El Panchatantra indio («los cinco libros»), fechado alrededor de 350 a.c., es una colección de 70 relatos breves en prosa.
El éxito de la colección más antigua de fábulas conocida, lo demuestra su extraordinaria difusión:
Fue adaptado al persa y, posteriormente, traducido al árabe. Del Panchatantra procede Calila e Dimna (1251), una de las primeras colecciones de cuentos medievales que existen. Fue redactada, probablemente, por encargo del todavía infante Alfonso. En el prólogo, se explica que Berzabuey tradujo para su rey Sirechuel del indio al persa este libro, en el que el filósofo Burduben adoctrinaba a su rey Digelem. El Panchatantra influyó en la España de la época a personajes como Ramon Llull, el arcipreste de Hita y don Juan Manuel. Don Fabrique, hermano de Alfonso X el sabio, encargó el Sendebar o Libro del engaño de las mujeres (1253) también a partir del texto hindú.
Autoría anónima, Las mil y una noches (850).
La colección de relatos que conocemos bajo el título de Las mil y una noches tuvo su origen en diversas culturas orientales: indias, mesopotámicas, persas, hebreas, árabes y egipcias. Los relatos fueron recopilados a lo largo de varios siglos y variaciones de ellos aparecen también en otras colecciones. Tradicionalmente, se consideró que la primera referencia a un libro llamado Las mil y una noches es la de un texto egipcio del siglo XII; sin embargo, a mediados del siglo XX, la filóloga Nabia Abbott descubrió un fragmento del libro que data del siglo IX, concediéndole tres siglos más de antigüedad.
El primer núcleo de relatos no resultó muy extenso; a éste fueron agregándose otros hasta bien entrado el siglo XIX, cuando los ingleses por un lado (Andrew Lane, Robert Burton) y los franceses por otro (J.-C. Madrus, Antoine Galland) fueron descubriendo ciertos cuentos como los de Aladino, Alí Baba y Simbad el marino, hoy considerados imprescindibles.
El marco narrativo es el siguiente: el rey Shariar descubre que su mujer lo engaña, y que también la mujer de su hermano es infiel. Juzgando que todas las mujeres son infieles por naturaleza, decide esposar una mujer cada noche y ejecutarla por la mañana. Sherezade, hija del visir, urde un plan para acabar con tal nefasto proyecto e invita a su hermana a la habitación nupcial para contarle una historia que el rey también escucha. Llegada el alba, Sherezade no ha acabado con su historia y el rey le otorga un día más de gracia para conocer el final. Historia tras historia, muchas de las cuales surgen de la previa, Sherezade va ganando noches hasta llegar a las mil y una, durante las cuales le da al rey varios hijos y también relatos maravillosos y ejemplares. Además del encanto particular de muchos de los relatos, el método de Sherezade refleja la calidad vital del acto narrativo: la historia como instrumento para demorar la muerte y entender la múltiple experiencia de la vida, la narración como instrumento vital y creativo.
El libro, traducido ya a casi todas las lenguas del mundo, tuvo en Europa un destino particularmente favorable. Así, encontramos referencias a Las mil y una noches en Dickens, Proust, Joyce, Woolf, Flaubert, Goethe, Kafka y muchos otros autores esenciales. El éxito de Las mil y una noches en Occidente se debió, en parte al menos, a la reacción quizás inconsciente de Europa ante los argumentos excluyentes propuestos por los científicos de los siglos XVIII y XIX. Edward Said argüyó convincentemente en su análisis del orientalismo, que el Siglo de las Luces interrumpió el intercambio poético y filosófico entre las culturas islámicas y cristianas, decretando que las ciencias debían separarse del mundo de la fantasía y de la magia.
Entre los estudios contemporáneos más importantes sobre Las mil y una noches, destacan los de Jorge Luis Borges, Marina Warner, Muhsin Mahdi y Abdelfattah Kilito.
