al lector a reflexionar. 
   Szymbroska no adoctrina al lector porque no explica el mundo; al contrario, la suya no es una poesía afirmada, sino un discurso que comparte sus dudas con el lector al que le corresponde buscar sus respuestas personales, si acaso se plantea las mismas preguntas. La poesía de Szymborska (con un estilo antiretórico), es un discurso dicho en voz baja que pretende no parecer poesía, motivo por el que consigue que sea recibido fácilmente por un lector próximo, invitado a ser cómplice. 
   Szymbroska concibe la poesía como una forma de conocimiento (la poesía como conciencia de Czeslaw Milosz) que debe ser transmitida al lector (poesía como comunicación), que nunca es sermoneado. 
   La misión de la poesía (“ese encerrar el alma en un suspiro roto”) es visibilizar la singularidad de cada ser humano en el universo y mostrar a las personas que existe la posibilidad de redención, en cada uno, a partir del poder de la palabra. 
   Desde el punto de vista formal, la poesía de Wisława Szymborska es clara y sencilla. Su léxico, esencialmente cotidiano, apenas recurre, ni a los registros más cultos de la lengua ni a la vulgaridad o las jergas, y su retórica economiza el uso de símbolos, metáforas, juegos de palabras sin demasiada complejidad, privilegiando la presencia de la ironía y el humor. 
   En muchos casos la construcción del poema arranca de la observación de detalles nimios que la individual mirada de Szymbroska suele convertir en potentes símbolos universales. Su frecuente uso de la meditación y la reflexión sobre los aspectos más íntimos de la realidad, revela que la de Szymbroska es una poesía filosófica: la buena poesía es filosofía concentrada, porque intenta descifrar las complejidades y misterios del ser a partir del diálogo genuino con uno mismo, además de procurar descifrar el mundo. 
   Sus temas atienden a las preocupaciones sociales, pero también buscan respuesta al sentido de la vida. Suele tratar temas trascendentes abordados desde la vida real y cotidiana de las personas comunes: la indisociable relación entre la muerte y la vida, la presencia del mal en la sociedad, la imposibilidad de acceder al sentido de la vida, el continuo e inasible paso del tiempo… En suma, un amargo existencialismo que surge de las preguntas fundamentales que, a pesar de estar poblada de gritos mudos, descubre y construye desde la soledad y la angustia una lingüística de las posibles respuestas.

martes, 25 de mayo de 2021

SYMPATHY FOR THE DEVIL, The Rolling Stones

 

Sympathy for the Devil

El tema tiene la particularidad de que el cantante Mick Jagger canta la letra en primera persona, desempeñando el papel de lucifer, un personaje en apariencia educado, correcto y con buen gusto, que tras presentarse relata las infamias y actos de maldad que ha cometido en el transcurso de la historia de la humanidad.

La canción empieza con los versos: “Por favor, permíteme que me presente / soy un hombre rico y con clase / …si me conoces, ten algo de cortesía / y algo de buen gusto / usa toda tu bien aprendida lección / o destruiré toda tu alma”.

En los siguientes versos Jagger recrea la época de Jesucristo, la revolución rusa de 1917 y la Segunda Guerra Mundial: “…estaba ahí cuando Jesucristo / tuvo su momento de duda y dolor / me aseguré de que Pilatos / se lavara sus manos y sellara su destino… / observé con alegría / como tus reyes y reinas luchaban durante 10 décadas / por los dioses que ellos mismos habían creado… / andaba por San Petersburgo / cuando vi que era el momento de un cambio / maté al Zar y sus ministros / Anastasia gritó en vano… / conduje un tanque / tuve el rango de General / cuando la guerra relámpago rugía / y los cuerpos apestaban”.

 

Según explicó Mick Jagger, “saqué la idea de la canción de una vieja idea de Baudelaire. Creo, pero puedo estar equivocado. A veces, cuando hojeo mis libros de Baudelaire, no la encuentro por ninguna parte. Pero, en todo caso, fue una idea que saqué de la literatura francesa.

Y sólo tomé un par de líneas y las expandí. Me sorprendí cuando todo el mundo nos tildó de adoradores del diablo por esta canción. No tenía nada que ver con lo que yo había querido decir. El tema de la canción no era el satanismo ni la magia negra ni todas esas estupideces.

Era diferente. Antes habíamos jugueteado con esa imaginería… que era Satanic Majesties…, pero no estaba puesto en palabras… Lo que quiero decir es que no era lo que yo pretendía con «Sympathy for the Devil». Si uno lee bien la letra, no tiene nada que ver con la magia negra en sí”.

Héctor Fuentes

lunes, 24 de mayo de 2021

BREVEDADES


La belleza tiene el poder de resucitar. Basta con ver y oír. Si en la vida no entramos en el paraíso, es por distracción, unicamente por distracción.

CHRISTIAN BOBIN, El hombre alegría, La Cama Sol, Madrid, 2018, p. 86

 

Cuando se sabe adónde se va, se ve y se odia lo que estorba en el camino.

RAFAEL BARRETT

 

La tristeza es más interior que la alegría. ¿Por qué?

Paul Valéry
La vida transcurre con la dulce ficción de que lo vivido ha sido cosa nuestra.

MIGUEL COBO ROSA
 
La memoria se halla repleta de casas vacías que abandonamos saliendo precipitadamente por la ventana.


BENITO ROMERO
Ilustración: Jude Griebel

 

martes, 18 de mayo de 2021

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO, Arthur Rimbaud


UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO

    Antes, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían. 

   Una noche, me senté a la Belleza en las rodillas. — Y la hallé amarga. — Y la insulté. 

   Me armé contra la justicia. 

   Me escapé. ¡Oh brujas, oh miseria, oh odio! ¡A vosotros se confió mi tesoro!

   Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza humana. Contra toda alegría, para estrangularla, di el salto sin ruido del animal feroz.

   Llamé a los verdugos para, mientras perecía, morder las culatas de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme en la arena, la sangre. La desgracia fue mi dios. Me tendí en el lodo. Me sequé al aire del crimen. Y le hice muy malas pasadas a la locura.

   Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota.

   Habiendo estado hace muy poco a punto de soltar el último ¡cuac!, se me ocurrió buscar la clave del festín antiguo, donde había tal vez de recobrar el apetito.

   La caridad es la clave. — ¡Esta inspiración demuestra que soñé!

   «Seguirás siendo hiena, etc.», exclama el demonio que me  coronó de tan amables adormideras. «Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pecados capitales.»

   ¡Ah! Ya aguanté demasiado — Pero, querido Satán, te lo suplico, ¡menos irritación en la pupila! Y mientras llegan las pequeñas cobardías rezagadas, tú que aprecias en el escritor la carencia de facultades descriptivas o instructivas, te arranco unos cuantos asquerosos pliegos de mi cuaderno de condenado.


Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno, 1873. [Traducción: Ramón Buenaventura]

&

Javier Juvera

domingo, 16 de mayo de 2021

LA DIVINA COMEDIA, Dante Alighieri


 

    La Comedia (1351-1353) de Dante, glosada como Divina merced a la admiración de Boccaccio, es en cierto modo una guía de viajes por una senda de doble sentido. Un diario personal acerca de las ciudades que recorrió el autor en su deriva. Un itinerario del alma a través del mapa espiritual que fue componiendo la Iglesia. Lugares de ultra montes para el escritor andariego. Destinos de ultratumba para los fieles difuntos. Memoria u olvido mortales. Premio o castigo divinos. La peregrinación del hombre por la tierra («per agere») hacia el más allá.

   La Italia del Trecento era un puzle de repúblicas en pie de guerra. La biografía de Dante —el nombre con el que fue bautizado— estuvo ligada a las banderizas entre güelfos (partidarios del papa) y gibelinos (seguidores del emperador). Ciudadano de Florencia, donde nació en 1265, el poeta pasó de ser héroe en la batalla de Campaldino a traidor después de la matanza de los Valois. En adelante, desterrado a perpetuidad, ejerció de embajador en Roma y la Toscana, de refugiado en Verona y Venecia y, al cabo, de vecino de Rávena, en cuyo caserío falleció en 1321. A través de sus cánticos encadenados, cuyos ecos resuenan en la armonía de las esferas celestes, nuestro escritor entregó toda su vida a Beatriz: «L’amore che move el sole e l’altre stelle».

