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miércoles, 5 de octubre de 2016

RESUMEN O ESQUEMA DE IDEAS Y COMENTARIO CRÍTICO




  Es raro el día que no me cruzo con turistas. No bien atravieso el portal de mi casa, me encuentro con ellos, esa gente que viaja por placer, según nos enseña el María Moliner que es un turista. Los veo enfrente de mi domicilio, deslumbrados por el skyline de Barcelona. También es raro el día en que no me preguntan algo. Dado que mi vivienda está en el trayecto que tienen que hacer para llegar al Parc Güell, se me acercan con sus planos desplegados. Algo desorientados me preguntan por el camino exacto que los lleve hasta Gaudí.
   Estas Navidades invité a unos amigos a cenar en un restaurante de la plaza Real. Es un restaurante italiano cuya especialidad son las pizzas. Mis amigos dudaron. Un restaurante en el corazón del turismo de masas, entre la turba invasiva, qué podría ofrecernos sino una comida prefabricada. Cuando terminamos de cenar, mis amigos reconocieron la calidad de lo ingerido y, sobre todo, la calidad de los calamarcitos fritos como si los estuviéramos deglutiendo  en el Albaicín de Granada. Subimos, luego, por las Ramblas hasta plaza Catalunya. Allí nos despedimos y nos deseamos un feliz 2015. Yo, contento, porque me pareció que había ganado para mi causa a unos buenos amigos.
   Mi causa es que no podemos pasarnos toda la vida estigmatizando a los turistas. No podemos seguir creyendo que ya no se puede caminar por las Ramblas porque ellos, además de ensuciar, nos robaron el espacio. Que yo sepa, los turistas no nos echaron de ningún lado. No nos echaron de las Ramblas porque la progresía comprometida (la pija no bajó nunca, ni siquiera en los años setenta), esa progresía de la que yo formo también parte, se marchó sola. Desertamos de las Ramblas mucho antes del 92. Otra cosa muy distinta es exigir una mejor gestión del turismo. Si alguien cree que el turismo con valor añadido y no solo depredador se puede poner en práctica en Barcelona, no tendré ninguna objeción que hacer. Pero sí la tengo y la tendré con ese sector de la inteligencia barcelonesa que va elaborando una ideología de la precaución respecto a ese contaminante calor de masas que no es de casa nostra.
   Si insistimos tanto en la necesidad de limpiar (palabra que suele usarse, no sé con cuánta mayor o menor conciencia de su peligrosísima connotación) de turistas el centro de Barcelona para que podamos recuperar nuestro paraíso perdido, creo que estaremos al borde de pisar terreno pantanoso, tan pantanoso como una disimulada xenofobia disfrazada del ideal de espacio público.

(J. Ernesto Ayala-Dip, El País, 7 de enero de 2015, adaptación)

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