TOMÁS— No se cansa uno de mirar.
MAX— ¿Y es un cuadro pequeño?
TOMÁS— No tendrá más de un metro de ancho.
MAX.— Parece mentira. (TULIO gruñe, despectivo, sin levantar la vista.)
TOMÁS.— Fijaos en la lámpara dorada. ¡Qué calidades! ¡Y con qué limpieza destaca del mapa del fondo!
TULIO.— (Sin dejar de leer.) El mapa del fondo, con sus arrugas viejas... (Los otros tres se miran.)
TOMÁS— Exacto. Como un hule que se hubiera resquebrajado. (Señala.) ¿Las veis? Debe de ser muy dificil pintar esos efectos. Pero Terborch era un maestro.
TULIO. — Terborch era un maestro, pero ese cuadro no es de Terborch.
ASEL— Tulio, ¿por qué no vienes a la mesa y lo ves con nosotros? ¿Qué necesidad tienes de sentarte en el suelo?
TULIO.— (Seco.) Por variar.
TOMÁS— (Se ha inclinado para leer en el libro.) Aquí pone Gerard Terborch.
TULIO— Un pintor está sentado y de espaldas, copiando a una muchacha coronada de laurel y con una trompeta. ¿Es ése?
TOMAS. — ¡El mismo!
TULIO. (Suspira.) Lo siento, pero no puedo dejar de intervenir. Ese cuadro es de Vermeer.
TOMÁS.— ¡Si aquí dice,.. !
TULIO. — ¡Qué va a decir!
TOMÁS.— (Se inclina, vehemente.) Dice... (Se endereza, desconcertado.) Vermeer. ¿Cómo he podido leer Terborch?
ASEL. — (Ríe.) Todos estos holandeses son indiscernibles. La ventana, la cortina, la copa de vino, el mapa...
MAX.— Has ido una confusión mental.
TOMÁS— (Incrédulo.) ¿De los nombres? Además, yo sabía que este cuadro era de Vermeer... Vermeer de Delft. (Se inclina.) Aquí lo dice. ¡Gracias, Tulio! (TULIO lo mira de reojo y no responde.) ¿No quieres venir a ver? Es evidente que te gusta la pintura.
ANTONIO BUERO VALLEJO, La Fundación, Austral, Madrid, pp. 85-86.
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