   La Divina Comedia traza la geografía de la eternidad del cristianismo. En su cosmovisión primitiva, recogida por los Santos Padres, sólo contemplaba el Paraíso de los justos y el Infierno de los pecadores. Los teólogos medievales reformularon dos nuevos espacios: el Limbo para los niños fallecidos sin haber recibido el bautismo y el Purgatorio para los tibios de fe que habían de purgar sus faltas antes de alcanzar la gloria. Ambos son canales de gracia. Pero ambos responden también a la codicia recaudatoria del papado. Al punto que en el concilio de Ferrara-Florencia sólo los latinos decidieron cobrar indulgencias para evitar el averno, mientras los ortodoxos consideraban que la privación de la vista de Dios era castigo más que suficiente.

   La ruta mística que sigue el lector es una ascensión vertical desde las calderas de Pedro Botero hasta el reino de los cielos. Ahora bien, será la descripción del Infierno la que acuñará el término dantesco como sinónimo de espanto. La iconografía le fue a la zaga. La imagen de Satán devorando a los pecadores se repite en el Juicio Final de Taddeo di Bartolo en San Gimignano y de Coppo di Marcovaldo en el baptisterio de San Juan. Sin embargo, esas representaciones se volvieron cada vez más personales: Botticelli las hace mitológicas; Doré, románticas; Dalí, oníricas... Cada artista pinta sus propios demonios.

   El poeta laureado, junto a Petrarca y Boccaccio, inauguró el «dolce stil nuovo» de la lengua italiana. Pero, sobre todo, encarnó una personalidad más moderna. Hasta el Quattrocento, se consideraba inmoral contar las experiencias propias. Ahora, el autor no sólo protagoniza la obra, sino que se atreve a llevar al mismísimo Virgilio por compañero. Tampoco esconde su pasión por Beatriz, que, entre el amor cortés y el amor platónico, simboliza la belleza.

   En Rávena, ante su tumba paredaña a la basílica de San Francisco, aún me deslumbra el fulgor dorado de los mosaicos bizantinos. Cuando, sin esperarlo, recibo el dardo frío del exilio. Entonces, ¿cómo no sentirse perdido en la selva oscura de la vida? 

Pedro García Martín en 

AAUU, Atlas de Literatura Universal, Nórdica Libros, Madrid, 2017

&

Domenico di Michelino

sábado, 15 de mayo de 2021

SOBRE EL JARDÍN DE LAS DELICIAS


Juan Ibañez (Sevilla, 1955) asegura que la edad física no guarda relación con la vitalidad intelectual y emocional. Y esta vitalidad es la que se refleja en su obra: Un corto animado con el escenario y los personajes del cuadro de El Bosco, El jardín de las delicias. Este artista multidisciplinar, licenciado en Bellas Artes y con un par de doctorados pendientes de sus respectivas tesis, asegura que los tebeos "le marcaron" desde niño. Compaginó durante años su faceta de diseñador con la de dibujante de cómics y pintor, las exposiciones y el arte oriental le condujeron a Tokio, donde vivió durante dos años. Al regresar a Sevilla, Ibáñez venía buscando nuevas formas de expresión y planteamientos frescos. Pasó por el fotomontaje, la animación, y finalmente se topó con la tecnología, que le permitiría dar vida y movimiento a su arte, expresado a través de los grandes como Velázquez, Goya o El Bosco. La música de su corto, El jardín de las delicias, las ha elaborado a partir de descartes de músicos anónimos.





JUAN IBÁNEZ, El jardín de las delicias, 2012.

jueves, 13 de mayo de 2021

LA CARNAVALIZACIÓN DE LA CULTURA DESDE LA EDAD MEDIA


   La cultura popular pone en marcha los mecanismos transformadores de la literatura y el arte en general. La cultura oficial vigila la conservación de los géneros canónicos; pero la cultura popular los modifica de acuerdo con su visión del mundo y de la vida. El escritor, en este sentido, interpretaría, traduciría o concretaría —conviene mantener la metáfora del corifeo para el papel del autor— lo que la cultura popular ya realizaba desde la plaza pública.






miércoles, 12 de mayo de 2021

CUENTOS


EL LEÓN Y LA LIEBRE [Panchatantra
 
   En una montaña llamada Mandara, había un león nombrado Durdanta. Dicho león se entretenía en hacer una continua matanza de animales. Estos se unieron y le enviaron representaciones.
   —Señor —le dijeron— ¿por qué destruís así a todos los animales? Todos los días os enviaremos a uno de nosotros para que os alimentéis.
   Y así fue. El león, a partir de entonces, devoró todos los días a uno de aquellos animales.
   Cierto día, una liebre vieja, a la que le llegó el turno de servir de pitanza, se dijo para sus adentros:
   —No se obedece más que a aquel a quien se teme. Y eso para conservar la vida. Si debo morir, ¿de qué me va a servir el demostrar sumisión al león? Voy, pues, a tomarme tiempo excesivo para llegar hasta él. No me puede costar más que la vida ¡y ésa la he de perder! Así habré pasado mis últimos momentos completamente desligada de las cosas de aquí.
   Se puso en marcha, aunque fue deteniéndose por el camino, aquí y allá, para masticar algunas sabrosas raíces.
   Por fin llegó a donde estaba el león y este, que tenía hambre, le dijo colérico, en cuanto la vio:
   —¿Por qué vienes tan tarde?
   —No es mía la culpa —respondió la liebre—. He sido detenida en el camino y retenida a la fuerza por otro león, al que he jurado volver a su lado, y vengo a decírselo a vuestra majestad.
   —Llévame pronto —dijo furioso el león— cerca de ese bribón que desconoce que soy todopoderoso.
   La liebre condujo a Durdanta junto a un pozo profundo. Allí le dijo: 
   —Mirad, señor; el atrevido está en el fondo de su antro.
   Y mostró al león su propia imagen, reflejada en el agua del pozo.
   El león, hinchado de orgullo, no pudo dominar su cólera, y, queriendo aplastar a su rival, se precipitó dentro del pozo en donde encontró la muerte.
   Lo cual prueba que la inteligencia aventaja a la fuerza. La fuerza desprovista de inteligencia no sirve de nada. 
 
 
EL RATÓN TRANSFORMADO EN NIÑA [Panchatantra]
   
   Un brahmán se paseaba en cierta ocasión por los alrededores de una fuente, y vio caer, inmediato a sus pies, un ratón desprendido del pico de un cuervo. Lo cogió y lo llevó a su casa; después suplicó a los dioses que lo transformaran en una niña, gracia que le fue concedida. Algunos años después, viendo que la niña había llegado a la edad apropiada para casarla, dijo a la joven:
   —Elige de toda la Naturaleza el ser que más te guste; prometo casarte con él.
   —Quiero —dijo la joven— un marido que sea tan fuerte que nunca pueda ser vencido.
   —Es el Sol, entonces, lo que quieres —dijo el brahmán.
   Y al día siguiente, dijo al Sol:
   —Mi hija desea un esposo que sea invencible; ¿querrías casaros con ella?
   Pero el Sol le respondió:
   —La nube destruye mi fuerza; dirigíos a ella.
   El brahmán hizo la misma pregunta a la nube.
   —El viento —dijo esta— me hace ir adonde mejor le parece.
   El anciano no se desanimó: y rogó al viento que se casara con su hija; pero como el viento le hizo saber que su fuerza era detenida por la montaña. Se dirigió a la montaña:
   —El ratón es más fuerte que yo, puesto que me agujerea por todas partes y penetra en mis entrañas.
   El anciano fue, pues, en busca de un ratón, que consintió en casarse con su hija, diciendo que hacía tiempo buscaba mujer.
   El brahmán, cuando entró en su casa, preguntó a su hija si quería casarse con el ratón y ella aceptó, puesto que el ratón vencía a la montaña, la cual detenía al viento, dueño de la nube que oculta al sol. El buen hombre se dijo entonces:
   —Para llegar a este fin, ¿qué falta hacía haber cambiado al ratón en niña?
   Y rogó al dios que la joven volviera a su primitivo estado de ratón, gracia que obtuvo. 
 
