Una noche soñé que no existían los libros ni ninguna clase de expresión escrita. Nadie sabía escribir ni contar historias, porque tampoco existía la literatura oral. No había colegios porque no había quien enseñara. Tampoco se conocían las librerías, las bibliotecas, los hospitales... Todos teníamos el mismo nivel de ignorancia; no se sabía nada del pasado ni se imaginaba el futuro y sólo llegaba a viejo el que no enfermaba o no se veía envuelto en una lucha, ya que no existía la diplomacia. Éramos felices porque no intentábamos buscar respuesta a nada. Vivíamos por nuestro instinto, sin progreso.
Me desperté y me di cuenta de que esa era la peor de mis distopías.Rubén Torregrosa Vázquez [1º C]
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