Una mañana a mediodía, junto al parque
Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la
línea S (en la actualidad el 84), observé a un personaje con el cuello
bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón
trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y
porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que
subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para
lanzarse sobre un sitio que había quedado libre.
Dos horas más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.
Dos horas más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.
AMPULOSO
A la hora en que comienzan a
agrietarse los rosados dedos de la aurora, cabalgaba yo, cual veloz
saeta, en un autobús, de imponente alzada y bovinos ojos, de la línea S,
de sinuoso periplo. Advertí, con la precisión y agudeza del indio
presto al combate, la presencia de un joven cuyo cuello era más largo
que el de la jirafa de pies ligeros, y cuyo sombrero de fieltro hendido
estaba ornado con una trenza, cual héroe de un ejercicio de estilo. La
funesta Discordia de senos de hollín vino con su boca hedionda por
desdén del dentífrico; la Discordia, digo, vino a inocular su maléfico
virus entre este joven de cuello de jirafa y trenza alrededor del
sombrero, y un viajero de borroso y farináceo semblante. Aquél dirigióse
a éste en los siguientes términos: “¡Oígame, malvado ser, diríase que
usted me está pisoteando adrede!”. Así exclamó el joven de cuello de
jirafa y trenza alrededor del sombrero y fue, presto, a sentarse.
Más tarde, en la plaza de Roma, de majestuosas proporciones, reparé de nuevo en el joven de cuello de jirafa y trenza alrededor del sombrero, acompañado de un camarada, árbitro de la elegancia, el cual profería esta crítica que me fue dado percibir con mi ágil oído, crítica dirigida a la indumentaria más externa del joven de cuello de jirafa y trenza alrededor del sombrero: “Deberías disminuirte el escote mediante la adición o elevación de un botón en la periferia circular.”
Más tarde, en la plaza de Roma, de majestuosas proporciones, reparé de nuevo en el joven de cuello de jirafa y trenza alrededor del sombrero, acompañado de un camarada, árbitro de la elegancia, el cual profería esta crítica que me fue dado percibir con mi ágil oído, crítica dirigida a la indumentaria más externa del joven de cuello de jirafa y trenza alrededor del sombrero: “Deberías disminuirte el escote mediante la adición o elevación de un botón en la periferia circular.”
PUNTO DE VISTA SUBJETIVO
No estaba descontento con mi
vestimenta, precisamente hoy. Estrenaba un sombrero nuevo, bastante
chulo, y un abrigo que me parecía pero que muy bien. Me encuentro a X
delante de la estación de Saint-Lazare, el cual intenta aguarme la
fiesta tratando de demostrarme que el abrigo es muy escotado y que
debería añadirle un botón más. Aunque, menos mal que no se ha atrevido a
meterse con mi gorro.
Poco antes, había reñido de lo lindo a una especie de patán que me empujaba adrede como un bruto cada vez que el personal pasaba, al bajar o al subir. Eso ocurría en uno de esos inmundos autobuses que se llenan de populacho precisamente a las horas en que debo dignarme a utilizarlos.
Poco antes, había reñido de lo lindo a una especie de patán que me empujaba adrede como un bruto cada vez que el personal pasaba, al bajar o al subir. Eso ocurría en uno de esos inmundos autobuses que se llenan de populacho precisamente a las horas en que debo dignarme a utilizarlos.
RAYMOND QUENEAU, Ejercicios de estilo, Cátedra, Madrid, 1989, pp. 64, 62 y 92.
No hay comentarios:
Publicar un comentario