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lunes, 22 de febrero de 2021

EDIPO REY


TRAGEDIA GREIGA. EDIPO REY.


Con la revuelta que derrocó al último tirano en 510 a.C. y el establecimiento de una forma de democracia, la ciudad-estado de Atenas inauguró la era de la Grecia clásica. Durante dos siglos, Atenas no solo fue un centro de poder político en la región, sino también un hervidero de actividad intelectual que auspició un extraordinario florecimiento de la filosofía, la literatura y el arte, que iba a tener una profunda influencia en el desarrollo de la civilización occidental. La cultura clásica griega estuvo marcada por los logros de los pensadores, artistas y autores atenienses, que desarrollaron los valores estéticos de la claridad y el equilibrio, bien ejemplificados en la arquitectura clásica. Asimismo, la visión antropocéntrica influyó en el auge de una forma literaria relativamente nueva, el teatro, que evolucionó a partir de las representaciones corales en honor del dios Dioniso.


El nacimiento del teatro


Para el inicio de la era clásica, las representaciones religiosas habían pasado de ser ceremonias esencialmente musicales a algo mucho más parecido a lo que hoy entendemos por teatro, con la adición de actores que interpretaban a los personajes en vez de limitarse a narrar la historia.

Esta nueva forma de entretenimiento devino enormemente popular, y constituía el principal evento del festival anual de las Dionisias, que se celebraban durante varios días en un teatro al aire libre construido a propósito y que atraían a un público de hasta 15000 personas.

Cada autor presentaba una trilogía de tragedias y una comedia para ser representadas en el festival, y competían por prestigiosos trofeos.

Durante gran parte del siglo v a.C., la lista de premiados estuvo dominada por tres dramaturgos: Esquilo (c. 525/524-c. 456/455 a.C.), Sófocles (c. 496-406 a.C.) y Eurípides c. 484-406 a.C.). Su contribución, que suma varios cientos de obras, estableció la norma para el arte de la tragedia. Esquilo, como el primero de los tres grandes dramaturgos, suele considerarse el pionero, que introdujo muchas de las convenciones asociadas al formato. Se le atribuye la ampliación del número de actores y el planteamiento de su interacción en el diálogo, lo que introdujo la idea de conflicto dramático. Si antes era el coro el que presentaba la acción dramática, ahora eran los actores los que tomaban el centro del escenario, y el coro asumía el papel de presentar la escena y comentar las acciones de los personajes.

Con Eurípides, la tragedia evolucionó hacia un mayor realismo, al reducir aún más el papel del coro y presentar unos personajes más redondos y con interacciones de mayor complejidad.

La tragedia clásica griega tuvo su cumbre en la obra de Sófocles. Por desgracia, solo han sobrevivido siete de las 123 tragedias que escribió. Entre ellas, la más lograda es, tal vez, Edipo rey, una de las tres obras que Sófocles dedicó al mítico rey de Tebas (las otras son Edipo en Colono y Antígona), conocidas en conjunto como obras tebanas. Rompiendo con la tradición establecida por Esquilo de presentar las tragedias en trilogías, Sófocles concibió cada una de estas obras como una pieza independiente; de hecho, las compuso con años de diferencia, y no presentan un orden cronológico.

En Edipo rey, Sófocles creó lo que hoy se considera el epítome de la tragedia clásica griega. La obra presenta la estructura formal establecida: un prólogo seguido por el párodo o presentación de los personajes; el desarrollo de la trama a través de una serie de episodios intercalados con comentarios del coro; y el éxodo o conclusión coral. En esta estructura, Sófocles introdujo la novedad de un tercer actor para ampliar las posibilidades de interacción de los personajes y permitir una trama más compleja, creando así las tensiones psicológicas que son sinónimo de la palabra «drama» en la actualidad.

Típicamente, una tragedia de este tipo presentaba la historia de un héroe que sufría un infortunio que conducía a su destrucción, tradicionalmente a manos de los dioses o el destino. Sin embargo, a medida que se desarrolló la tragedia, los reveses de la fortuna del héroe se mostraron cada vez más como resultado de la fragilidad o los defectos del carácter del protagonista: la hamartia o error fatal. En Edipo rey, tanto el destino como el personaje tienen su parte en los trágicos sucesos. El personaje de Edipo, además, está lejos de presentarse en blanco y negro. Al principio de la obra aparece como el respetado rey de Tebas a quien el pueblo recurre para librarse de una maldición, pero a medida que la trama avanza se revela su implicación involuntaria en esa misma maldición.

