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jueves, 16 de octubre de 2014

PIERRE DE MONTAIGE 02, Jordi Soler

Pierre de Montaigne estaba empeñado en que su hijo fuera mejor que él y, para conseguirlo, le dio una estricta y hermética educación en latín. Le puso, desde muy pequeño, un profesor que ignoraba el francés y que le hablaba y lo instruía  exclusivamente en latín. El experimento pedagógico del padre produjo no solo a uno de los escritores más importantes de Occidente, sino al inventor del ensayo. El arte más grande de todos, escribió Montaigne, es “seguir siendo uno mismo”, una idea que mantuvo a lo largo de su vida, que, además de su inagotable obra literaria, le dio para viajar, para inmiscuirse en la política y para administrar sus posesiones. Todas las experiencias de Montaigne iban a parar a sus ensayos, vivía concentrado en vivir para después dar menta de ello por escrito.
   Sería ridículo seguir el ejemplo del padre de Montaige en este siglo XXI. Lo que si podemos es hacer el ejercicio de oponer a aquel niño, que solo hablaba latín, que estaba concentrado en el cultivo de sí mismo, a los niños contemporáneos que están distraídos por muchas cosas a la vez, por el mundo exterior que entra a saco por una infinidad de terminales. Mientras Montaigne pasaba en silencio largos tramos del día, que llenaba de reflexiones, nosotros forcejeamos contra el estruendo que sale permanentemente de las pantallas. Concentrado en un solo punto, Montaigne lo abarcaba absolutamente todo, nosotros, concentrados en puntos múltiples, no abarcamos casi nada.
   Tanto estimulo exterior nos aleja del arte más grande de todos que proponía Montaigne: seguir siendo uno mismo, porque para alcanzarlo se necesitan largas horas de reflexión Se han acabado los periodos de silencio, quien va andando no produce pensamientos caminados, va consumiendo algo que sale de su mp3; cualquier momento libre se rellena con la información ilimitada que produce la pantalla del teléfono o de la tableta. Nadie tiene paciencia ya para sentarse a oír un álbum de música completo. Lo mismo pasa con el cine, comprometerse durante dos horas con una película parece migo si se tienen las series que vienen dosificadas en cómodas cápsulas de 45 minutos. Tanta hiperactividad debería ser contrapesada con periodos de inactividad, de silencio, de concentración en una sola idea; porque de esos periodos de calma salen las grandes obras. Lo mínimo que va a quedarnos de esta era proclive a los fragmentos, llena de niños sobre-estimulados. que no tienen espacios para la reflexión y el silencio, es un mundo sin artistas.

JORDI SOLER, El País, 7 de septiembre de 2013 [adaptación].
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   Muchos padres dudan acerca de si la actividad de piscina de sus hijos coincidiría mejor los miércoles después de francés, o los viernes antes de las clases de danza. El problema no es tanto el hecho de que no se tengan periodos libres para "ser uno mismo", o para reflexionar, sino que en este momento el problema es no saber qué hacer con ese tiempo, cómo sobrellevar esa sencilla inactividad.
   En pleno siglo XXI los individuos se encuentran en un mundo en el que se oye sin escuchar; se está tan ocupado con todo lo que se cree tener que hacer que no se hace nada con una entrega plena. Las personas viven sometidas a la idea de que cuantas más cosas hagan, mejor será,  y ese "más" impide en muchas ocasiones disfrutar de las pequeñas cosas. La tranquilidad y sobre todo el silencio están infravalorados; son considerados sinónimos de hastío. Es difícil ser uno mismo cuando no se tienen ni se buscan momentos para conocerse mejor. La esencia del vivir se recoge en ser lo mejor que se pueda ser y no en ser mediocre en todo.
   Es de vital importancia tener la capacidad para descubrir que los silencios no deberían de ser incómodos, sino enriquecedores; los momentos vacíos para la reflexión son necesarios y los intelectuales nacen de la sencillez de aprender a ignorar los estímulos externos que impiden, por ejemplo, disfrutar de un buen libro. Vincular lo trepidante a lo verdaderamente vital propicia que se elija el resumen a la novela, un breve informe al análisis. Todo ello por miedo a perder un tiempo que, en realidad, es desaprovechado debatiendo si piscina sería mejor los miércoles o los viernes.

Xiana Fernández

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   En la actualidad, tal y como dice Jordi Soler, el individuo está irradiado por múltiples estímulos que no permiten que se concentre en una única actividad.
   Antiguamente esto no sucedía, fundamentalmente porque las nuevas tecnologías que ahora lo persiguen (la televisión, la radio y sobre todo, internet), no existían.  Un ejemplo extremo es el de Pierre de Montaigne, un francés del siglo XVI, que le inculcó a su hijo Michel una severa educación. Michel comenzó a escribir todo lo que le sucedía a lo largo del día, permitiendo así convertirse en un gran escritor de ensayos, reflexionar y conocerse a sí mismo. Ahora, discurrir y conocerse a uno mismo es difícil. Ya no existen las largas horas de silencio en las que se pueda escuchar los pensamientos propios, ya que todos los individuos se dispersan y prefieren entretenerse y evadirse (con vídeos, redes sociales y otras actividades que no les suponen ningún esfuerzo intelectual), a reflexionar sobre la vida y las preocupaciones. A su vez, las personas están cada vez más influenciadas por las opiniones de los demás, que no les permiten que se expresen con una personalidad propia: ser como cada uno quiere podría estar mal visto por la sociedad.
   Por estos motivos, todos deberíamos en algunos momentos a lo largo del día, buscar tiempo, para buscar la reflexión y el estímulo intelectual: escuchar música, leer un buen libro o, simplemente, cerrar los ojos y pensar en quienes somos, sin dejarnos influir por opiniones ajenas ni por modas pasajeras.

