UN DÍA DE LLUVIA
Era una tarde de otoño. Llovía. Odiaba esos días en los que no podías hacer nada más que quedarte en casa viendo cualquier película que estuvieran repitiendo por décima vez. Ya no lo soportaba. Me puse las botas, cogí el chubasquero y ya me disponía a salir cuando de repente escuche un grito:
-¿A dónde te crees que vas con la que está cayendo?
No quería responder. No sabía qué responder. No iba a ninguna parte en concreto. O quizás sí. A lo mejor inconscientemente tenía tantas ganas de salir únicamente para pasar por allí, para descubrir simplemente si él estaba allí, trabajando en la cafetería como hacía todas las tardes de domingo para ayudar a su padre. Obviamente ese deseo no era la respuesta que debía darle a mi madre. Así que sin más remedio acepté mi derrota y le respondí decepcionada:
-A ninguna parte, mamá.
Me resigné y después de quitarme el chubasquero me fui a mi habitación. Me puse el pijama, pues sabía que no iba a salir más de casa. Encendí el ordenador portátil que ya se encontraba en mi habitación como de costumbre, y me puse a jugar. Me pasé toda la tarde así, jugando a diversos demos gratis con la decepción que me pesaba en el corazón. Inexplicablemente me sentía verdaderamente mal por no poder cumplir mis deseos de verlo. Pero era imposible así que resignada seguí jugando.
Al día siguiente, sobre las doce de la mañana salí a dar un paseo de paso que hacía los recados. Cuando pasé por delante del ambulatorio me lo encontré y me paré a hablar con él. Iba para urgencias, tenía gripe y ayer no había ido a trabajar. Al fin y al cabo menos mal que mi madre me paró los pies y no salí a verlo en medio de la tormenta, porque iba a llegar a casa aún más decepcionada y aún encima empapada.
Sara Vicos
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