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miércoles, 5 de octubre de 2016

COMENTARIO CRÍTICO, TAMARA MONTERO

   La vida y la dignidad de una persona cuestan exactamente 20.000 euros. Lo que un juez dictaminó que tenía que pagar Tiziana Cantone a diferentes webs y redes sociales en compensación por retirar unos vídeos sexuales. Vídeos que destrozaron su vida y que la empujaron al suicidio. Vídeos grabados por la persona en que había depositado su confianza. Vídeos que acabaron trascendiendo lo audiovisual. Dieron la vuelta al mundo. Se convirtieron en camisetas. Hicieron canciones, memes, bromas y chascarrillos. Se convirtieron en materia de debate en canales televisivos. Esos vídeos, que nunca debieron haber salido del ámbito privado, la obligaron a cambiarse de ciudad. A intentar cambiarse de nombre para huir del escarnio público, de la denigración más absoluta. Para intentar recomponer su vida después de ser masacrada por algo de lo que nadie debía haberla culpado. Pero no pudo. No pudo huir de aquello, de lo que la había reducido de persona a bufón del mundo entero. La única salida que encontró fue suicidarse. Y lo más trágico de este asunto es que ha sido la sociedad entera la que ha empujado a una víctima a ahorcarse, mientras que los culpables siguen disfrutando de una vida tranquila. Anónima. Los culpables son los que colgaron el vídeo, sí, pero más culpables somos los que formamos parte de una sociedad que se ha cebado en la víctima y no en el verdugo. Los machistas 2.0.  


TAMARA MONTERO, La Voz de Galicia, 19 de septiembre de 2016.

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   Por motivos históricos la sociedad actual está marcada por el machismo. La figura del hombre se antepone a la de la mujer.
   Cuando tratamos el tema de la sexualidad femenina, que ha sido convertido en tabú por el propio machismo, son varias las conceptualizaciones que nos llevan a la misma acusación: la mujer es un ser promiscuo.
   Tiziana Cantone, como muchas otras mujeres, ha sido víctima del machismo. La aparición de vídeos en la redes protagonizando actos sexuales, la expuso ante una sociedad que la criticó sin reparo y que se rió y burló de ella de infinitas formas, una sociedad que se regocijó con el contenido de los vídeos, y se olvidó por completo de los sentimientos de la víctima, la cual, probablemente, nunca pensó que esos vídeos grabados en la intimidad jamás saldrían a la luz, y, mucho menos, que su vida acabaría condicionada por ellos.
   Ella cometió más de un error, pero la mayor parte de la culpa es de todos aquellos que se apoderaron de la privacidad de la joven, sí. Ha sido la sociedad la que la ha empujado al suicidio tras maltratarla psicológicamente.
  
   Lorena Fernández
  
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   La libertad individual, como derecho indiscutible de cualquier ser humano, puede acabar siendo cuestionada ante casos como este. Tiziana Cantone ejerció, más o menos acertadamente, su derecho a la libertad grabando unos vídeos de contenido sexual sin intención de que tuvieran la trascendencia más tarde obtenida y cuyo precio fue su vida.
   Si la intención de la joven era guardarse el vídeo para ella, enviárselo a una persona o a un grupo reducido de ellas, me pregunto en qué momento se le ocurrió a alguien empezar a difundirlo sabiendo que, en el mundo globalizado en el que vivimos, en cuando un archivo entra en Internet no hay manera de borrarlo.
   Por otra parte, la sociedad, desgraciadamente, no sorprendió con un ejercicio de humanidad y empatía e hizo lo propio de un conjunto de personas esclavas de un sistema patriarcal, egoístas y morbosas que atacan a los que son considerados débiles como si de la selva se tratara: se mofaron de la chica, sin escrúpulos, sin remordimientos. No se pararon a pensar lo que ella podría estar sintiendo. Es más, algunos aprovecharon para hacer negocio con el caso vendiendo camisetas y otros productos. También a todo esto se sumó la justicia, que obligó a Tiziana Cantone a pagar 20.000 euros a las páginas que contenían su vídeo por bloquearlo. Algo tan llamativo como si le obligan a un atracado a pagarle a su atracador o a la familia de un muerto a su asesino.
   Lo que está claro es que nadie se puso en la piel de la joven y ante esta situación de humillación y desprecio, ésta decidió quitarse la vida. Si la libertad es un derecho básico, más lo es aún vivir. Tiziana Cantone se ahorcó y a esto lo llamamos suicidio porque a los asesinos, a todos nosotros, nos asusta saber lo crueles que podemos llegar a ser los seres humanos.
  