Alberto Manguel
El origen de Las mil y una noches debe buscarse en tiempos muy remotos: como ha escrito Cansinos Assens, Sahrazad es una niña que cuenta historias de abuela. Los primeros relatos del libro empezaron a fraguarse en la antigua Indochina, aunque fue en la India, y alrededor del siglo V, donde nació la historia del traicionado rey Sahriyar, que serviría de marco a todos los relatos. Alrededor del siglo VI, la obra llegó a Persia, donde fue traducida con el título de Las mil noches y engrosada con numerosos cuentos. En el siglo IX, los árabes conquistaron Persia y se adueñaron de un riquísimo botín de joyas, entre las cuales el libro de Las mil noches no fue la menor; así que la obra viajó a Bagdad, que era la capital del imperio islámico en aquella época. Los árabes se entusiasmaron con el libro, lo tradujeron a su lengua, lo impregnaron de sus creencias religiosas, lo llenaron de alusiones al Corán y lo ampliaron con nuevos poemas y relatos. Algunos de ellos poseían un trasfondo histórico, pues fueron extraídos de las crónicas que describían el reinado de los califas; otros muchos mitificaban la figura de Harún al-Rasid, un rey que había proporcionado al mundo árabe un periodo de esplendor que nunca volvería a repetirse. En su empeño por enriquecer Las mil noches, los árabes llegaron a intercalar en la obra libros enteros, como el de Los siete sabios, cuyos cuentos quieren demostrar la astucia y deslealtad de las mujeres. Además, fueron los iraquíes quienes dieron un final a la historia de Sahrazad y quienes adjudicaron al libro su título definitivo. Dado que una superstición árabe considera que los números pares son de mal agüero, los iraquíes descartaron el título de Las mil noches y añadieron una última jornada a las largas veladas de Sahrazad. El cambio fue un hallazgo, pues el título final simboliza y sugiere lo infinito: puesto que en las culturas orientales la cifra mil equivale a lo innumerable, hablar de Las mil y una noches significa agregar un número a lo que ya resulla imposible contar, con lo que se resalta la inagotable abundancia del libro.
En el siglo xrv o en el XV, y en el Egipto donde reinaba la dinastía de los mamelucos, recibieron Las mil y una noches la forma definitiva con que hoy se conocen. Fue entonces cuando el libro quedó dividido en mil y un capítulos, que se corresponden con el número de noches durante los cuales Sahrazad teme por su vida. Alguien pensó que los cuentos de un libro llamado Las mil y una noches debían ser relatados a lo largo de mil y una jornadas, así que decidió dividir el volumen en ese extenso número de capítulos. Para llenarlos de contenido, agregó al libro una gran cantidad de cuentos y fragmentó muchos de los relatos preexistentes, que dejaron de explicarse de una sola vez y hoy se extienden a lo largo de varias noches. Tales operaciones fueron llevadas a cabo por un escriba de El Cairo cuyo nombre ignoramos; entre los cuentos que parecen deberse a su pluma hay muchos que retratan la vida de las clases populares egipcias, mientras que otros traslucen un evidente influjo de la Biblia, por lo que se ha sugerido que el escriba de El Cairo pudo ser uno de los numerosos judíos asentados en las cortes de los reinos de Oriente.
Ahora bien, pese a la participación determinante de ese copista en la forma definitiva de Las mil y una noches, sería disparatado atribuirle la autoría del libro. Aunque ese anónimo escritor debió de transcribir todos los cuentos y los vistió con su estilo, ya hemos visto que en verdad el libro se gestó a lo largo de unos quince siglos. Además, la mayoría de los cuentos no son obra de escritores cultos, sino que fueron compuestos y difundidos de forma oral por hombres y mujeres de países muy diversos que los utilizaron para distraer e instruir a sus oyentes. Conscientes de ello, algunas de las versiones europeas de Las mil y una noches publicadas en los siglos XVIII y XIX añadieron al libro cuentos que se recitaban por entonces en los bazares o en los cafés de Egipto y de Turquía. Así obró, de hecho, Jean Antoine Galland, quien añadió a los relatos de su manuscrito sirio los cuentos que le dictó su amigo Hanna de Alepo.
Brian Alderson
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