 
EJEMPLO DEL LADRÓN Y DEL RAYO DE LUNA [Disciplina Clericalis
 
   Se cuenta que un ladrón fue a casa de un hombre rico con intención de robar. Subiendo hacia el tejado, llegó a una ventana por la que salía humo y se paró a escuchar, a ver si había dentro alguien despierto. Pero lo sintió el dueño de la casa y en voz muy baja dice a su mujer: «Pregúntame en alta 1voz de dónde me viene tan gran fortuna como tengo. E insiste mucho en saberlo.» Entonces ella dice en alta voz: «Señor, ¿de dónde obtuviste tanta fortuna, sin haber sido nunca mercader?» Y él: «Guarda lo que Dios nos dio y úsalo a tu placer, y no preguntes cómo he logrado tanto dinero.» Pero ella, como le había sido mandado, insistía más y más en saberlo. Por fin, como si se viera obligado a ello por la insistencia de su mujer, dijo así: «A ver si no descubres nuestro secreto a nadie: He sido ladrón.» Y ella: «¡Me causa asombro que pudieras adquirir tan gran fortuna robando y no hayamos oído nunca decir mal de ti!» Y él, a su vez, dice: «Es que un maestro mío me enseñó un encantamiento para cuando, asaltando una casa, subiera hacia el tejado. Al llegar a la ventana debía cogerme con la mano a un rayo de luna y repetir siete veces la fórmula mágica, a saber ‘saulem’; así, entraba por la ventana sin peligro, y cogiendo todo lo que de valor encontraba, arramblaba con ello; hecho esto, volvía a cogerme al rayo de luna y, diciendo siete veces la misma fórmula, subía otra vez hasta la ventana con todo lo robado y me lo llevaba a mi casa. Con tal arte logré la fortuna que tengo.» Y dice la mujer: «Hiciste bien en decírmelo, pues cuando tenga un hijo, para que no se vea pobre, he de enseñarle tal encantamiento.» Y díjole el marido: «Ahora déjame dormir, que tengo mucho sueño y quiero descansar.» Y para engañar mejor al ladrón, empezó a roncar como si durmiera. Al oír todo eso el ladrón se alegró mucho y, diciendo siete veces la fórmula y cogiéndose con la mano a un rayo de luna, soltó manos y pies y cayó por la ventana adentro de la casa, haciendo un gran ruido, y, pues que se había roto un brazo y una pierna, comenzó a gemir. Pero el dueño de la casa, como si fuera ignorante de todo, le dice: «¿Quién eres tú, que así caíste?» Al cual el ladrón: «Yo soy un desventurado ladrón que se fió de tus palabras falaces.» A esto el hijo: «Bendito seas, que me has enseñado a evitar los consejos engañosos.»
   El filósofo dice: «Guárdate del consejo ázimo hasta que esté fermentado.»
   Otro: «No sigas el parecer de quien te aconseja negar el beneficio de otro, porque quien niega un beneficio se acusa a sí mismo ante los ojos del que todo lo ve.»
   Otro: «Si te encuentras en buena fortuna muéstrate avisado para no cometer errores; porque con gran frecuencia los bienes mayores disminuyen o se pierden.» 
 
 
EL LADRÓN Y EL RAYO DE LUNA [Calila y Dimna
 
 
   Una noche de luna llena andaba un ladrón sobre la casa de un hombre rico. La luz de la luna entraba por la ventana abierta y el hombre despertó al oír moverse al ladrón. Entonces hizo que su mujer se despertase y le pidió que le preguntase en voz alta cómo había llegado a poseer tantas riquezas, y que insistiese, aunque él se mostrase remiso, hasta que le diese respuesta. Así lo hizo la mujer y el ladrón oyó lo que decían:
   —Ya que te pones tan pesada, te lo diré —respondió al fin el marido—. Yo me hice rico robando. —¿Cómo es posible, si todo el mundo te tiene por una persona honrada?
   —Descubrí un secreto que me permitía robar de manera muy disimulada.
   —¿Y cómo lo hacías?
   —Robaba en las noches de luna llena, como hoy. Trepaba hasta el tejado de la casa en la que quería robar, buscaba una ventana por donde entrase la luna, repetía siete veces la palabra saulan, me abrazaba al rayo de luna, y descendía por él hasta la ventana, para entrar en la casa. Y cuando había cogido lo que me apetecía, volvía a bajar al suelo por el rayo de luna. Así gané todo lo que tengo.
   Al oír aquello el ladrón, pensó que había conseguido mucho más de lo que podía imaginar. Y cuando el matrimonio guardó silencio, una hora más tarde, pronunció siete veces la palabra saulan y se agarró al rayo de luna para descender hasta la ventana, pero cayó al suelo de la calle, descalabrándose.
   Por eso yo me guardé de creer en las cosas dudosas, que tenían peligro de muerte, y estudié para hallar las reglas más adecuadas, pero no encontré respuestas convincentes en ninguno de mis interlocutores, y por fin decidí atenerme a las que habían seguido mis padres, aunque aquello no tenía explicación, con lo que me acordé de aquel tragaldabas a quien, cuando le reprochaban su glotonería, respondía: «Así comían mis padres y mis abuelos».
   Pero no encontré nada que justificase no permanecer en la religión paterna. Y aunque quería dejarlo todo y seguir estudiando las distintas religiones, consideré que, entretanto seguía con mis pesquisas, el tiempo iba pasando, el fin está al acecho, y la muerte sucede en un abrir y cerrar de ojos, de modo que la suerte podía hacer que muriese antes de descubrir lo que quería. Y mientras dudaba, me podía suceder lo que dicen que le pasó a un hombre que amaba a una mujer casada. 
 
 
LUNA 
 
   Jacobo, el niño tonto, solía subirse a la azotea y espiar la vida de los vecinos.
   Esa noche de verano el farmacéutico y su señora estaban en el patio, bebiendo un refresco y comiendo una torta, cuando oyeron que el niño andaba por la azotea. 
   —¡Chist! —cuchicheó el farmacéutico a su mujer—. Ahí está otra vez el tonto. No mires. Debe de estar espiándonos. Le voy a dar una lección. Sígueme la conversación, como si nada…
   Entonces, alzando la voz, dijo:
   —Esta torta está sabrosísima. Tendrás que guardarla cuando entremos: no sea que alguien se la robe.
   —¡Cómo la van a robar! La puerta de la calle está cerrada con llave. Las ventanas, con las persianas apestilladas.
   —Y… alguien podría bajar desde la azotea.
   —Imposible. No hay escaleras; las paredes del patio son lisas…
   —Bueno: te diré un secreto. En noches como esta bastaría que una persona dijera tres veces «tarasá» para que, arrojándose de cabeza, se deslizase por la luz y llegase sano y salvo aquí, agarrase la torta y escalando los rayos de la luna se fuese tan contento. Pero vámonos, que ya es tarde y hay que dormir.
   Se entraron dejando la torta sobre la mesa y se asomaron por una persiana del dormitorio para ver qué hacía el tonto. Lo que vieron fue que el tonto, después de repetir tres veces «tarasá», se arrojó de cabeza al patio, se deslizó como por un suave tobogán de oro, agarró la torta y con la alegría de un salmón remontó aire arriba y desapareció entre las chimeneas de la azotea. 
 
ENRIQUE ANDERSON IMBERT, El milagro y otros cuentos (1985). 
 
EJEMPLO DE LA PERRILLA QUE LLORABA [Pedro Afonso, Disciplina Clericalis
 
   Se cuenta que un hombre de noble familia tenía una esposa muy casta y hermosa. Sucedió que, habiendo de ir en peregrinación a Roma, no quiso ponerle un guardián, sino que dejó que se guardara ella misma ya que confiaba en sus castas constumbres y en la probidad de su honradez. Y preparando cuanto era menester partió mientras que la esposa se quedó viviendo castamente y siendo prudente en todo. Pero sucedió un día que, por necesidad, tuvo que salir de su casa para ir a la de la vecina, y hecha la negociación que la llevaba, volvió a la suya. Viola en el camino un joven y, enamorado de ella con pasión ardiente, le envió muchos mensajeros deseando ser correspondido. La mujer a todos despedía rechazándolos. El mancebo, viéndose despreciado, sintió tanto dolor que enfermó gravemente. Iba, sin embargo, con frecuencia, al mismo sitio de donde había visto salir a la dueña, deseando encontrarla, sin que nunca pudiera lograrlo. Cuando estaba llorando de pena se encontró con una vieja, vestida con hábitos de religiosa, que le preguntó cuál era su dolor; el joven no quiso descubrir lo que pasaba en su alma. «Pues cuando alguien se niega a descubrir su enfermedad al médico —dijo la vieja— tanto más sufre por ella.» Oído esto, el joven decidióse a comunicarle su secreto. Al cual la vieja: «Con la ayuda de Dios he de encontrar remedio para lo que me dices», y separándose de él, se fue a su casa; allí hizo ayunar durante dos días a una perrilla que tenía con ella. Al tercer día le dio, hambrienta como estaba, pan mezclado con mostaza y a la perra, al comerlo, empezaron a llorar los ojos por el amargor. Después fue la vieja a casa de la púdica dueña a la que el dicho mozo tanto amaba; y fue honrosamente recibida por ella, por sus hábitos religiosos. Iba seguida por su perrilla. Y como la mujer viese llorar a la perra, preguntó qué tenía y por qué lloraba. Contestó la vieja a esto: «Querida amiga, no preguntes qué ocurre porque, por el gran dolor, no puedo decirlo.» La mujer más instaba a que lo dijera, a lo cual la vieja: «Esta perrilla que ves era mi hija, casta y honrada en exceso, a la que un joven amó; pero tan casta era ella que lo despreciaba, y no quería saber nada de su amor. El, de tanto sufrimiento, enfermó gravemente y mi hija, castigada por la culpa que en ellos había, fue cambiada en perrilla.» Dicho esto, como agobiada por su pena, rompió a llorar la vieja aquella. A esto la mujer: «Y yo querida dueña, que soy culpable de un pecado igual, te pregunto: ¿qué podría hacer? Pues me ama un joven, pero yo le desprecié por amor a la castidad y él también sufre del mismo modo.» A lo cual la vieja: «Te aconsejo, querida amiga, que, tan pronto como puedas, te compadezcas y hagas lo que te pide; no vaya a ser que también tú te veas, como mi hija, mudada en perra. Pues si hubiera yo sabido del amor entre ese joven y mi hija, nunca ella fuera cambiada en perrilla.» A la cual dice la casta mujer: «Te ruego que me des un consejo útil para este caso, no sea que también yo vaya a transformarme, privada de mi forma propia, en perrilla.» La vieja: «Con mucho gusto, por el amor de Dios y la salvación de mi alma y porque me compadezco de ti, buscaré a ese joven, y, si puedo encontrarlo en algún sitio, te lo traeré.» A lo cual dio gracias la mujer; y así, la vieja tramposa hizo lo que había ofrecido: trajo al mozo, como prometió y los unió a ambos.
   El discípulo dijo al maestro: «Nunca oí cosa tan admirable: parece hecha por arte del diablo.» El maestro: «No lo dudes.» El discípulo: «Espero que si hay alguien tan sabio que esté siempre en guardia frente a la posibilidad de ser burlado por el arte de la mujer, podrá defenderse de sus mañas.» 
 
