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miércoles, 14 de mayo de 2014

YA ESTÁ AQUÍ, UNA VEZ MÁS, Manuel Astur

YA ESTÁ AQUÍ, UNA VEZ MÁS

   Me produce terror desde niño. Me persigue.
   Tendría unos 7 años y había en mi clase un niño con el que nadie hablaba, gordo, raro, con gruesas gafas de pasta y con un parche en el ojo y que solía oler a una mezcla de sudor, ropa húmeda y cocido con mucho tocino rancio. Circulaban rumores de que era de un familia muy pobre y que su padre era un alcohólico que le pegaba palizas, incluso que abusaba de él, pero nunca pude confirmarlo, aunque encajaba en el personaje y contribuía a aumentar su leyenda. Aún así, alguna vez había yo hablado con él y, si bien su aspecto era lamentable, no tardé en comprender que no era mal niño y que la fuente de su supuesta antisociabilidad no era otra que un profundo miedo hacia lo que le rodeaba; hacia mí, en un principio, hacia mis compañeros, hacia todo y todos. Me lo encontraba durante el recreo, paseando solo, por las esquinas, como un cerdo en una jaula de leones tratando de pasar desapercibido, y me acercaba a charlar un momento, intentando que nadie me viera a su lado, que nadie pudiera creer que era yo su amigo, que era como él. En realidad, aparte de su profunda soledad, durante todo el curso no tuvo mayor problema, pues él se alejaba de todos y todos le ignoraban, ya que les producía repulsión y cierto temor ante lo extraño, ante lo desconocido.
   Era primavera y los niños estaban excitados ante la perspectiva del infinito verano que se acercaba, ante la vida que explotaba a su alrededor. Yo vi cómo comenzó. Un niño de mi clase se le acercó por detrás y, sin mediar palabra ni provocación, le dio un golpe en la nunca muy fuerte que hizo que le saltaran las gafas. Todos nos quedamos mirando qué pasaba, cuál sería su reacción. Esta no fue otra que quejarse débilmente, coger sus gafas del suelo y alejarse, muerto de miedo, con lo cual el niño agresor confirmó que era más fuerte y que no tenía nada que temer. Se rio y, ya envalentonado, atacó de nuevo y comenzó a darle puñetazos. El resto de niños se fueron uniendo, de uno en uno al principio, en grupo después. Llevaban tiempo deseándolo, aunque no lo supieran de un modo consciente. Se acercaban corriendo y riéndose y le daban una patada o un golpe. Las niñas contemplaban el espectáculo sin participar y también se reían, con una mezcla de desprecio ante esos bárbaros brutos y de coquetería por ver a los minúsculos hombres cazando. Él se había hecho un ovillo en una esquina del patio, contra el muro, y se protegía la cara con los brazos. Sollozaba. Yo lo observaba todo, extrañado. Uno de los niños, no sé si el primero, pero sí que era uno de los matones naturales de la clase, se me acercó y dijo: Astur, pega a ese hijo de puta. Vamos. Yo me acerqué a él y él me reconoció. Se apartó las manos de la cara y me miró con esperanza; yo era lo más parecido a un amigo que tenía en todo el colegio, yo podía ayudarle. Pero no podía, claro que no. En cuanto estuve delante de él, le pegué un puñetazo con todas mis fuerzas y, ahora sí, sus gafas cayeron al suelo tras romperse contra su ceja, la cual partí. Él me miró de nuevo, mientras sangraba. Ya no lloraba. No comprendía. Después, simplemente se sentó y volvió a hacerse un ovillo mientras aguardaba a que se cansaran de pegarle o a que viniera algún profesor a terminar con el linchamiento. Tras esta paliza hubo otras, aunque ya no tan excesivas, se convirtió en algo normal. También aumentaron los rumores sobre su vida. Su padre ya no abusaba de él, sino que él era un marica pervertido y consentía. Se decían mil cosas estúpidas y terribles. Todos le odiaban. Yo no volví a pegarle, pero tampoco volví a hablarle.
   Nunca olvidaré su mirada.
   Desde entonces me produce terror. Me aterroriza la masa. La masa, formada por individuos que se creen independientes. La masa, que, en realidad, es un único cuerpo exaltado moviéndose por impulsos primarios. La masa, que es una consecución de acciones tras un primer movimiento esperado, tras una chispa que enciende el fuego. La masa, que convierte en el símbolo de todo lo que detesta, de sus miedos, todo lo que no comprende. La masa, que se cree valiente y es lo más cobarde que existe.
   Hoy me la he vuelto a encontrar. Está justificando, e incluso celebrando, el asesinato de una política ayer en León. El asesinato de un ser humano que no conoce a manos de otros seres humanos igual de desconocidos. Habla del pueblo cansado de corrupción, dice que quien siembra tormentas, recoge tempestades, de la izquierda radical asesina, de la derecha explotadora. Convierte un acto atroz, tan complejo y humano, en bandera de algo, de uno u otro bando. Y todos se creen que piensan, que tienen ideas propias. Pero no, yo la conozco, hace tiempo que trato de escapar de ella, para no encontrarme nunca más con la mirada de aquel niño, para que me no obligue una vez más a elegir, pues siempre dice que estás con ella o contra ella. Es la masa. Y no quiero saber nada de ella. Prefiero pasear solo por el patio del colegio.


