LA MISTERIOSA CASA DE LA SEÑORA ANDREWS
Las ventanas silbaban, el suelo crujía...había
muchos ruidos a los que Laura debía acostumbrarse en su nueva casa. Ella
estaba habituada a su tranquilo piso, en el que no ocurría nada fuera
de lo normal, algún que otro ruido en la carretera, pero siempre eran
coches o gente caminando mientras charlaba; en cambio, en la casa de la
misteriosa señora Andrews, que a sus 78 años había decidido vender su
casa y huir del pueblo sin dejar ningún rastro y sin darle explicaciones
a nadie, era todo más extraño.
Para Laura era duro dejar su casa y sus amigos atrás. Había
terminado en la universidad y encontrado un trabajo casi de inmediato.
Esa es la razón por la cual se mudó.
El primer día no fue muy bueno debido a que los ruidos, la
gente, el paisaje y el clima eran nuevos para ella, sobre todo los
ruidos. Laura era muy miedosa, así que no fue fácil conciliar el sueño
ya que escuchaba sonidos que nunca se había imaginado que existían.
La mañana no empezaba demasiado bien, ya que el despertador no sonó a
su hora y llegaba tarde al trabajo. El jefe la esperaba impaciente y la
amonestó en cuanto la vio entrar. Decidió que cuando acabara el trabajo
se iría a comer a la cafetería que había en la esquina ya que tenía buen
aspecto.
Cuando por fin entró, la camarera la reconoció al instante.
— ¿Tú eres la chica nueva del barrio, la que compró la casa de la señora Andrews, verdad?
— Sí, soy yo. Qué sorpresa que ya me reconozcas, si apenas llevo un día aquí —dijo extrañada— pero bueno; soy Laura Peterson.
— Yo soy tu vecina, vivo a tu lado, me llamo Amy Grey.
— Pues encantada Amy —dijo Laura— y ya que estamos, ¿tú podrías contarme algo sobre la anterior dueña de mi casa?
— ¿Sobre la señora Andrews?. Oh, sí, lo que quieras. Solía
desayunar aquí, y a veces venía con un amigo suyo, cinco años mayor que
ella más o menos. Era una mujer muy misteriosa y sólo se relacionaba con
su amigo. Hasta que desapareció; ni su familia sabe qué le pasó, y a
los dos días, ella vendió su casa y no se supo nada más.
—¿Y su familia?
— No tiene; dicen que fueron asesinados delante de ella cuando era una niña de 14 años, en tu actual casa.
— ¿En mi casa?
— Sí, imagínate los fantasmas que debe haber —dijo en tono burlón.
— Boh, eso son mitos absurdos.
— Yo no estaría tan segura.
Cuando acabó de decir esas palabras, fue a atender a otros
clientes y Laura de nuevo a su oficina, pero no se pudo concentrar mucho
pensando en lo que pudo haber sucedido en su casa.
Al fin llegó a casa, y lo que hizo fue inspeccionar la casa
aprovechando que sólo tenía la cama, porque los de la mudanza aún no
habían llegado, y hasta dentro de uno o dos días no lo harían. No
encontró nada; polvo y muchas grietas. Llegó la noche y decidió irse a
cama temprano, pero los nervios la tuvieron en vela y cuando por fin se
estaba quedando dormida, oyó un tremendo crujido acompañado de una voz
que pedía ayuda. Laura saltó de la cama como un muelle, pero no dio ni
un paso, y cuando la voz desapareció volvió a la cama con los ojos como
platos, piel de gallina y atemorizada. No durmió absolutamente nada en
toda la noche. A la mañana cuando salió el sol, se atrevió a levantarse,
pero bajó las escaleras con un palo que encontró en la habitación, no
halló a nadie en la casa. Subió arriba de nuevo, se puso la ropa y salió
a casa de la camarera del anterior día para contarle lo sucedido. Amy
quedó sorprendida pero no supo qué responder. Estuvieron charlando y
desayunando juntas, al parecer tenían cosas en común y se cayeron bien.
Pasaron dos días y por fin llegaron los hombres de la mudanza. Había
pasado esos dos días con miedo, pero no pasó nada raro. Laura les
ofreció ayuda a los cuatro hombres que colaboraban en la mudanza, pero
se negaron al observar su amabilidad. Al final se fue a dar una vuelta
al nuevo barrio con Amy y les dejó las indicaciones de los muebles y de
todo, pero de repente sonó un terrible grito que estremeció a todo el
mundo. Laura vio cómo uno de los hombres salía corriendo de las
escaleras del sótano y se sentaba en el jardín de la entrada, pálido
como un muerto.
— ¡¿Pero qué ha pasado!? —preguntaron todos en uno.
—En el sótano... —dijo en tono que nadie oyó básicamente.
—¡Continúa!
— No os lo vais a creer pero... —dijo con el aliento recuperado—
apareció un hombre con ropa vieja y destrozada, encharcado en sangre, y
yo me asusté, pero él entonces se dio cuenta de que estaba allí. Pero
cuando me di cuenta, ¡ese hombre medía más de dos metros! ¡Y de pronto,
desapareció! En ese momento todos vieron cómo un ser de más de dos
metros, con una ropa teñida de sangre, subía las escaleras de modo lento
con un puñal; la cara era pálida, con tremendos cortes. Pero para
sorpresa de todos llegó la señora Andrews y le plantó cara como si
estuviera en su plena juventud. Ahora Laura lo entendía, él era el
asesino y amigo de ella, por eso desaparecieron los dos. Cuando la
señora Andrews se quiso dar cuenta, tenía el puñal entre el pecho y con
un movimiento de brazo lanzó a los cuatro hombres de la mudanza que se
habían puesto delante de Laura para defenderla. Ya había levantado el
brazo para atravesar a Laura y de pronto... Laura saltó de la cama llena
de sudor, como si le hubieran tirado agua por encima. Seguía en su
piso, en la universidad, con sus compañeros cada uno en su cama. Todo
había sido un sueño, pero más real de lo que parecía.
Anxo López
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