EJEMPLO DEL HOMBRE, LA MUJER, EL PAPAGAYO Y LA CRIADA [Sendebar o Libro de los engaños de las mujeres
 
   —Señor: oí decir que un hombre era celoso de su mujer. Compró un papagayo, metiólo en una jaula y lo puso en su casa mandándole que le contase todo cuanto viese hacer a su mujer, y que no le encubriese nada. Después marchó a sus quehaceres e inmediatamente entró el amigo de ella. El papagayo vio cuanto ellos hicieron y cuando el hombre bueno vino de su trabajo, se sentó —sin que lo supiera su mujer—, mandó traer al papagayo y le preguntó lo que había visto y le contó todo lo que viera hacer a la mujer con su amigo. El hombre se ensañó contra ella y no volvió a hablarle ni a tener contacto con ella.
   La mujer creyó que la había descubierto la criada, la llamó y le dijo:
   —Tú contaste a mi marido todo cuanto hice.
   La moza juró que no había dicho nada:
   —Sino, sabed que fue el papagayo.
   Cuando anocheció, la mujer cogió la jaula, la bajó en tierra y comenzó a echarle agua con una regadera, como si fuera lluvia; tomó un espejo en una mano y lo puso sobre la jaula, con la otra mano tomó una candela y hacía guiños de forma que parecían relámpagos; la mujer, además, comenzó a mover un molino casero y el papagayo pensó que eran truenos. Ella estuvo haciendo este juego durante toda la noche, hasta que amaneció.
   Cuando por la mañana vino el marido, inmediatamente le preguntó al papagayo:
   —¿Viste esta noche alguna cosa?
   —No pude ver ninguna cosa con la lluvia, truenos y relámpagos que hubo esta noche.
   —Si todo cuanto me has dicho de mi mujer es tan verdad como esto, no hay ser más mentiroso que tú. Y lo mandó matar.
   Envió a buscar a su mujer, perdonóla e hicieron las paces.
   Y yo, señor, no te di este ejemplo sino para que sepas los engaños de las mujeres, que son muchos, y muy fuertes en artes y no tienen ni cabo ni fin.
   Mandó, pues, el rey que no matasen a su hijo. 
 
EL ÁNGEL DE LA MUERTE Y EL REY DE ISRAEL [Las mil y una noches
 
   Se cuenta de un rey de Israel que fue un tirano. Cierto día, mientras estaba sentado en el. Trono de su reino, vio que entraba un hombre por la puerta de palacio; tenía la pinta de un pordiosero y un semblante aterrador. Indignado por su aparición, asustado por el aspecto, el Rey se puso en pie de un salto y preguntó:
   —¿Quién eres? ¿Quién te ha permitido entrar? ¿Quién te ha mandado venir a mi casa?
   —Me lo ha mandado el Dueño de la casa. A mí no me anuncian los chambelanes ni necesito permiso para presentarme ante reyes ni me asusta la autoridad de los sultanes ni sus numerosos soldados. Yo soy aquel que no respeta a los tiranos. Nadie puede escapar a mi abrazo; soy el destructor de las dulzuras, el separador de los amigos.
   El rey cayó por el suelo al oír estas palabras y un estremecimiento recorrió todo su cuerpo, quedándose sin sentido. Al volver en sí, dijo:
   —¡Tú eres el Ángel de la Muerte!
   —Sí.
   —¡Te ruego, por Dios, que me concedas el aplazamiento de un día tan sólo para que pueda pedir perdón por mis culpas, buscar la absolución de mi Señor y devolver a sus legítimos dueños las riquezas que encierra mi tesoro; así no tendré que pasar las angustias del juicio ni el dolor del castigo!
   —¡Ay! ¡Ay! No tienes medio de hacerlo. ¿Cómo te he de conceder un día si los días de tu vida están contados, si tus respiros están inventariados, si tu plazo de vida está predeterminado y registrado?
   —¡Concédeme una hora!
   —La hora también está en la cuenta. Ha transcurrido mientras tú te mantenías en la ignorancia y no te dabas cuenta. Has terminado ya con tus respiros: sólo te queda uno.
   —¿Quién estará conmigo mientras sea llevado a la tumba?
   —Únicamente tus obras.
   —¡No tengo buenas obras!
   —Pues entonces, no cabe duda de que tu morada estará en el fuego, de que en el porvenir te espera la cólera del Todopoderoso.
   A continuación le arrebató el alma y el rey se cayó del trono al suelo.
   Los clamores de sus súbditos se dejaron oír; se elevaron voces, gritos y llantos; si hubieran sabido lo que le preparaba la ira de su Señor, los lamentos y sollozos aún hubiesen sido mayores y más y más fuertes los llantos.
 
EL GESTO DE LA MUERTE
 
   Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
   —¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
   El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
   —Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
   —No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y es allí donde debo tomarlo esta noche.
 