&
Maurino Mangiapanino



martes, 13 de mayo de 2014

FOTOPOESÍA, Israel Ariño


Esta imagen representa la tranquilidad. Es un reflejo de la luna en el agua y los árboles le abren paso para que ella se vea como en un espejo, para que vea lo bella que está. Pararse, respirar hondo, cerrar los ojos y escuchar a los pájaros cantar.
                                                                          Laura Dacal 1ºD
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Angustia, miedo y tristeza. La noche debe de ser fría, angustiosa. La luz de la luna es lo único que te permite ver lo que tienes a tu alrededor.
                                                                           Andrea Veiga 1º D
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¿Será una luna invadiendo el cielo, o un reflejo de ella estampado en el agua? Podrían ser las dos cosas, aunque la nitidez del arbusto me sugiere la segunda opción. Sea cual sea,la luna alumbra con la misma fuerza de un farolillo en las profundidades de la noche. Los árboles, ambiente triste, soledad, a lo que contribuye la imagen en blanco y negro. El claroscuro que rodea la luna da un toque de iluminación y evita que todo se vea desolado. La luz, tenue en el centro, hasta que finalmente se convierte en penumbra.
                                                                                               Nuria Torregrosa 1 º D
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Otoño, quizás invierno, El cielo está muy oscuro como si hubiera tormenta, los árboles y el cielo, cubiertos de niebla, que cada vez se adentra más en el bosque. Al fondo la diminuta y clara “luna llena”.
                                                                                                Thais Vázquez 1º D
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El reflejo de la luna alumbra una gran parte de la bóveda celeste, creando una sensación tétrica al combinarse con la oscuridad de la noche. Las descuidadas ramas de los árboles que parecen ondear al viento, hacen más tenebrosa la escena.
                                                                                                  Alberto Gómez 1º A
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Esta imagen evoca sentimientos de miedo, terror, de estar prisionero en la oscuridad que rodea la fotografía. Pero en el centro de la imagen está el sol, o la luna, con una luz muy débil, casi desvanecida, pero está. Una promesa de que hay salida, de luz en la oscuridad, de libertad.
                                                                                                  Carmela Vázquez 1º D
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Impresionante fotografía, no acierto a saber si lo que hay en el centro de la imagen es el sol o la luna. Es oscura y por eso tiene un toque siniestro. Los bordes poco definidos , da la impresión de que es un reflejo, representa tristeza y soledad.
                                                                                                 Diego Teijo 1º D
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Esta imagen representa un mal día, se cumplen ya 3 años sin mi abuelo. Un mal día de invierno lleno de tristeza. El árbol solo, el tiempo oscuro y tenebrosas las imágenes.
  Irene Quintela Rodríguez 1º C
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Un cielo gris que presagia lluvia. Árboles desnudos, que miran al horizonte y buscan un lugar mejor para vivir. Una foto llena de tristeza.
                                                          Violeta Silva Sánchez 1º C
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Tristeza, noche, muerte, como si el árbol tuviese las desnudas ramas de la vida nublándolo todo a su paso, tal y como demuestra el cielo.
                                                   Ruth Gallego Huertas 1º.C
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Tristeza e indeterminación. Me hace pensar en un futuro distante, del cual no puedo saber cómo será ni cuándo llegará, tan sólo sé que yo lo puedo cambiar. Admirar esa diminuta luna (o sol) me hace pensar en el tiempo y en cómo van pasando los años.
                                                                      Laura Placer Picado 1º C

sábado, 10 de mayo de 2014

PÁJAROS EN EL ALAMBRE


Jarbas Agnelli, un músico brasileño, vio esta fotografía en el periódico y se dio cuenta de que los pájaros posados sobre los cables del teléfono estaban dispuestos como notas en una partitura. Tomando la posición exacta de las aves sobre las líneas, creó la siguiente melodía utilizando un xilófono, un fagot, un oboe y un clarinete, aunque el rechaza el mérito añadiendo que la melodía no es su invención, sino que «fue idea de las aves».