   Inés López Couceiro
  
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   En la última década las redes sociales han irrumpido en la sociedad con una fuerza arrolladora, y es la unión de ambas la que puede llevar tanto a las acciones más honorables como a los crímenes más terribles. Tanto es así que, como muestra el artículo de Tamara Montero, pueden llevar al mismísimo suicidio.
   Sería lo más fácil culpar a las redes en sí, y es lo que la mayoría hace, pero no olvidemos que no son más que una herramienta que las compañías que las poseen ponen en manos del público, y en las que nadie está obligado a entrar. Quien se registra, lo hace por decisión propia y decide qué muestra al mundo. Al mundo, en el sentido más amplio de la expresión. Porque en el momento en el que cualquier información se publica, se deja de tener control sobre ella y pasa a ser tanto propiedad de la empresa (ya que sus beneficios se obtienen de la venta de información) como de dominio público.
   El verdadero problema comienza cuando un individuo decide usar el trampolín que se pone a su alcance para hacer daño, y es que el anonimato que, hasta cierto punto, permiten los perfiles, da las garantías suficientes de quedar impune. Y en cuanto trasciende la pantalla, lo que quiera que se haya publicado se convierte, en mayor o menor medida, en tema de juicio. Porque el ser humano se cree, inherentemente, poseedor de la verdad absoluta y, por tanto, con derecho a juzgar todo lo que se le ponga delante, sin importar a quién pueda dañar con ello, bien porque no se piensa que un simple comentario pueda hacer mal alguno, bien porque se carece de empatía.
   Mientras tanto, la bola de nieve sigue su avance. Lenta al principio, coge velocidad e inexorablemente se convierte en una avalancha en cuanto el primer programa de televisión lo trata, haciendo que las demás cadenas también lo hagan y llegando a todo aquel que aún no conociera lo acaecido. Y a su vez, todo el mundo juzga a través de una información que suele estar polarizada hacia una opinión predeterminada.
   En medio de la vorágine de opiniones, insultos e incluso amenazas, poca gente se molesta en ver más allá del titular, en buscar por qué se habrá subido o quién puede haberlo hecho. Pensar supondría un esfuerzo, equivaldría a llevar la contraria a la mayoría. Es mucho más sencillo seguir a la opinión común y, ocurra lo que ocurra, culpar finalmente a una sociedad de la que no se cree formar parte.
  
   Antón Iglesias
  
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   Tamara Montero alude a la culpabilidad de la sociedad por criticar a la víctima y no al causante de todo esto. Las burlas y memes de los medios hicieron de ella un personaje público del que todo el mundo opinaba, mientras que la gran mayoría desconocía la identidad del culpable.
   Tiziana Cantone cometió un gran acto de irresponsabilidad al enviar el vídeo, pues la red nos convierte en vulnerables, pero mayor fue el acto de deslealtad del chico que lo recibió. En un intento de demostrar superioridad y prepotencia, decidió compartirlo.
   Este tipo de sucesos son muy habituales, ya que podemos englobarlos en las noticias por acoso. Deberíamos cuestionarnos el porqué de estas situaciones. La necesitad de demostrar que se es mejor que los compañeros en muchos ámbitos del día a día (estudios, deportes...) puede originar el deseo de ser superior. Siempre se escucha que ser el mejor es complicado, pero que se debe luchar por ello. A veces, lo que ocurre es que no se miden las consecuencias de los actos, solo se ve el objetivo. Si para ello se pisa a alguien por el camino, no importa, pues será un rival menos.
   Los partidarios de esos pensamientos de que el fin justifica los medios, una idea antigua expresada por Nicolás Maquiavelo, no tienen en cuenta los daños morales que causan. Por todo ello, se deben apoyar las conductas positivas, pero también rechazar las negativas, no solo ignorarlas o incluso darles más importancia. Ambos son culpables, ella por cometer un acto irresponsable y descuidado, y él por obrar bajo el despecho y la superioridad; sin embargo, la sociedad los trata de diferente modo, cebándose, especialmente, con la víctima.

Sofía Pena Freire

   En una sociedad en la que la privacidad es un privilegio que pocos tienen y tampoco muchos quieren, todo está al descubierto, tanto si queremos como si no.
   En el momento en que compartimos algo íntimo, debemos tener en cuenta que deja de ser nuestro, ya que en Internet todo está sometido a millones de críticos que no pasarán por alto ninguno de nuestros errores. Es obvio que no todo puede gustar a todo el mundo, pero la sociedad ya ha creado unos estereotipos de lo que es aceptable y de lo que no, para que no tengamos que decidirlo nosotros mismos.
   Nos encontramos ante una población con falta de empatía, egoísta, en la que lejana queda la ayuda desinteresada al prójimo, y en la que domina el egocentrismo. En el momento en el que resulta más importante obtener beneficio a costa de las equivocaciones de otros, que analizar las causas que llevan al suicidio a una joven, entonces, queda claro el rumbo que está tomando el ser humano.
   Cuando hablamos de acoso nos referimos a niños que ejercen la crueldad contra otros niños, pero más allá de esta acción de inmadurez de alguien que todavía está formándose como persona, se esconde el rígido esquema social que se fue creando con generaciones anteriores. Los niños crecen viendo a sus padres, y las actitudes que ellos adoptan, en gran parte, conformarán el carácter del que será adulto. Cuando la única solución que encuentra una joven es el suicidio, ello significa que el problema va más lejos de su entorno, que ya no son sólo palabras insignificantes e inmaduras, significa que la población entera se encuentra más segura juzgando desde el exterior, y no parándose a pensar que es un problema real, serio, y de desconexión con el mundo que nos rodea. Éste no fue un caso aislado, porque tampoco fue causado por actos aislados, ya que ésta es una sociedad machista, en la que la figura de la mujer es calificada y etiquetada con inmensidad de adjetivos no siempre buenos.
   Las chicas que se ven obligadas a realizar este tipo de vídeos para llamar la atención no están exentas de culpa, pero no hay que olvidar que el origen de todo son las personas en conjunto, que cada vez se aíslan más del mundo a través de Internet, creyendo que las imágenes que contemplan no pertenecen a vidas reales.
  
Cristina Díaz Bermúdez

Ilustración: Edward Weston

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