Jean Cocteau
 
HISTORIA DEL TONEL DE PERONELLA [Giovanni Bocaccio, Decameron
 
SÉPTIMA JORNADA – NARRACIÓN SEGUNDA 
 
 
   Peronella mete a su amante en una tinaja al volver su marido a casa; la cual habiéndola vendido el marido, ella le dice que la ha vendido ella a uno que está dentro mirando a ver si le parece bien entera; el cual, saliendo fuera, hace que el marido la raspe y luego se la lleve a su casa.
   Con grandísima risa fue la historia de Emilia escuchada y la oración como buena y santa elogiada por todos, siendo llegado el fin de la cual mandó el rey a Filostrato que siguiera, el cual comenzó:
   —Carísimas señoras mías, son tantas las burlas que los hombres os hacen y especialmente los maridos, que cuando alguna vez sucede que alguna al marido se la haga, no debíais vosotras solamente estar contentas de que ello hubiera ocurrido, o de enteraros de ello o de oírlo decir a alguien, sino que deberíais vosotras mismas irla contando por todas partes, para que los hombres conozcan que si ellos saben, las mujeres por su parte, saben también; lo que no puede sino seros útil porque cuando alguien sabe que otro sabe, no se pone a querer engañarlo demasiado fácilmente. ¿Quién duda, pues, que lo que hoy vamos a decir en torno a esta materia, siendo conocido por los hombres, no sería grandísima ocasión de que se refrenasen en burlaros, conociendo que vosotras, si queréis, sabríais burlarlos a ellos? Es, pues, mi intención contaros lo que una jovencita, aunque de baja condición fuese, casi en un momento, para salvarse hizo a su marido.
   No hace casi nada de tiempo que un pobre hombre, en Nápoles, tomó por mujer a una hermosa y atrayente jovencita llamada Peronella; y él con su oficio, que era de albañil, y ella hilando, ganando muy escasamente, su vida gobernaban como mejor podían. Sucedió que un joven galanteador, viendo un día a esta Peronella y gustándole mucho, se enamoró de ella, y tanto de una manera y de otra la solicitó que llegó a intimar con ella. Y para estar juntos tomaron el acuerdo de que, como su marido se levantaba temprano todas las mañanas para ir a trabajar o a buscar trabajo, que el joven estuviera en un lugar de donde lo viese salir; y siendo el barrio donde estaba, que Avorio se llama, muy solitario, que, salido él, éste a la casa entrase; y así lo hicieron muchas veces. Pero entre las demás sucedió una mañana que, habiendo el buen hombre salido, y Giannello Scrignario, que así se llamaba el joven, entrado en su casa y estando con Peronella, luego de algún rato (cuando en todo el día no solía volver) a casa se volvió, y encontrando la puerta cerrada por dentro, llamó y después de llamar comenzó a decirse:
   —Oh, Dios, alabado seas siempre, que, aunque me hayas hecho pobre, al menos me has consolado con una buena y honesta joven por mujer. Ve cómo enseguida cerró la puerta por dentro cuando yo me fui para que nadie pudiese entrar aquí que la molestase.
   Peronella, oyendo al marido, que conoció en la manera de llamar, dijo:
   —¡Ay! Giannelo mío, muerta soy, que aquí está mi marido que Dios confunda, que ha vuelto, y no sé qué quiere decir esto, que nunca ha vuelto a esta hora; tal vez te vio cuando entraste. Pero por amor de Dios, sea como sea, métete en esa tinaja que ves ahí y yo iré a abrirle, y veamos qué quiere decir este volver esta mañana tan pronto a casa.
   Giannello prestamente entró en la tinaja, y Peronella, yendo a la puerta, le abrió al marido y con mal gesto le dijo:
   —¿Pues qué novedad es ésta que tan pronto vuelvas a casa esta mañana? A lo que me parece, hoy no quieres dar golpe, que te veo volver con las herramientas en la mano; y si eso haces, ¿de qué viviremos? ¿De dónde sacaremos pan? ¿Crees que voy a sufrir que me empeñes el zagalejo y las demás ropas mías, que no hago día y noche más que hilar, tanto que tengo la carne desprendida de las uñas, para poder por lo menos tener aceite con que encender nuestro candil? Marido, no hay vecina aquí que no se maraville y que no se burle de mí con tantos trabajos y cuáles que soporto; y tú te me vuelves a casa con las manos colgando cuando deberías estar en tu trabajo.
   Y dicho esto, comenzó a sollozar y a decir de nuevo:
   —¡Ay! ¡Triste de mí, desgraciada de mí! ¡En qué mala hora nací! En qué mal punto vine aquí, que habría podido tener un joven de posición y no quise, para venir a dar con este que no piensa en quién se ha traído a casa. Las demás se divierten con sus amantes, y no hay una que no tenga quién dos y 5quién tres, y disfrutan, y le enseñan al marido la luna por el sol; y yo, ¡mísera de mí!, porque soy buena y no me ocupo de tales cosas, tengo males y malaventura. No sé por qué no cojo esos amantes como hacen las otras. Entiende bien, marido mío, que si quisiera obrar mal, bien encontraría con quién, que los hay bien peripuestos que me aman y me requieren y me han mandado propuestas de mucho dinero, o si quiero ropas o joyas, y nunca me lo sufrió el corazón, porque soy hija de mi madre; ¡y tú te me vuelves a casa cuando tenías que estar trabajando!
   Dijo el marido:
   —¡Bah, mujer!, no te molestes, por Dios; debes creer que te conozco y sé quién eres, y hasta esta mañana me he dado cuenta de ello. Es verdad que me fui a trabajar, pero se ve que no lo sabes, como yo no lo sabía; hoy es el día de San Caleone y no se trabaja, y por eso me he vuelto a esta hora a casa; pero no he dejado de buscar y encontrar el modo de que hoy tengamos pan para un mes, que he vendido a este que ves aquí conmigo la tinaja, que sabes que ya hace tiempo nos está estorbando en casa: ¡y me da cinco liriados!
   Dijo entonces Peronella:
   —Y todo esto es ocasión de mi dolor: tú que eres un hombre y vas por ahí y debías saber las cosas del mundo has vendido una tinaja en cinco liriados que yo, pobre mujer, no habías apenas salido de casa cuando, viendo lo que estorbaba, la he vendido en siete a un buen hombre que, al volver tú, se metió dentro para ver si estaba bien sólida.
   Cuando el marido oyó esto se puso más que contento, y dijo al que había venido con él para ello:
   —Buen hombre, vete con Dios, que ya oyes que mi mujer la ha vendido en siete cuando tú no me dabas más que cinco. El buen hombre dijo: —¡Sea en buena hora! Y se fue. Y Peronella dijo al marido:
   —¡Ven aquí, ya estás aquí, y vigila con él nuestros asuntos! Giannello, que estaba con las orejas tiesas para ver si de algo tenía que temer o protegerse, oídas las explicaciones de Peronella, prestamente salió de la tinaja; y como si nada hubiera oído de la vuelta del marido, comenzó a decir: —¿Dónde estáis, buena mujer? A quien el marido, que ya venía, dijo: —Aquí estoy, ¿qué quieres? Dijo Giannello:
   —¿Quién eres tú? Quiero hablar con la mujer con quien hice el trato de esta tinaja. Dijo el buen hombre: 
   —Habla con confianza conmigo, que soy su marido. Dijo entonces Giannello:
   —La tinaja me parece bien entera, pero me parece que habéis tenido dentro heces, que está todo embadurnado con no sé qué cosa tan seca que no puedo quitarla con las uñas, y no me la llevo si antes no la veo limpia.
   Dijo Peronella entonces:
   —No, por eso no quedará el trato; mi marido la limpiará.
   Y el marido dijo:
   —Sí, por cierto.
   Y dejando las herramientas y quedándose en camino, se hizo encender una luz y dar una raedera, y entró dentro incontinenti y comenzó a raspar. Y Peronella, como si quisiera ver lo que hacía, puesta la cabeza en la boca de la tinaja, que no era muy alta, y además de esto uno de los brazos con todo el hombro, comenzó a decir a su marido: —Raspa aquí, y aquí y también allí… Mira que aquí ha quedado una pizquita. Y mientras así estaba y al marido enseñaba y corregía, Giannello, que completamente no había aquella mañana su deseo todavía satisfecho cuando vino el marido, viendo que como quería no podía, se ingenió en satisfacerlo como pudiese; y arrimándose a ella que tenía toda tapada la boca de la tinaja, de aquella manera en que en los anchos campos los desenfrenados caballos encendidos por el amor asaltan a las yeguas de Partia, a efecto llevó el juvenil deseo; el cual casi en un mismo punto se completó y se terminó de raspar la tinaja, y él se apartó y Peronella quitó la cabeza de la tinaja, y el marido salió fuera. Por lo que Peronella dijo a Giannello:
   —Coge esta luz, buen hombre, y mira si está tan limpia como quieres.
   Giannello, mirando dentro, dijo que estaba bien y que estaba contento y dándole siete liriados se la hizo llevar a su casa.

lunes, 10 de mayo de 2021

HISTORIA MARCO, Demetrio Estébanez Calderón & Brian Alderson

MARCO. 
 