 

A MI MADRE



A mi madre
Así es mi madre,
suave como el algodón.
Como tú. Como tú,
no hay nadie.
Y tú que me comprendes
te mereces lo mejor.
Como tú
estrella que brilla
por mi interior.
Como tú
que en momentos difíciles
me sonríes y animas.
Como tú
que día a día me ves crecer
reír, jugar y soñar.
Como tú
a veces fría como el rocío
que despereza los días grises
en los que tú eres mi abrigo.
Gracias mamá,
como tú, no hay nadie.

                  Alumnos/as 1º ESO C

viernes, 9 de mayo de 2014

ROMPER EL CERDITO, Etgar Keret


ROMPER EL CERDITO


Mi padre no se avino a comprarme un muñeco de Bart Simpson. Y eso que mi madre sí quería, pero mi padre no cedió y dijo que soy un caprichoso.
—¿Por qué se lo vamos a tener que comprar, eh? —le dijo a mi madre—. No tiene más que abrir la boca y tú ya te pones firme a sus órdenes.
Mi padre añadió que no tengo ningún respeto por el dinero, que si no aprendo a tenérselo ahora que soy pequeño, cuándo voy a aprenderlo. Los niños a los que les compran sin más muñecos de Bart Simpson se convierten de mayores en unos gamberros que roban en los quioscos porque se han acostumbrado a que todo lo que se les antoja se les da sin más. Así es que en vez de un muñeco de Bart Simpson me compró un cerdito feísimo de cerámica con una ranura en el lomo, y ahora sí que me voy a criar siendo una persona de bien, ahora ya no me voy a convertir en un gamberro.
Lo que tengo que hacer, a partir de hoy, todas las mañanas, es tomarme una taza de cacao, aunque lo odio. El cacao con telilla de nata es un shekel; sin telilla, medio shekel, pero si después de tomármelo voy directamente a vomitar, entonces no me dan nada. Las monedas se las voy echando al cerdito por el lomo, de manera que si lo sacudo hace ruido.
Cuando en el cerdito haya tantas monedas que al sacudirlo no se oiga nada, entonces me regalarán un muñeco de Bart Simpson en monopatín. Porque, como dice mi padre, eso sí que es educar.
El caso es que el cerdito es muy mono, tiene el hocico frío cuando se le toca y, además, sonríe al meterle el shekel por el lomo, lo mismo que cuando sólo se le echa medio shekel, aunque lo mejor es que también sonríe cuando no se le echa nada. Además le he buscado un nombre, le he puesto Pesajson, como el nombre que tuvo nuestro buzón antes de que llegáramos nosotros, un buzón del que mi padre no conseguía arrancar la pegatina. Pesajson no es como mis otros juguetes, es mucho más tranquilo, sin luces ni resortes, y sin pilas que le suelten su líquido por la cara. Lo único que hay que hacer es tenerlo vigilado para que no salte de la mesa.
—¡Pesajson, cuidado, que eres de cerámica! —le digo cuando me doy cuenta de que se ha agachado un poco y mira al suelo, y entonces él me sonríe y espera pacientemente a que yo lo baje. Me encanta cuando sonríe; es sólo por él por lo que me tomo el cacao con la telilla de nata todas las mañanas, para poderle echar el shekel por el lomo y ver cómo su sonrisa no cambia ni una pizca.
—Te quiero, Pesajson —le digo después—, y para ser sincero te diré, que te quiero más que a papá y a mamá. Además siempre te querré, pase lo que pase, aunque atraque quioscos.  ¡Pero si llegas a saltar de la mesa, pobre de ti!
Ayer vino mi padre, cogió a Pesajson y empezó a sacudirlo salvajemente del revés.
—Cuidado, papá —le dije—, vas a hacer que a Pesajson le duela la barriga —pero mi padre siguió como si nada.
—No hace ruido, ¿sabes lo que quiere decir eso, Yoavi? Que mañana vas a tener un Bart Simpson en monopatín.
