LA NOVATA
Acababa de llegar. Todo era diferente para Elise, ya que se acababa de mudar de Francia a España, a la ciudad de Córdoba. El dialecto de Andalucía era muy difícil para Elise, que tenía un español muy simple.
Cursaba 4º de E.S.O y era su primer día en el nuevo instituto. Se sentía como un bicho raro, pues no tenía amigos y le costaba relacionarte porque no entendía a nadie.
El primer día de clase, fue bastante bien, gracias a su tutora; cuando se dio cuenta de que era extranjera, comenzó a hablar más despacio para que la pudiera entender.
El segundo día… fue un infierno para Elise. A diferencia de su tutora, una chica super agradable de unos 35 años, los otros profesores ignoraron completamente de dónde venía Elise, como sus compañeros de clase, que decidieron gastarle bromas durante todo el día a la “novata”.
Rendida, cuando sonó la última campana del día, Elise se fue de aquel edificio que detestaba, mientras una pequeña lágrima salía de sus ojos azules verdosos y resbalaba por sus rojizos mofletes, hasta su barbilla, y terminó precipitándose al suelo.
Llegó a su casa, y como una bala, subió las escaleras, llegó a su cuarto y se derrumbó, rodeada de lágrimas y sentimientos de desprecio, tristeza, decepción y marginación. No comió ni cenó y al día siguiente se despertó sin ganas ni de comer, ni de hablar, incluso ni de vivir. Su madre, desconocedora de lo ocurrido, no entendía nada, debido a que desde el día que su marido y ella le dijeron la noticia, Elise estaba que no cabía en sí misma de la alegría que tenía dentro, pues le encantaba viajar y conocer culturas nuevas.
Aún así, ese día fue al instituto.
Aunque no era muy buen plan, en los recreos, Elise se encerraba en el baño y sacaba todos sus sentimientos fuera. Unos días lo hacía con papel y lápiz, otros con pañuelos, y a veces solo pensaba.
Así transcurrió un mes de su vida, pero un día, todo cambió:
—Hola
—Hola
—Me llamo Arturo, pero todo el mundo me llama Arty.
—Yo me llamo Elise, y no me llama nadie.
—Mientes. Seguro que una chica como tú tiene que tener a miles personas a sus pies.
—Gracias por el cumplido, pero estás muy equivocado —dijo ella con una sonrisa en la cara.
—Mis amigos se van, así que tengo que irme, pero cuando quieras hablar con alguien, acércate junto a mí.
—Vale, gracias.
—Chao
—Chao.
Elise estaba sonriendo como una tonta. Aquel chico se acercó a hablarle ¡acababa de hacer su primer amigo en aquel instituto!, y era bastante guapo, pensó ella.
A partir de ese día, subió su autoestima, que le ayudó a todo:
Con esa autoestima, tuvo el valor de hacer un curso para mejorar su español.
Con esa autoestima, tuvo la fuerza para dejar a todos boquiabiertos, pues era muy inteligente.
Y con esa autoestima que aquel chico le había dado con un poco de cariño, tuvo confiaza en sí misma, cosa que le faltara durante ese largo mes, y que le ayudó a no rendirse nunca más.
Noelia Fraga Pérez
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