   Término utilizado en pintura para designar el cerco en el que se encierra un cuadro, y recogido en teoría literaria para aludir a un conjunto narrativo en el que «la historia principal se ve interrumpida en su desarrollo por la inserción de relatos contados por los personajes de la narración inicial» (M. J. Lacarra, 1979). La historia principal sirve de “marco” en el que se engastan las historias secundarias, a las que se denomina, por ello, «relatos con marco» o enmarcados. El relato marco o historia principal generalmente se mantiene inalterado, mientras que las narraciones insertadas pueden intercambiarse por otras. Los relatos engastados suelen situarse en un tiempo pasado, y en ellos se narran acontecimientos vividos o presentados por el narrador, o bien leídos o escuchados a otro relator.
   Este procedimiento narrativo figura ya en las colecciones de cuentos orientales, como la del Panchatantra y en versiones occidentales como las castellanas del Calila, el Sendebar y el Barlaam. De todas ellas es el Sendebar la que mejor representa el ejemplo de «novela marco»: consta de veintitrés cuentos, narrados por personajes de la historia principal, que los relacionan con el caso de dicha historia: un joven acusado de seducción por su madrastra y expuesto a ser condenado por su padre. Esta acción principal se detiene para dar paso a los sucesivos relatos (de la madrastra, los siete privados y el joven), que condicionan el veredicto del padre. Oído el cuento final del joven, se reanuda la acción-marco: el padre condena a la mujer, con lo que finaliza el conjunto narrativo.
   Aparte de esta forma de narrar cuentos para impedir el cumplimiento de una acción (aparece también en Las mil y una noches), existe otro, de tipo pedagógico, que utiliza un maestro para responder a las preguntas o dudas planteadas por su discípulo: aparece en Barlaam y Josafat (el anciano acude a relatos y parábolas para iniciar al príncipe en los dogmas y misterios de la religión cristiana) y en El Conde Lucanor, de Don Juan Manuel.
   Finalmente, los relatos pueden insertarse en el marco de una historia principal con el objetivo de divertir a los oyentes, copartícipes de una acción principal. Este método, que figura ya en las citadas Las mil y una noches (el califa Harún al Raschid gusta de oír cuentos narrados por Alí «para distraerse y alegrarse»), será utilizado por Boccaccio en el Decamerón, por Chaucer, en los Cuentos de Canterbury, y por autores de cuentos españoles del siglo XVII. En estas obras, el relato marco viene constituido por el hecho de que una serie de personajes, que se han encontrado por diversos motivos (la peste, un viaje, la peregrinación, fiesta, etc.), comienzan a narrar historias para evadirse o divertirse en el transcurso de dichos acontecimientos o situaciones. 
   En terminología teatral se habla de marco escénico para significar la forma con que se presenta al público el espacio en el que se va desarrollar la representación dramática. La escenografía condiciona la posición y movientos de los actores en este espacio, así como el encuadre marca la distancia y perspectiva a través de la cual los espectadores van seguir dicha representación. En algunos dramas contemporáneos, por ejemplo, Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, se advierte un intento de liberación de ese marco condicionante, con el fin de traspasar las barreras existentes entre el teatro y el mundo de los espectadores.
 
DEMETRIO ESTÉBANEZ CALDERÓN, Diccionario de términos literarios, Alianza Editorial, Madrid, 1999 (1996), pp. 648-649. 
 
 
 
 
«En realidad, la peripecia de la joven que utiliza el acto de narrar como una artimaña para eludir la muerte no es más que una hermosa excusa para presentar al lector una amplia colección de cuentos. Al recurrir a esa estrategia, el libro prosigue una larga tradición literaria, pues en Oriente son numerosas las obras que utilizan una historia-marco para intercalar en ella todo tipo de cuentos. Durante la Edad Media, la costumbre fue imitada en diversos libros europeos; entre los españoles, el más destacado es El conde Lucanor, que fue compuesto por el infante don Juan Manuel hacia 1330 y que intercala cincuenta relatos en las conversaciones que mantienen un conde y su consejero. Cada vez que un problema lo atribula, el conde recurre a su criado Patronio, quien lo adoctrina con un cuento de intención moral; después de cada historia, el conde aplica a su problema la enseñanza recibida, y el éxito del consejo revela la inagotable sabiduría de Patronio. En Italia, la historia-marco más celebrada es la del Decamerón, libro escrito por Giovanni Boccaccio entre 1348 y 1353; en el relato que encuadra la obra, diez jóvenes escapan de la peste que asóla la ciudad de Florencia y se refugian en una casa de campo. A lo largo de las dos semanas que pasan en ella, los jóvenes se relatan un conjunto de cien relatos que abarcan todos los aspectos de la vida humana. De forma análoga, en los Cuentos de Canterbury, que Geoffrey Chaucer compuso entre 1387 y 1400, treinta peregrinos se relatan historias mientras viajan a caballo hacia el santo sepulcro de Thomas Becket».
Brian Alderson 
&
Quint Buchholz

jueves, 6 de mayo de 2021

CARACTERÍSTICAS DEL MICRORRELATO, Irene Andres-Suárez

 

    «[...] por ser consecuencia de la hiperbrevedad, los rasgos formales del microrrelato son los siguientes: 
  • a) la ausencia de complejidad estructural, 
  • b) la mínima caracterización de los personajes, 
  • c) el esquematismo espacial, 
  • d) la condensación temporal, 
  • e) la utilización de un lenguaje esencialmente connotativo que confiere al texto la potencia expresiva y semiótica, 
  • f) la importancia del título —elemento clave que guarda una relación dialéctica con el texto, orienta la lectura y subraya los elementos significativos que conviene tener en cuenta—, y también del inicio y del cierre (abundan los finales sorpresivos y/o enigmáticos). 
 
   Todos estos rasgos formales enumerados aquí sucintamente [...] participan en la creación del efecto de condensación e intensidad generado por la selección de los materiales del texto y por los vacíos de información».
 

miércoles, 5 de mayo de 2021

DEL PANCHATANTRA INDIO A LA CUENTÍSTICA PENINSULAR



   El Panchatantra indio («los cinco libros»), fechado alrededor de 350 a.c., es una colección de 70 relatos breves en prosa.

   El éxito de la colección más antigua de fábulas conocida, lo demuestra su extraordinaria difusión:

 

   Fue adaptado al persa y, posteriormente, traducido al árabe. Del Panchatantra procede Calila e Dimna (1251), una de las primeras colecciones de cuentos medievales que existen. Fue redactada, probablemente, por encargo del todavía infante Alfonso. En el prólogo, se explica que Berzabuey tradujo para su rey Sirechuel del indio al persa este libro, en el que el filósofo Burduben adoctrinaba a su rey Digelem. El Panchatantra influyó en la España de la época a personajes como Ramon Llull, el arcipreste de Hita y don Juan Manuel. Don Fabrique, hermano de Alfonso X el sabio, encargó el Sendebar o Libro del engaño de las mujeres (1253) también a partir del texto hindú.

 
Autoría anónima, Las mil y una noches (850).

   La colección de relatos que conocemos bajo el título de Las mil y una noches tuvo su origen en diversas culturas orientales: indias, mesopotámicas, persas, hebreas, árabes y egipcias. Los relatos fueron recopilados a lo largo de varios siglos y variaciones de ellos aparecen también en otras colecciones. Tradicionalmente, se consideró que la primera referencia a un libro llamado Las mil y una noches es la de un texto egipcio del siglo XII; sin embargo, a mediados del siglo XX, la filóloga Nabia Abbott descubrió un fragmento del libro que data del siglo IX, concediéndole tres siglos más de antigüedad.

   El primer núcleo de relatos no resultó muy extenso; a éste fueron agregándose otros hasta bien entrado el siglo XIX, cuando los ingleses por un lado (Andrew Lane, Robert Burton) y los franceses por otro (J.-C. Madrus, Antoine Galland) fueron descubriendo ciertos cuentos como los de Aladino, Alí Baba y Simbad el marino, hoy considerados imprescindibles.

   El marco narrativo es el siguiente: el rey Shariar descubre que su mujer lo engaña, y que también la mujer de su hermano es infiel. Juzgando que todas las mujeres son infieles por naturaleza, decide esposar una mujer cada noche y ejecutarla por la mañana. Sherezade, hija del visir, urde un plan para acabar con tal nefasto proyecto e invita a su hermana a la habitación nupcial para contarle una historia que el rey también escucha. Llegada el alba, Sherezade no ha acabado con su historia y el rey le otorga un día más de gracia para conocer el final. Historia tras historia, muchas de las cuales surgen de la previa, Sherezade va ganando noches hasta llegar a las mil y una, durante las cuales le da al rey varios hijos y también relatos maravillosos y ejemplares. Además del encanto particular de muchos de los relatos, el método de Sherezade refleja la calidad vital del acto narrativo: la historia como instrumento para demorar la muerte y entender la múltiple experiencia de la vida, la narración como instrumento vital y creativo.

   El libro, traducido ya a casi todas las lenguas del mundo, tuvo en Europa un destino particularmente favorable. Así, encontramos referencias a Las mil y una noches en Dickens, Proust, Joyce, Woolf, Flaubert, Goethe, Kafka y muchos otros autores esenciales. El éxito de Las mil y una noches en Occidente se debió, en parte al menos, a la reacción quizás inconsciente de Europa ante los argumentos excluyentes propuestos por los científicos de los siglos XVIII y XIX. Edward Said argüyó convincentemente en su análisis del orientalismo, que el Siglo de las Luces interrumpió el intercambio poético y filosófico entre las culturas islámicas y cristianas, decretando que las ciencias debían separarse del mundo de la fantasía y de la magia.

   Entre los estudios contemporáneos más importantes sobre Las mil y una noches, destacan los de Jorge Luis Borges, Marina Warner, Muhsin Mahdi y Abdelfattah Kilito.

