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miércoles, 28 de febrero de 2018

LA POESÍA POSTERIOR A LA GUERRA CIVIL



INSOMNIO

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?

DÁMASO ALONSO, Hijos de la ira. 1944.

martes, 27 de febrero de 2018

LA POESÍA POSTERIOR A LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA: MIGUEL HERNÁNDEZ, BLAS DE OTERO Y GIL DE BIEDMA

LA POESÍA POSTERIOR A LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA: MIGUEL HERNÁNDEZ, BLAS DE OTERO Y GIL DE BIEDMA

   En 1942, cumpliendo pena por su participación en la guerra en el bando republicano, fallece en la prisión de Alicante Miguel Hernández. Su poesía rehumanizada, partidaria del compromiso civil con los problemas del hombre, será despreciada por los intelectuales fascistas, declarados enemigos del Viento del pueblo (1937). Sirva como ejemplo de ello este hecho: en 1981 fue posible editar El hombre acecha (1939) porque dos ejemplares habían sido salvados de la destrucción ordenada por el gobierno franquista.
  Tras la Guerra Civil (1936-1939) se inicia la dictadura y el exilio de muchos intelectuales españoles. Este terrible hecho histórico provocó que España no sólo diese la espalda al resto del mundo, sino también un corte con la recién adquirida modernidad.
  El aislamiento cultural, la censura política (y la autocensura) explican la mediocridad de un panorama literario en el que asoma una cultura oficial, la nacional-católica, en la que destacan los autores fascistas, adeptos al Régimen. Luis Rosales, Leopoldo Panero o Dionisio Ridruejo pertenecen a la escuela garcilasista. Su poesía de un tono heroico, imperial, de alabanza del pasado glorioso de España sirve para ensalzar el régimen franquista. Sus cantos felices a la tranquilidad del hogar, la belleza de la tierra y el sentimiento religioso, motivaron que esta tendencia estética de los ganadores de la guerra, fuera denominada «poesía arraigada», pues para ellos, el mundo parece estar bien hecho.
   La realidad de la inmediata postguerra era otra: de la angustia, la miseria y las represalias comenzarán a hablar una serie de jóvenes autores que perciben en Hijos de la ira (1944), de Dámaso Alonso, un modelo para exhibir una incoformidad que motivó que fuesen adscritos a la práctica de una «poesía desarraigada». Esta poesía que versa sobre la muerte, la tristeza, la soledad y la desesperación empleando un lenguaje desgarrado, casi violento, cercano al grito, describe la vida con realismo y espíritu crítico. En los años cincuenta y sesenta, será la tendencia dominante: estos jóvenes neorrealistas escribirán poesía social. Gabriel Celaya, Blas de Otero, Gloria Fuertes y tantos otros, consideran que la poesía debe afrontar los problemas de la sociedad y servir a su beneficio y progreso. Estos poetas buscan el compromiso y la solidaridad, por ello abandonan el «yo« en favor del «nosotros». Aspiran a compartir su obra con el pueblo. Sus versos son los versos de todos los ciudadanos. Anteponer el contenido a la forma, elegir un lenguaje transparente, coloquial, que llegue a la «inmensa mayoría» provocará que muchos de estos textos, leídos hoy, parezcan torpes panfletos rimados. 
   Blas de Otero encontrará seguidores en la segunda promoción de autores realistas (la llamada «generación de medio siglo»): Ángel González, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Francisco Brines, Carlos Barral o Antonio Gamoneda comparten con la generación anterior un consciente antifranquismo; mantienen la visión crítica de la sociedad, unas actitudes éticas comunes y la atención a los problemas sociales, pero no son poetas que se atengan únicamente a exhibir un compromiso político en su obra. Se interesan por el ser humano en sus obras, por sus problemas existenciales, morales e históricos pero no pretenden cambiar la sociedad ni enarbolan una bandera o proyecto político. Su actitud política se limita al ámbito íntimo y personal. Pretenden seguir haciendo una poesía crítica y comprometida, pero con unas formas más elaboradas y huyendo del exceso de simplicidad y sencillez del periodo anterior.
   La obra de Jaime Gil de Biedma, recogida en las 180 páginas de Las personas del verbo es un claro ejemplo de un gran dominio de la técnica poética. El poeta se enfrenta al paso del tiempo con amargura, escepticismo y pesimismo. La poesía es un acto de «comunicación». El poeta exhibe con contención sus experiencias al lector, en un diálogo lleno de sutiles referencias intelectuales que le permiten hablar también de todo lo prohibido.
   En los años setenta, este panorama cambiará radicalmente con la incorporación de unos jóvenes, educados en una nueva sociedad en la que tienen muchísimo peso los nuevos medios de comunicación masiva: los novísimos, venecianos o generación del 68 (Pere Gimferrer, José María Álvarez, Leopoldo María Panero...), en su afán de romper con la generación anterior, practicarán una poesía vinculada a las vanguardias, que toma como modelos a poetas preferentemente extranjeros.