Esta revelación contribuye a la atmósfera de premonición que era característica de las mejores tragedias griegas. El sentido de predestinación procedía del hecho de que muchas de estas historias ya eran bien conocidas, como debía de serlo la de Edipo. Tal situación creaba una ironía trágica, ya que la audiencia, conocedora del destino del personaje, presenciaba cómo este, ignorante de su propio sino, avanzaba hacia la inevitable perdición. En Edipo rey, Sófocles incrementa esta atmósfera de inevitabilidad introduciendo varias referencias a profecías hechas muchos años antes, y que tanto Edipo como su esposa, Yocasta, habían ignorado. La historia no trata tanto sobre los sucesos que conducen a la caída de Edipo como sobre los que provocan la revelación de la importancia de sus actos pasados.


Una tragedia anunciada


La cadena de acontecimientos comienza con la peste que asola a Tebas. Al ser consultado, el oráculo de Delfos dice que la peste acabará cuando se halle al asesino de Layo, anterior rey de Tebas y marido de Yocasta. Edipo busca el consejo del profeta ciego Tiresias para encontrar al asesino. Esto pone a Tiresias en una difícil tesitura porque, aunque ciego, puede ver lo que Edipo no ve —que el propio Edipo es el asesino—, y le aconseja que olvide el asunto. Pero Edipo exige la verdad. Y entonces Tiresias le revela aún más: que el asesino resultará ser el hijo de su propia esposa. Edipo, turbado, se niega a creerlo, pero entonces recuerda una visita de juventud a Delfos, adonde acudió para conocer su verdadera ascendencia tras haber oído por casualidad que era adoptado. En lugar de responderle a eso, el oráculo le contó que mataría a su padre y se casaría con su madre. Él huyó rumbo a Tebas, y en el camino se encontró con un anciano que le impedía el paso, al cual mató.

La importancia de este dato no pasaba inadvertida para la audiencia, especialmente cuando Sófocles presenta a Yocasta, la esposa de Edipo y viuda de Layo, consolando a Edipo argumentando que las profecías no son ciertas; una de ellas predijo que Layo sería asesinado por su hijo, dice, y en realidad murió a manos de bandidos. Esta información deja claro al espectador que la profecía que recibió Edipo se ha cumplido; esta le impulsó a dejar su hogar y puso en marcha los sucesos que lo llevaron a asesinar sin saberlo a su propio padre, Layo, y a convertirse en rey de Tebas en su lugar, tomando a su propia madre, Yocasta, como esposa.

El clímax llega cuando Edipo toma conciencia de todo eso, y reacciona cegándose a sí mismo. El coro, que a lo largo de la obra ha expresado los pensamientos y sentimientos que no podían ser expresados por los propios personajes, cierra el drama repitiendo ante un escenario vacío que nadie puede considerarse afortunado «hasta que llegue al término de su vida sin haber sufrido nada doloroso».


La tradición occidental


Edipo rey se ganó el favor del público ateniense de inmediato, y fue alabada por Aristóteles como la mejor de las tragedias clásicas griegas. La habilidad de Sófocles en el manejo de una trama compleja y en el tratamiento de temas como el libre albedrío y el determinismo o el error fatal de un personaje noble, no solo estableció un punto de referencia para el drama clásico, sino que además sentó las bases de la posterior tradición dramática occidental.

La comedia de Aristófanes Pluto o la riqueza, representada aquí por actores actuales, es una amable sátira centrada en la vida —y la distribución de la riqueza— en Atenas.

Tras su muerte, no hubo trágicos griegos de la talla de Esquilo, Eurípides y Sófocles. El teatro siguió siendo un elemento central de la vida cultural ateniense, pero los elogios se vertían más a menudo sobre productores o actores que sobre los autores. Las comedias de Aristófanes (c. 450-c. 388 a.C.) contribuyeron a llenar el vacío dejado por las grandes tragedias, y el gusto del público derivó gradualmente hacia un teatro menos serio.

Con todo, aún en la actualidad la tragedia clásica griega conserva su relevancia, en parte por su exploración psicológica del hombre, que Freud y Jung usaron en sus teorías sobre el inconsciente, los impulsos y las emociones. Las obras conservadas de los trágicos griegos, y en particular Edipo rey, se repusieron durante la Ilustración, y desde entonces han sido representadas regularmente, con sus temas e historias reinterpretados por numerosos autores.