Alberto Manguel 

   El origen de Las mil y una noches debe buscarse en tiempos muy remotos: como ha escrito Cansinos Assens, Sahrazad es una niña que cuenta historias de abuela. Los primeros relatos del libro empezaron a fraguarse en la antigua Indochina, aunque fue en la India, y alrededor del siglo V, donde nació la historia del traicionado rey Sahriyar, que serviría de marco a todos los relatos. Alrededor del siglo VI, la obra llegó a Persia, donde fue traducida con el título de Las mil noches y engrosada con numerosos cuentos. En el siglo IX, los árabes conquistaron Persia y se adueñaron de un riquísimo botín de joyas, entre las cuales el libro de Las mil noches no fue la menor; así que la obra viajó a Bagdad, que era la capital del imperio islámico en aquella época. Los árabes se entusiasmaron con el libro, lo tradujeron a su lengua, lo impregnaron de sus creencias religiosas, lo llenaron de alusiones al Corán y lo ampliaron con nuevos poemas y relatos. Algunos de ellos poseían un trasfondo histórico, pues fueron extraídos de las crónicas que describían el reinado de los califas; otros muchos mitificaban la figura de Harún al-Rasid, un rey que había proporcionado al mundo árabe un periodo de esplendor que nunca volvería a repetirse. En su empeño por enriquecer Las mil noches, los árabes llegaron a intercalar en la obra libros enteros, como el de Los siete sabios, cuyos cuentos quieren demostrar la astucia y deslealtad de las mujeres. Además, fueron los iraquíes quienes dieron un final a la historia de Sahrazad y quienes adjudicaron al libro su título definitivo. Dado que una superstición árabe considera que los números pares son de mal agüero, los iraquíes descartaron el título de Las mil noches y añadieron una última jornada a las largas veladas de Sahrazad. El cambio fue un hallazgo, pues el título final simboliza y sugiere lo infinito: puesto que en las culturas orientales la cifra mil equivale a lo innumerable, hablar de Las mil y una noches significa agregar un número a lo que ya resulla imposible contar, con lo que se resalta la inagotable abundancia del libro.

   En el siglo xrv o en el XV, y en el Egipto donde reinaba la dinastía de los mamelucos, recibieron Las mil y una noches la forma definitiva con que hoy se conocen. Fue entonces cuando el libro quedó dividido en mil y un capítulos, que se corresponden con el número de noches durante los cuales Sahrazad teme por su vida. Alguien pensó que los cuentos de un libro llamado Las mil y una noches debían ser relatados a lo largo de mil y una jornadas, así que decidió dividir el volumen en ese extenso número de capítulos. Para llenarlos de contenido, agregó al libro una gran cantidad de cuentos y fragmentó muchos de los relatos preexistentes, que dejaron de explicarse de una sola vez y hoy se extienden a lo largo de varias noches. Tales operaciones fueron llevadas a cabo por un escriba de El Cairo cuyo nombre ignoramos; entre los cuentos que parecen deberse a su pluma hay muchos que retratan la vida de las clases populares egipcias, mientras que otros traslucen un evidente influjo de la Biblia, por lo que se ha sugerido que el escriba de El Cairo pudo ser uno de los numerosos judíos asentados en las cortes de los reinos de Oriente.

   Ahora bien, pese a la participación determinante de ese copista en la forma definitiva de Las mil y una noches, sería disparatado atribuirle la autoría del libro. Aunque ese anónimo escritor debió de transcribir todos los cuentos y los vistió con su estilo, ya hemos visto que en verdad el libro se gestó a lo largo de unos quince siglos. Además, la mayoría de los cuentos no son obra de escritores cultos, sino que fueron compuestos y difundidos de forma oral por hombres y mujeres de países muy diversos que los utilizaron para distraer e instruir a sus oyentes. Conscientes de ello, algunas de las versiones europeas de Las mil y una noches publicadas en los siglos XVIII y XIX añadieron al libro cuentos que se recitaban por entonces en los bazares o en los cafés de Egipto y de Turquía. Así obró, de hecho, Jean Antoine Galland, quien añadió a los relatos de su manuscrito sirio los cuentos que le dictó su amigo Hanna de Alepo.

Brian Alderson

lunes, 3 de mayo de 2021

PUNTO DE VISTA, Gustavo Gabriel Ferro


PUNTO DE VISTA

Si puedes mantener clara tu cabeza cuando todos los demás la pierden, tal vez es que has malinter­pretado la situación.
Kipling y Anon

   Es cierto que el humo era terrible y no dejaba ver nada. Se colaba por debajo de las puertas, por las ven­tanas, por todos lados. El edificio entero estaba dentro de otro edificio de humo. Por las ventanas del cuarto y del séptimo piso asomaban enormes rulos rubios. La ca­lle era un infierno. Cientos de personitas corrían, grita­ban y trataban de hacer alguna cosa. Visto desde acá arriba era un espectáculo hermoso. Un caos total. Me alejé de la ventana y me senté en un sillón. En el pasillo se oían corridas y voces desesperadas de personas que llamaban a otras personas. Me asomé a ver. Un señor gordo pasó tosiendo y llorando, no sé si por el humo, o de pánico. La gente, en su huida, dejaba abierta la puerta de los departamentos. Entré en el tercero D. En­ seguida me gustó. Lo más lindo del lugar era la alfom­bra. Alta, mullida. Me dieron ganas de revolcarme. Me entretuve con un mueble grande, de roble, revisando los cajones, desplegando manteles y descubriendo cosas olvidadas. En el dormitorio, me subí a la cama y me quedé un rato antes de decidirme a ver lo que había en los armarios. Cuando me cansé de jugar con los vestidos, los trajes y los zapatos, volví a salir al pasillo. Subí unos pi­sos por la escalera y me metí en otro departamento. Avancé un poco y vi a una chica, joven y hermosa, que traía a alguien de la mano. Me miró sorprendida, con los ojos muy abiertos, y dio un paso hacia atrás, como asustada.
—No podemos salir. No podemos salir—repitió—. Es­tamos atrapados.
—¿Por qué habría de preocuparme?—le dije—,  yo soy **********.—Y estiré una mano hacia la biblioteca.

Gustavo Gabriel Ferro

CÍRCULO CULTURAL FARONI (editor), Quince líneas. Relatos hiperbreves, Tusquets, 1996, p. 31. 

Ilustración: Maurits Cornelis Escher

viernes, 2 de abril de 2021

JUEGO DE NIÑOS, Celia Correa


JUEGO DE NIÑOS

   En mi calle vive un niño que le decimos el Ti Lin y todos los días nos vamos juntos al colegio. El Ti Lin tiene nueve años, igual que yo, y dice que es español porque ha nacido en España, pero que sus padres son chinos porque han nacido en China. El Ti Lin tiene los ojos, así, para arriba, como dos rayas de boli y tiene la cabeza tan gorda como un balón de fútbol. El Ti Lin es que habla con sus padres de una forma ¡más rara! El primer día que don Máximo lo llamó, toda la clase se rió que ni te cuento. ¡Joder! Es que el tío tiene un nombre que suena a campanilla. Nos descojonábamos y el tío, nada, que ni se coscaba. El Ti Lín, entonces, no hablaba con casi nadie o mejor dicho, ninguno de la clase quería saber nada del Ti Lin. En los recreos venía y nos preguntaba que a qué jugábamos, y nosotros que a “nada”, y el Ti Lin se iba porque sabía que “nada” quería decir “vete que no queremos nada contigo”. A mí, la verdad, es que no me gustaba que lo trataran de aquella manera, me daba no sé qué, pero es que yo no ponía las normas y además tampoco quería líos, yo lo único que quería y que quiero es jugar al fútbol. Nosotros no éramos los únicos que no queríamos nada con el Ti Lin, que conste; los sudacas y los negros tampoco lo querían en su equipo. “¿Dónde vas con esa jeta, tío?”, le decían. Un día el Rafi, un delantero nuestro, se lesionó y no tuvimos más cojones que dejar que jugara el Ti Lin. ¡Qué partidazo, tío! Memorable, de los que hacen época. De cinco goles, el tío va y se marca cuatro. Nos dejó a todos planchados. Juega igual que Raúl, bueno, igual no, pero casi. ¡Cinco a cero! ¡Menudo fichaje! Es el jugador más habilidoso que ha pisado el patio del colegio. Ahora, hasta nos peleamos porque juegue en nuestro equipo. Pero el Ti Lin se da unos aires que te cagas y hasta pone las normas, mira tú. Qué se le va a hacer… El fútbol es así. 

 

Celia Correa

 

Fotografía: autoría desconocida

lunes, 22 de febrero de 2021

EDIPO REY


TRAGEDIA GREIGA. EDIPO REY.


