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miércoles, 6 de marzo de 2013

12:45, Iria Rodríguez





   Dan las 12 de la noche en el reloj de Nuria, cuando ella lo contempla desde su cama. No puede dormir. Su habitación cerrada y sombría la aterroriza, y la presencia de una segunda respiración en su cuarto la paraliza. Sus padres trabajan, su hermano duerme en el primer piso, y ella solo puede aguzar el oído y ver qué pasará esa noche allí. El viento sacude las ventanas, la sonora tormenta amenaza con romper una de ellas. La lluvia se desliza por el tejado, y deja una leve gotera en uno de los balcones. La muchacha se pierde en el silencio, se levanta de cama, y decide encender la luz, pero no funciona debido a la tormenta. Torpemente busca una vela y un mechero. Lo encuentra, y puede ver a simple vista aquella terrorífica sala. En sus lados no hay nada. Ni detrás. Ni delante. Solamente su silencio inunda la casa. Un rayo ilumina tras la ventana, y aquella vela se derrite. Otra vez a solas en la noche. Se queda paralizada tras escuchar unos pasos que atraviesan el pasillo a toda velocidad. Decide salir de su cuarto, y explorar. Nada. No hay nadie ni nada. Baja al primer piso, y se acerca al cuarto de su hermano. Lentamente abre la puerta, y con una leve luz parpadeante que ilumina la cama de su hermano pequeño, entra en la sala. No hay nadie. Su hermano desapareció. La niña piensa que puede haber sido él quien atravesara el pasillo ruidosamente de un lado de la casa al otro, alcanzando y bajando las escaleras. Corre hacia el piso bajo en busca de su hermano, llamándolo continuamente, pero no obtuvo respuesta. Un escalofrío recorre su cuerpo, y un espejo colgado en el salón, cae rompiéndose en mil pedazos. Vuelve corriendo a su habitación terroríficamente asustada por todo lo ocurrido. Se tumba en la cama, y empieza a pensar. ¿Qué acababa de pasar? Miró el reloj nuevamente. Marcaba claramente las 12:45. Busca el teléfono para llamar a alguien y comunicarle lo ocurrido, pero el cable estaba cortado. Se precipita sobre la ventana y la intenta abrir. No lo consigue. Baja corriendo con todas sus fuerzas, y sus piernas tropiezan en cada rincón. La puerta principal tampoco se abre. Un nudo invade su garganta. Traga saliva, y busca más salidas posibles, pero todas, estaban cerradas. Una niebla inmensa atraviesa la casa de lado a lado, y salta la alarma anti incendios. Grita. Corre hacia su habitación de nuevo y la puerta se cierra sola tras ella. Una nítida luz a través de las ventanas pasa. Se asoma, y ve los faros de un coche antiguo y mal cuidado. El coche se detiene en un rincón de su trayecto, y la niña baja corriendo a abrazar a quien quiera que fuese, pues el temor le recorría de pies a cabeza. Una vez abajo, la puerta sigue cerrada, y era tal su impaciencia, que de una patada, la derribó. La niebla ya cubría la casa entera, y ella corría todo lo que sus piernas le permitían. Una vez llegada al coche, abrió la puerta, pero nadie permanecía en él. Se aleja a pequeños pasos marcha atrás, pero se tropieza, y cae al suelo. Unos pasos se acercan a ella con sigilo. Vienen de todas partes. Grita con todas sus fuerzas, pero nadie la oye. Solo ella vive esa tragedia, y nadie está allí para ayudarle. La adrenalina le recorre, y la respiración se le corta por los nervios. 12:45 AM. Nuria se despierta.

Iria Rodríguez

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