Lucía Martínez Baamonde
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   La reflexión y la introspección son actividades que deberían considerarse en nuestra sociedad con la misma importancia que se da a los recursos tecnológicos o a las actividades extraescolares en que los niños participan constantemente.
   La moda pedagógica de hoy incurre en la saturación de los menores, por una parte, con grandes dosis de información, que no llegan a asentarse en nuestra mente ni llegan tampoco a ser digeridas por nuestro cerebro; por la otra, los horarios de los niños de hoy están completos y apretados por multitud de actividades, que muchas veces no consiguen surtir los efectos deseados en lo que a realización personal se refiere, ya que no hay un tiempo para la reflexión sobre lo que se ha hecho en cada actividad. Esto tiene que ver directamente con dos circunstancias: por un lado la sociedad tecnológica y de la información, por el otro, el amplio catálogo de productos y servicios que el mercado ofrece al público infantil y juvenil, que se ve abocado al consumismo también por culpa de los padres, que responden solícitos a ese reclamo comercial.
   El ejemplo de Montaigne representa un aislamiento y un grado de introspección quizás imposibles de obtener hoy, aun viendo cómo propicia el pensamiento. No obstante, bastaría con que a alguien se le ocurriese dejar una hora al día libre de actividades para su hijo o hija, que no se completase el horario y que en un momento tan fugaz como en realidad es una hora, ese niño o niña tuviese tiempo para evadirse, para volver sobre lo que verdaderamente le ha llamado la atención; pasar “en Babia”, pensando, ese tiempo.
   Quizás muchos opinen que lo que se plantea es desperdiciar el tiempo, o malgastarlo; sin embargo, será en este tiempo, supuestamente perdido, donde puedan aflorar las reflexiones individuales que sirven para construir la singularidad de la persona.
   A pesar de la advertencia y la alarma de Jordi Soler, cabe ser optimista y esperar que no desparezcan el espíritu crítico y el deseo de conocimiento en cada persona.

Antonio González López

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   Es cierto que las nuevas generaciones son incapaces de sentarse una hora en un sillón, simplemente a reflexionar. Casualmente se da a la vez el fenómeno de tener la incapacidad de entretenerse, es decir, la necesidad de realizar una actividad o tener un juego, juguete, aparato electrónico, etc, en la mano para pasar el rato, lo que podría denominarse como una dependencia excesiva de estímulos exteriores, como bien se apunta en el artículo de El País. Jordi Soler va más allá con sus argumentaciones, con el ejemplo del escritor Montaigne, señalando que los niños actualmente están siempre realizando actividades que les impiden tener tiempo para llegar a conocerse a sí mismos. Seguir siendo uno mismo, algo que el francés proponía como la mayor de las artes, es inconcebible, con la forma de vida que llevan niños, adolescentes e incluso adultos, ya que sin conocerse a sí mismo, es totalmente imposible elegir un proyecto vital de un modo consciente.
   Soler habla de pedagogía y por eso se centra más en las edades tempranas, ya que son en las que se aprende mayor cantidad de conocimientos, pero la situación es extrapolable a los adultos. De este modo se puede considerar que es totalmente acertado decir que la falta de tiempo para meditar y pensar, o directamente no focalizarse en lo principal, puede hacer que un potencial artista deje de serlo o no llegue a explotar su capacidad. Definitivamente explorar el mundo interior del individuo debería ser mucho más importante y no sólo se debería aplicar a nivel pedagógico, sino también como forma de encontrar lo que realmente busca cada uno para sí en la vida.

Lucía Regueiro Mosquera
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   Montaigne fue un gran escritor y la información desborda a la sociedad actual, pero ni la mayor parte de los contemporáneos de Montaigne eran personas ilustradas ni hoy en día se han extinguido los intelectuales.
   Los videojuegos, los televisores y las nuevas formas de socializar a través de una plataforma virtual son la distracción de la mayoría de los jóvenes. Muchos de ellos prefieren la comodidad de ver una película al supuesto placer de leer un libro. Claro que esto se hubiera producido en cualquier época de haber existido tantos medios. Sin embargo, todos esos chicos y chicas que dan uso y sacan provecho a los elementos mencionados quizá estén capacitados para dejar un gran legado a la próxima generación que se autoproclame perdida e ignore (como sucede actualmente) que durante toda la historia se ha optado por valorar el pasado y olvidar que todos los presentes tienen luz y, sobre todo, sus propios intelectuales. Porque el graffiti, los efectos especiales y tantos nuevos lenguajes que invaden las calles y las pantallas probablemente mañana sean estudiados y visitados en los museos de todo el mundo.
   Siempre es necesario tener cierta perspectiva para poder mirar hacia atrás y determinar la verdadera repercusión de las cosas. No es sino el tiempo, el que da importancia a una obra o a una persona, como ocurrió con Van Gogh, que no pudo disfrutar de su éxito en vida. Con los años lo más apreciado puede llegar a ser aquello que menor atención recibió, o incluso que en su momento había sido despreciado.

Lola Mosquera


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