Con la revuelta que derrocó al último tirano en 510 a.C. y el establecimiento de una forma de democracia, la ciudad-estado de Atenas inauguró la era de la Grecia clásica. Durante dos siglos, Atenas no solo fue un centro de poder político en la región, sino también un hervidero de actividad intelectual que auspició un extraordinario florecimiento de la filosofía, la literatura y el arte, que iba a tener una profunda influencia en el desarrollo de la civilización occidental. La cultura clásica griega estuvo marcada por los logros de los pensadores, artistas y autores atenienses, que desarrollaron los valores estéticos de la claridad y el equilibrio, bien ejemplificados en la arquitectura clásica. Asimismo, la visión antropocéntrica influyó en el auge de una forma literaria relativamente nueva, el teatro, que evolucionó a partir de las representaciones corales en honor del dios Dioniso.


El nacimiento del teatro


Para el inicio de la era clásica, las representaciones religiosas habían pasado de ser ceremonias esencialmente musicales a algo mucho más parecido a lo que hoy entendemos por teatro, con la adición de actores que interpretaban a los personajes en vez de limitarse a narrar la historia.

Esta nueva forma de entretenimiento devino enormemente popular, y constituía el principal evento del festival anual de las Dionisias, que se celebraban durante varios días en un teatro al aire libre construido a propósito y que atraían a un público de hasta 15000 personas.

Cada autor presentaba una trilogía de tragedias y una comedia para ser representadas en el festival, y competían por prestigiosos trofeos.

Durante gran parte del siglo v a.C., la lista de premiados estuvo dominada por tres dramaturgos: Esquilo (c. 525/524-c. 456/455 a.C.), Sófocles (c. 496-406 a.C.) y Eurípides c. 484-406 a.C.). Su contribución, que suma varios cientos de obras, estableció la norma para el arte de la tragedia. Esquilo, como el primero de los tres grandes dramaturgos, suele considerarse el pionero, que introdujo muchas de las convenciones asociadas al formato. Se le atribuye la ampliación del número de actores y el planteamiento de su interacción en el diálogo, lo que introdujo la idea de conflicto dramático. Si antes era el coro el que presentaba la acción dramática, ahora eran los actores los que tomaban el centro del escenario, y el coro asumía el papel de presentar la escena y comentar las acciones de los personajes.

Con Eurípides, la tragedia evolucionó hacia un mayor realismo, al reducir aún más el papel del coro y presentar unos personajes más redondos y con interacciones de mayor complejidad.

La tragedia clásica griega tuvo su cumbre en la obra de Sófocles. Por desgracia, solo han sobrevivido siete de las 123 tragedias que escribió. Entre ellas, la más lograda es, tal vez, Edipo rey, una de las tres obras que Sófocles dedicó al mítico rey de Tebas (las otras son Edipo en Colono y Antígona), conocidas en conjunto como obras tebanas. Rompiendo con la tradición establecida por Esquilo de presentar las tragedias en trilogías, Sófocles concibió cada una de estas obras como una pieza independiente; de hecho, las compuso con años de diferencia, y no presentan un orden cronológico.

En Edipo rey, Sófocles creó lo que hoy se considera el epítome de la tragedia clásica griega. La obra presenta la estructura formal establecida: un prólogo seguido por el párodo o presentación de los personajes; el desarrollo de la trama a través de una serie de episodios intercalados con comentarios del coro; y el éxodo o conclusión coral. En esta estructura, Sófocles introdujo la novedad de un tercer actor para ampliar las posibilidades de interacción de los personajes y permitir una trama más compleja, creando así las tensiones psicológicas que son sinónimo de la palabra «drama» en la actualidad.

Típicamente, una tragedia de este tipo presentaba la historia de un héroe que sufría un infortunio que conducía a su destrucción, tradicionalmente a manos de los dioses o el destino. Sin embargo, a medida que se desarrolló la tragedia, los reveses de la fortuna del héroe se mostraron cada vez más como resultado de la fragilidad o los defectos del carácter del protagonista: la hamartia o error fatal. En Edipo rey, tanto el destino como el personaje tienen su parte en los trágicos sucesos. El personaje de Edipo, además, está lejos de presentarse en blanco y negro. Al principio de la obra aparece como el respetado rey de Tebas a quien el pueblo recurre para librarse de una maldición, pero a medida que la trama avanza se revela su implicación involuntaria en esa misma maldición.

Esta revelación contribuye a la atmósfera de premonición que era característica de las mejores tragedias griegas. El sentido de predestinación procedía del hecho de que muchas de estas historias ya eran bien conocidas, como debía de serlo la de Edipo. Tal situación creaba una ironía trágica, ya que la audiencia, conocedora del destino del personaje, presenciaba cómo este, ignorante de su propio sino, avanzaba hacia la inevitable perdición. En Edipo rey, Sófocles incrementa esta atmósfera de inevitabilidad introduciendo varias referencias a profecías hechas muchos años antes, y que tanto Edipo como su esposa, Yocasta, habían ignorado. La historia no trata tanto sobre los sucesos que conducen a la caída de Edipo como sobre los que provocan la revelación de la importancia de sus actos pasados.


Una tragedia anunciada


La cadena de acontecimientos comienza con la peste que asola a Tebas. Al ser consultado, el oráculo de Delfos dice que la peste acabará cuando se halle al asesino de Layo, anterior rey de Tebas y marido de Yocasta. Edipo busca el consejo del profeta ciego Tiresias para encontrar al asesino. Esto pone a Tiresias en una difícil tesitura porque, aunque ciego, puede ver lo que Edipo no ve —que el propio Edipo es el asesino—, y le aconseja que olvide el asunto. Pero Edipo exige la verdad. Y entonces Tiresias le revela aún más: que el asesino resultará ser el hijo de su propia esposa. Edipo, turbado, se niega a creerlo, pero entonces recuerda una visita de juventud a Delfos, adonde acudió para conocer su verdadera ascendencia tras haber oído por casualidad que era adoptado. En lugar de responderle a eso, el oráculo le contó que mataría a su padre y se casaría con su madre. Él huyó rumbo a Tebas, y en el camino se encontró con un anciano que le impedía el paso, al cual mató.

La importancia de este dato no pasaba inadvertida para la audiencia, especialmente cuando Sófocles presenta a Yocasta, la esposa de Edipo y viuda de Layo, consolando a Edipo argumentando que las profecías no son ciertas; una de ellas predijo que Layo sería asesinado por su hijo, dice, y en realidad murió a manos de bandidos. Esta información deja claro al espectador que la profecía que recibió Edipo se ha cumplido; esta le impulsó a dejar su hogar y puso en marcha los sucesos que lo llevaron a asesinar sin saberlo a su propio padre, Layo, y a convertirse en rey de Tebas en su lugar, tomando a su propia madre, Yocasta, como esposa.

El clímax llega cuando Edipo toma conciencia de todo eso, y reacciona cegándose a sí mismo. El coro, que a lo largo de la obra ha expresado los pensamientos y sentimientos que no podían ser expresados por los propios personajes, cierra el drama repitiendo ante un escenario vacío que nadie puede considerarse afortunado «hasta que llegue al término de su vida sin haber sufrido nada doloroso».


La tradición occidental


Edipo rey se ganó el favor del público ateniense de inmediato, y fue alabada por Aristóteles como la mejor de las tragedias clásicas griegas. La habilidad de Sófocles en el manejo de una trama compleja y en el tratamiento de temas como el libre albedrío y el determinismo o el error fatal de un personaje noble, no solo estableció un punto de referencia para el drama clásico, sino que además sentó las bases de la posterior tradición dramática occidental.

La comedia de Aristófanes Pluto o la riqueza, representada aquí por actores actuales, es una amable sátira centrada en la vida —y la distribución de la riqueza— en Atenas.

Tras su muerte, no hubo trágicos griegos de la talla de Esquilo, Eurípides y Sófocles. El teatro siguió siendo un elemento central de la vida cultural ateniense, pero los elogios se vertían más a menudo sobre productores o actores que sobre los autores. Las comedias de Aristófanes (c. 450-c. 388 a.C.) contribuyeron a llenar el vacío dejado por las grandes tragedias, y el gusto del público derivó gradualmente hacia un teatro menos serio.

Con todo, aún en la actualidad la tragedia clásica griega conserva su relevancia, en parte por su exploración psicológica del hombre, que Freud y Jung usaron en sus teorías sobre el inconsciente, los impulsos y las emociones. Las obras conservadas de los trágicos griegos, y en particular Edipo rey, se repusieron durante la Ilustración, y desde entonces han sido representadas regularmente, con sus temas e historias reinterpretados por numerosos autores.