El narrador de Crónica de una muerte anunciada, como compañero en la juventud de Santiago Nasar, es un testigo privilegiado de algunas de sus andanzas; sin embargo, el asesinato de su amigo ocurre mientras él está acostado con la prostituta María Alejandrina Cervantes. Es por ello que, al volver a su pueblo "27 años después" para reconstruir los pormenores que rodearon el asesinato, es consciente de que la reconstrucción de los hechos será difícil.
"cuando volví a este pueblo olvidado tratando de recomponer con tantas astillas dispersas el espejo roto de la memoria".
Con esta declaración, subraya la difícil objetividad de la que presume el título de esta obra literaria, evidentemente de ficción, que, aunque basada en hechos reales, se alimenta sutilmente de la estética del realismo mágico, y por tanto, participa de una modalidad de ficción no realista.
Analizando el listado de los once informadores que aparecen mencionados en la primera secuencia, resultan evidentes el catálogo de contradicciones, que trascienden las referencias al tiempo climatológico de ese día; y el carácter subjetivo de los testimonios, condicionado por la distinta implicación de los informadores con respecto a Santiago Nasar:
INFORMADORES
- El sumario, redactado por un juez al que se le exige objetividad, incluye comentarios impropios, que insinúan que este funcionario habría sido infectado por la idiosincrasia de un pueblo rendido a las creencias supersticiosas. ["La puerta de la plaza estaba citada varias veces con un nombre de folletín: La puerta fatal."] Nótese que el uso de la palabra folletín no es inocente, puesto que se refiere a una modalidad de ficción despreciable por ser de consumo masivo y de elaboración descuidada.
- Divina Flor está rendidamente enamorada de Santiago Nasar, con el que espera repetir, ineludible y fatalmente, un modelo de relación ya padecido por su madre.
- Margot siente una contenida admiración por el ahijado de su madre, alto, guapo y rico, y por ello, uno de los mejores partidos del pueblo.
- Victoria Guzmán odia a los Nasar y, en particular, pretende evitar que su hija sea una víctima de sus caprichos, como ella lo fue (y lo sigue siendo).
- Jaime es un niño de siete años cuyos recuerdos pueden estar contaminados por los relatos oídos posteriormente a los hechos.
INFORMADORES
- Plácida Linero. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. «La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros», me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de intérprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo, ni en los otros sueños con árboles que él le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte."
- "Victoria Guzmán, la cocinera, estaba segura de que no había llovido aquel día, ni en todo el mes de febrero. «Al contrario», me dijo cuando vine a verla, poco antes de su muerte. «El sol calentó más temprano que en agosto.» Estaba descuartizando tres conejos para el almuerzo, rodeada de perros acezantes, cuando Santiago Nasar entró en la cocina. «Siempre se levantaba con cara de mala noche», recordaba sin amor Victoria Guzmán." [...] Victoria Guzmán [...] en el curso de sus años admitió que ambas lo sabían cuando él entró en la cocina a tomar el café. Se lo había dicho una mujer que pasó después de las cinco a pedir un poco de leche por caridad, y les reveló además los motivos y el lugar donde lo estaban esperando. «No la previne porque pensé que eran habladas de borracho», me dijo.
- Divina Flor «No ha vuelto a nacer otro hombre como ése», me dijo, gorda y mustia, y rodeada por los hijos de otros amores. «Era idéntico a su padre —le replicó Victoria Guzmán—. Un mierda.» [...] No obstante, Divina Flor me confesó en una visita posterior, cuando ya su madre había muerto, que ésta no le había dicho nada a Santiago Nasar porque en el fondo de su alma quería que lo mataran. [...]
- El sumario del juez instructor. El juez instructor que vino de Riohacha debió sentir [las coincidencias funestas] sin atreverse a admitirlas, pues su interés de darles una explicación racional era evidente en el sumario. La puerta de la plaza estaba citada varias veces con un nombre de folletín: La puerta fatal. En realidad, la única explicación válida parecía ser la de Plácida Linero, que contestó a la pregunta con su razón de madre: «Mi hijo no salía nunca por la puerta de atrás cuando estaba bien vestido».
- Clotilde Armenta, la dueña del negocio [una tienda de leche a un costado de la iglesia, donde estaban los dos hombres que esperaban a Santiago Nasar para matarlo], fue la primera que lo vio en el resplandor del alba, y tuvo la impresión de que estaba vestido de aluminio. «Ya parecía un fantasma», me dijo.
- Margot. «Estaba haciendo un tiempo de Navidad», ha dicho mi hermana Margot. Lo que pasó, según ella, fue que el silbato del buque soltó un chorro de vapor a presión al pasar frente al puerto, y dejó ensopados a los que estaban más cerca de la orilla. [...] Mi hermana Margot, que estaba con él en el muelle, lo encontró de muy buen humor y con ánimos de seguir la fiesta, a pesar de que las aspirinas no le habían causado ningún alivio. «No parecía resfriado, y sólo estaba pensando en lo que había costado la boda», me dijo. [...] En realidad, mi hermana Margot era una de las pocas personas que todavía ignoraban que lo iban a matar. «De haberlo sabido, me lo hubiera llevado para la casa aunque fuera amarrado», declaró al instructor.
- Cristo Bedoya [...] había estado de parranda con Santiago Nasar y conmigo hasta un poco antes de las cuatro, pero no había ido a dormir donde sus padres [...] «[Que Margot quisiera invitar a desayunar a Santiago Nasar] era una insistencia rara —me dijo Cristo Bedoya—. Tanto, que a veces he pensado que Margot ya sabía que lo iban a matar y quería esconderlo en tu casa.»
- "Don Lázaro Aponte, coronel de academia en uso de buen retiro y alcalde municipal desde hacía once años, le hizo un saludo con los dedos. «Yo tenía mis razones muy reales para creer que ya no corría ningún peligro», me dijo.
- El padre Carmen Amador tampoco se preocupó. «Cuando lo vi sano y salvo pensé que todo había sido un infundio», me dijo.
- Luisa Santiaga [madre del narrador]. «Se oían gallos», suele decir mi madre recordando aquel día. Pero nunca relacionó el alboroto distante con la llegada del obispo, sino con los últimos rezagos de la boda. [...] no había acabado de escuchar la noticia cuando ya se había puesto los zapatos de tacones y la mantilla de iglesia que sólo usaba entonces para las visitas de pésame. [...] —A prevenir a mi comadre Plácida —contestó ella—. No es justo que todo el mundo sepa que le van a matar el hijo, y que ella sea la única que no lo sabe. / —Tenernos tantos vínculos con ella como con los Vicario —dijo mi padre. / —Hay que estar siempre de parte del muerto —dijo ella.
- Mi hermano Jaime [que entonces no tenía más de siete años [...] corrió detrás de ella sin saber qué pasaba ni para dónde iban]. «Iba hablando sola —me dijo Jaime—. Hombres de mala ley, decía en voz muy baja, animales de mierda que no son capaces de hacer nada que no sean desgracias.» No se daba cuenta ni siquiera de que llevaba al niño de la mano. «Debieron pensar que me había vuelto loca —me dijo—. Lo único que recuerdo es que se oía a lo lejos un ruido de mucha gente, como si hubiera vuelto a empezar la fiesta de la boda, y que todo el mundo corría en dirección de la plaza.
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