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viernes, 9 de marzo de 2018

LA NOVELA POSTERIOR A 1936

LA NOVELA POSTERIOR A LA GUERRA CIVIL

LUIS MARTÍN SANTOS, Tiempo de silencio

   Si el visitante ilustre se obstina en que le sean mostrados majas y toreros, si el pintor genial pinta con los milagrosos pinceles majas y toreros, si efectivamente a lo largo y a lo ancho de este territorio tan antiguo hay más anillos redondos que catedrales góticas, esto debe significar algo. Habrá que volver sobre todas las leyendas negras, inclinarse sobre los prospectos de más éxito turístico de la España de pandereta, levantar la capa de barniz a cada uno de los pintores que nos han pintado y escudriñar en qué lamentable sentido tenían razón. Porque si hay algo constante, algo que soterradamente sigue dando vigor y virilidad a un cuerpo, por lo demás escuálido y huesudo, ese algo deberá ser analizado, puesto a la vista, medido y bien descrito. No debe bastar ser pobre, ni comer poco, ni presentar un cráneo de apariencia dolicocefálica, ni tener la piel delicadamente morena para quedar definido como ejemplar de cierto tipo de hombre al que inexorablemente pertenecemos y que tanto nos desagrada. Acerquémonos un poco más al fenómeno e intentemos sentir en nuestra propia carne ―que es igual que la de él― lo que este hombre siente cuando (desde dentro del apretado traje reluciente) adivina que su cuerpo va a ser penetrado por el cuerno y que la gran masa de sus semejantes, igualmente morenos y dolicocéfalos, exige que el cuerno entre y que él quede, ante sus ojos, convertido en lo que desean ardientemente que sea: un pelele relleno de trapos rojos. Si este odio ha podido ser institucionalizado de un modo tan perfecto, coincidiendo históricamente con el momento en que vueltos de espaldas al mundo exterior y habiendo sido reiteradamente derrotados se persistía en construir grandes palacios para los que nadie sabía ya de dónde ni en qué galeones podía llegar el oro, será debido a que aquí tenga una especial importancia para el hombre y a que asustados por la fuerza de este odio, que ha dado muestras tan patentes de una existencia inextinguible, se busque un cauce simbólico en el que la realización del santo sacrificio se haga suficientemente a lo vivo para exorcizar la maldición y paralizar el continuo deseo que a todos oprime la garganta. Que el acontecimiento más importante de los años que siguieron a la gran catástrofe fue esa polarización de odio contra un solo hombre y que en ese odio y divinización ambivalentes se conjuraron cuantos revanchismos irredentos anidaban en el corazón de unos y de otros no parece dudoso. ¿Llamaremos, pues, hostia emisaria del odio popular a ese sujeto que con un bicornio antiestético pasea por la arena con andares deliberadamente desgarbados y que con rostro serio y contraído, muerto de miedo, traza su caligrafía estrambótica ante el animal de torva condición? Tal vez sí, tal vez sea eso, tal vez, puesto que la fuerza pública, la prensa periódica, la banda del regimiento, los asilados de la Casa de Misericordia y hasta un representante del Señor Gobernador Civil colaboran tan interesadamente en el misterio.