—¡Qué bien, papá! —le dije—. Un Bart Simpson en monopatín, genial. Pero deja de sacudirlo, porque haces que se sienta mal.
Papá dejó a Pesajson en su sitio y fue a llamar a mi madre. Volvió al cabo de un minuto arrastrándola con una mano y en la otra un martillo.
—¿Ves cómo yo tenía razón? —le dijo a mi madre—, ahora sabrá valorar las cosas, ¿a que si, Yoavi?
—Pues claro —le respondí—, claro que sí, pero ¿por qué un martillo?
—Es para ti —dijo mi padre mientras me lo entregaba—, pero ten cuidado.
—Pues claro que lo tengo —le respondí, porque la verdad es que así era, pero a los pocos minutos mi padre se impacientó y me espetó:
—¡Venga, dale ya al cerdito de una vez!
—¿Qué? —exclamé yo—. ¿A Pesajson?
—Sí, sí, a Pesajson —insistió mi padre—. Anda, venga, rómpelo. Te mereces ese Bart Simpson, porque te lo has ganado a pulso.
Pesajson me brindó la melancólica sonrisa de un cerdito de cerámica que sabe que ha llegado su fin. A la porra con el Bart Simpson, porque ¿cómo iba a darle un martillazo en la cabeza a un amigo?
—No quiero un Simpson —dije, y le devolví el martillo a mi padre—, me basta con Pesajson.
—No lo has entendido —me aclaró entonces mi padre—, no pasa nada, así es como se aprende, ven, que te lo voy a romper yo —alzó el martillo mientras yo miraba los ojos desesperados de mi madre y luego la sonrisa fatigada de Pesajson, y entonces supe que todo dependía de mí, que si no hacía algo Pesajson iba a morir.
—Papá —le dije sujetándolo por la pernera.
—¿Que pasa, Yoavi? —me respondió él, con el martillo todavía en alto.
—Quiero un shekel más, por favor —le supliqué—, deja que le eche otro shekel, mañana, después del cacao, y entonces lo rompemos, mañana, lo prometo.
—¿Otro shekel? —sonrió mi padre, dejando el martillo sobre la mesa—. ¿Lo ves, mujer?, he conseguido que el niño tome conciencia.
—Eso, sí, conciencia —le dije—, mañana —y eso que las lágrimas ya me anegaban la garganta.
Cuando ellos hubieron salido de la habitación abracé muy fuerte a Pesajson y di rienda suelta a mi llanto. Pesajson no decía nada, sino que, muy calladito, temblaba entre mis brazos.
—No te preocupes —le susurré al oído—, que te voy a salvar.
Por la noche me quedé esperando a que mi padre terminara de ver la tele en el salón y se fuera a dormir. Entonces me levanté sin hacer ruido y me escabullí afuera con Pesajson,  por la galería. Anduvimos juntos durante muchísimo rato en medio de la oscuridad, hasta que llegamos a un campo lleno de ortigas.
—A los cerdos les encantan los campos —le dije a Pesajson mientras lo dejaba en el suelo—, especialmente los campos de ortigas. Vas a estar muy bien aquí.
Me quedé esperando una respuesta, pero Pesajson no dijo nada, y cuando le rocé el morro como gesto de despedida, se limitó a clavar, en mí su melancólica mirada. Sabía que nunca mas volvería a verme.


ETGAR KERET, La chica sobre la nevera y otros relatos, Siruela, Madrid, 2006,pp. 13-16.

jueves, 8 de mayo de 2014

[LAS PUPILAS SON...], Pablo Martínez


Las pupilas son las ventanas en las que se cuela el sol desde el amanecer.


Pablo Martínez

miércoles, 7 de mayo de 2014

REBAÑO, Pablo Ferrer



REBAÑO

   El pastor le baló a la oveja antes de que la sacrificaran.

Pablo Ferrer

martes, 6 de mayo de 2014

domingo, 4 de mayo de 2014

sábado, 3 de mayo de 2014

viernes, 2 de mayo de 2014

NOVELA DE TERROR, Pablo Martínez


NOVELA DE TERROR

   Tras el temblor de la tierra vi el techo desplomándose sobre mí y tuve una extraña sensación casi desconocida: la felicidad.

Pablo Martínez

jueves, 1 de mayo de 2014