domingo, 25 de febrero de 2018

ROPA, Wislawa Szymborska


ROPA

Te quitas, nos quitamos, os quitáis
abrigos, chaquetas, americanas, blusas
de lana, de algodón, de satén
faldas, pantalones, calcetines, braguitas,
poniendo, colgando, tendiendo sobre
respaldos de sillas, alas de biombos;
por ahora, dice el médico, no es nada grave,
vístase, por favor, descanse, cambie de aires,
tome en caso de, antes de dormir, después de comer,
vuelva dentro de tres meses, un año, un año y medio;
ves, y tú creías, y nosotros temíamos,
y vosotros suponíais, y él sospechaba;
ya es hora de atar, de abrochar, con manos todavía temblorosas,
cordones, cierres, cremalleras, broches,
cinturones, botones, corbatas, cuellos,
y sacar de las mangas, de los bolsos, de los bolsillos
la arrugada bufanda de lunares, a rayas, con flores, de cuadritos,
con una repentinamente prolongada caducidad.

De Gente en el Puente, 1986 



Ilustración: Antoni Tapies

domingo, 18 de febrero de 2018

ROMANCE DE LA LULA, LUNA, Federico García Lorca


ROMANCE DE LA LUNA, LUNA

a Conchita García Lorca 

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.

Federico García Lorca, Romancero Gitano
&
Aurora Girón

viernes, 16 de febrero de 2018

miércoles, 7 de febrero de 2018

DEL CUENTO AL MICRORRELATO

Cuento II

Lo que sucedió a un hombre bueno con su hijo

Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo que estaba muy preocupado por algo que quería hacer, pues, si acaso lo hiciera, muchas personas encontrarían motivo para criticárselo; pero, si dejara de hacerlo, creía él mismo que también se lo podrían censurar con razón. Contó a Patronio de qué se trataba y le rogó que le aconsejase en este asunto.

***
LUNA

   Jacobo, el niño tonto, solía subirse a la azotea y espiar la vida de los vecinos. Esa noche de verano el farmacéutico y su señora estaban en el patio, bebiendo un refresco y comiendo una torta, cuando oyeron que el niño andaba por la azotea.
   —¡Chist! —cuchicheó el farmacéutico a su mujer—. Ahí está otra vez el tonto. No mires. Debe de estar espiándonos. Le voy a dar una lección. Sígueme la conversación, como si nada...
   Entonces, alzando la voz, dijo:
   —Esta torta está sabrosísima. Tendrás que guardarla cuando entremos: no sea que alguien se la robe.
   —¡Cómo la van a robar! La puerta de la calle está cerrada con llave. Las ventanas, con las persianas apestilladas.
   —Y... alguien podría bajar desde la azotea.
   —Imposible. No hay escaleras; las paredes del patio son lisas...
  —Bueno: te diré un secreto. En noches como esta bastaría que una persona dijera tres veces «tarasá» para que, arrojándose de cabeza, se deslizase por la luz y llegase sano y salvo aquí, agarrase la torta y escalando los rayos de la luna se fuese tan contento. Pero vámonos, que ya es tarde y hay que dormir.
   Entraron dejando la torta sobre la mesa y se asomaron por una persiana del dormitorio para ver qué hacía el tonto. Lo que vieron fue que el tonto, después de repetir tres veces «tarasá», se arrojó de cabeza al patio, se deslizó como por un suave tobogán de oro, agarró la torta y con la alegría de un salmón remontó aire arriba y desapareció entre las chimeneas de la azotea. 

Enrique Anderson Imbert


Ilustración: Liliana Porter