***
   «¿Qué se habrá creído? Que yo me iba a amolar y a cargar con el crío. Ella, "que es tuyo", "que es tuyo". Y yo ya sabía que había estao con otros. Aunque fuera mío. ¿Y qué? Como si no hubiera estao con otros. Ya sabía yo que había estao con otros. Y ella, que era para mí, que era mío. Se lo tenía creído desde que le pinché al Guapo. Estaba el Guapo como si tal. Todos le tenían miedo. Yo también sin la navaja. Sabía que ella andaba conmigo y allí delante empieza a tocarla los achucháis. Ella, la muy zorra, poniendo cara de susto y mirando para mí. Sabía que yo estaba sin el corte. Me cago en el corazón de su madre, la muy zorra. Y luego "que es tuyo", "que es tuyo". Ya sé yo que es mío. Pero a mí qué. No me voy a amolar y a cargar con el crío. Que hubiera tenido cuidao la muy zorra. ¿Qué se habrá creído? Todo porque le pinché al Guapo se lo tenía creído. ¿Para qué anduvo con otros la muy zorra? Y ella "que no", "que no", que sólo conmigo. Pero ya no estaba estrecha cuando estuve con ella y me dije: "Tate, Cartucho, aquí ha habido tomate". Pero no se lo dije porque aún andaba camelándola. Pero había tomate. Y ella "que no", "que no". Nada, que me lo iba a tragar. El Guapo tocándola delante mío y ella por el mor de dar celos. Tonta. Subí a la chabola y bajé con la navaja. Y miro antes de entrar y ella ya se había retirado de él. No se dejaba tocar más que delante mío, la tonta. Ya nadie se atrevía a darle cara. No tenían navaja o no sabían usarla. El corte a mí me da más fuerza que al hombre más fuerte. Y él delante mío: "Esta ja está chocha por mi menda". Me hastían esos que hablan caliente como si por hablar así ya no se les pudiera pinchar. A mí. Y viendo que yo aguantaba y me achaparraba: "Llévale priva al Cartucho". Y yo no aguanto que me digan Cartucho más que cuando yo quiero. Pero, chito chitón. Yo achaparrao y ella mirándome como si para decir que era marica. Y él: "Bueno, si no quiere priva, pañí de muelle". Y viene con el vaso de sifón y me lo pone en las napies y yo lo bebo. Mirándole a la jeta. Y él, riéndose: "Que me hinca los acáis". Y se va chamullando entre dientes. "No hay pelés." "No hay pelés." Pero a ella la tenía yo camelá y mira que te mira como si fuera yo marica. Me cago en el corazón de su madre, la zorra. Y que ya se le ve la tripa y venga a diquelar y a buscarme las vueltas. El Guapo se reía. Siempre hablando caliente. Y todos unos rajaos todos mirándole. Que estaba el hermano de ella y la dejaba tocar. Pero cuando yo me fui a por el corte ella se abrió de la barra.. Que en eso se la veía que estaba camelada. Sólo le dejaba cuando yo lo veía... Pero me río porque eso es propio de ellas. Se camelan. Como si porque una mujer esté camelada va uno a decir a todo que sí amén jesús. Cuando tuve el corte estuve esperando hasta que se vino para mí tan seguro. Iba de vino hasta allá y se creía que el mundo era suyo. Lo que menos le perdoné fue lo de Cartucho. Me cago en la tumba de su padre. Le pinché por detrás y allá quedó en el fango. Y qué palabras salían de su boca. Que si el Pilar de Zaragoza y Alicante. Que si el de más arriba que son tres. Hecho una plasta entre la sangre y el barro. Ahuequé. Limpié bien el corte y lo encalomé en el jergón. Vino la pasma y a preguntar. "Derrótate Cartucho." Y palo va palo viene: Pero yo nanay. "Te hemos encontrado el corte." "Enseña los bastes." "Tiene tus huellas." Pero yo ya sabía que lo de las huellas es camelo. Total que salí con la negativa y al jardín. Arresto menor por tenencia. Pero no había pruebas de lo otro. Se acabó el Guapo. Y es cuando ella se lo creyó. Y al salir, allí estaba como una pastora para echárseme al cuello. Y con la tripa así de alta. Y yo: "Que me, dejes". "Que es tuyo." "Que me dejes." "Que es tuyo." "Que tú has estao con otros." "Que no." "Que ya no estabas estrecha." "Que eché sangre." "Que tú no estabas estrecha." "Que te digo que manché las palomas." "Que me dejes." Yo le daba cuerda mientras estuve a la sombra. Ella venía de ala. ¿Qué le iba a decir yo? Que sí. Que le había pinchado por ella. Ella me venía de lao. Y que diga de dónde sacaba la tela. Pero son así. Yo la seguí dando cuerda. Pero al salir quería más y ya no. Porque me había gustao de la mayor del Muecas. Ésta sí que sí. Y la pesada de ella: "Que es tuyo". Y hasta me manda el hermanito. El que no había chistao cuando la tocaba el Guapo delante él. "Mira plas, acuérdate del Guapo." "Que mi hermana es buena chica." 'lQue la has hecho desgraciada." "Mira plas que ha estao con otros." "Que la has hecho desgraciada." "Acuérdate del Guapo." Y ella cada vez a peores. Como si ponerse a malas venga a servir de algo. Y me empieza a gritar en la calle. Y a llevarme al juez por cumplimiento de promesa. Y yo: "No hay pruebas". "Le han visto con ella." "Ha habido otros. No hay pruebas." El juez harto. Y yo más. Y venga a crecer la tripa. Y no me deja tranquilo. "Déjame en paz, zorra, que te vas a acordar." Una noche, en vez de gritar, se me echa encima en lo oscuro. "Tú me quieres." "Tú me quieres." Lloraba. A mí se me fueron las manos. Eso que estaba con la tripa. Total, que se creía que sí la muy zorra. Al día siguiente otra vez. Pero yo ya no quise. Y vuelta a seguirme por las mañanas y por las tardes. Ya me hartó.
   Le pegué un puñetazo que le aplasté la nariz. Y estaba ya por dividirse. Por eso me daba más asco. La aplasté las napies. Le di demás fuerte para ser mujer. Pero estaba ya hasta aquí. Total, juicio de faltas. El curro y lo sabía pero no había pruebas. Otros seis meses de arresto. Menos mal. Entre tanto a parir. Ya no vino más de ala. Yo tan tranquilo. Ya le había dicho a la Florita, la del Muecas, que estaba, por ella. Al salir ni me miró a la cara. Andaba con el chorbo de un lado para otro. ¡Que puede parecerse un crío a su padre! Es igual que yo. Pero no hay pruebas. Ella ahora lo deja a su hermana la fea y a hacer la carrera con la nariz rota. Si quisiera tenía yo ahí una mina. Pero me ha gustado ser fetén con las mujeres. Cuando están por uno son así. Para eso son mujeres. Yo pensando en la hartá dé tetas que me iba a dar la Florita. Na más salir.
   Y en eso que llega el padre. Y el Muecas tiene malas pulgas y también sabe tirar de corte. Esos manchegos atravesaos. Y ella que es menor. No quiero líos. Me doy de naja. Pero es que me camela. No es como la otra. Me tiene miedo. De vez en vez me doy una hartá. Si el Muecas me pilla. No quiero líos. Pero no voy a dejar a la chavala esa. No me atrevo a lucirla. De vez en vez una hartá pero no sé seguir. Como no bebo. Tomo un café y ya estoy listo. Juego subastao y chamelo. Algo saco. Y poco curre lo. Y a los bailes de los merenderos. Porque me ha gustao ser bailón. Y por veces cae alguna. Pero esa Florita me sigue en las mientes.
   Y las hartás que me he dao no me han dejao harto. Y que no se le acerque alguno que lo pincho sin remisión. Ya no hay Guapos.»

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