Los pechos son hoy más grandes que nunca antes en la historia. Pero
eso no tiene por qué ser bueno”, explica Florence Williams (autora del
libro Breasts: a natural and unnatural history. 2012, W. W. Norton &
Company). Asegura que, al menos en Estados Unidos, son como “dos
esponjas” que absorben cuanto hay en el ambiente. “Las hormonas que se
inyectan a los alimentos, la píldora anticonceptiva y el estrógeno son
responsables de que las copas de los sujetadores que antes se fabricaban
en un rango de la A a la D ahora se hayan ampliado de la H a la KK,
para pechos extragrandes”. En Europa, donde la naturaleza fue más
discreta con los atributos –compárese la copa 105D de Jayne Mansfield
con la más pequeña 95B de su contraparte francesa, Brigitte Bardot–, el
aumento de pecho es, junto a la liposucción, la operación estética más
popular.
Según los datos del Instituto Dexeus, el contorno y la copa más
demandados son la talla 90B y 95C. De acuerdo al testimonio de algunos
cirujanos, que prefieren no identificarse, algunas clientas compran al
peso: “Las quiero [las prótesis] de más de 330 gramos”, demandan en
consulta.
“No había nada falso en los pechos que se deseaban en los años
cincuenta. Eran naturales, animados, sanos y divertidos”, apunta la
periodista Vanessa Butler en lo que pretende ser una historia definitiva
de los pechos siguiendo la línea editorial de la revista Playboy. “Se
han ido transformando a lo largo de los años en nuestras páginas. No
somos Darwin, pero podríamos elaborar una teoría de la evolución del
escote”, asegura.
El primer número de Playboy se publicó en 1953 con un desnudo de Marilyn Monroe. Había terminado la II Guerra Mundial y triunfaba el
escote cónico, como el que exhibe Christina Hendricks, la pelirroja de
Mad Men. Su forma se conseguía gracias a los sujetadores torpedo. Según
explica el escritor Francesc Puertas, autor de El sostén, mitos y
leyendas… y manual de uso (Arcopress, 2012), “fue un encargo de Howard
Huges a un ingeniero aeronáutico para proyectar el pecho de Jane Russell
en El forajido (1943). La moda se consolidó con Los caballeros las
prefieren rubias (1953) y fue imbatible durante casi 30 años en los que
se vendieron 90 millones de torpedos en 100 países”. Algunas teorías
aseguran que la crisis de los misiles (1962) apuntaló la tendencia. Al
parecer, el sujetador cónico recordaba las ojivas nucleares. Entonces,
la forma estaba por encima del volumen. “El sujetador torpedo fue un
lujo popularizado”, argumenta José Luis Nueno, profesor del IESE. “Se
exageraban las curvas, todo estaba sobredimensionado, desde los
Cadillacs con alerones hasta los electrodomésticos”.
Los excesos terminaron con la década. Las chicas encendieron grandes
hogueras para liberar sus pechos. “Renunciar al sujetador era una señal
de libertad”, explica la empresaria Sandra Macaya, experta en ropa
interior. Las mujeres tenían menos hijos, llevaban una vida más activa y
cambiaron su dieta. Todo esto se tradujo en una pérdida considerable de
volumen y en unos pechos más pequeños. No había sucedido nada igual
desde la era de las flappers, que bailaban en los felices años veinte.
“Históricamente, las tallas pequeñas han sido populares en las épocas
feministas. Así sucedió en la década de los veinte y a finales de los
sesenta y setenta”, recuerda Marilyn Yalom, profesora de la Universidad
de Stanford, en su libro A history of the breast (Knopf, 1997). Esta
experta señala que, a pesar de los vaivenes de tallas y volúmenes, en
todas las épocas ha sobrevivido una tendencia paralela que considera el
pecho pequeño, incluso plano, como un signo de clase y estilo. Los
nombres antológicos de la tendencia han sido las dos Hepburn: Katharine y
Audrey.
Con los ochenta llegaron Madonna, Michael Jackson y la MTV. No había
nada que esconder. “La ropa interior adquirió vida propia y dejó de
estar a remolque de las piezas exteriores”, apunta Puertas. Se proclamó
oficialmente la vuelta del escote y las operaciones de aumento de pecho
dejaron de ser una excentricidad. Una marca canadiense llamada Wonderbra
reventó el mercado con un único sujetador que le hizo ingresar 30
millones de dólares solo en 1980.
Contra todo pronóstico, en la siguiente década, los noventa,
volvieron los pechos pequeños y atléticos. Según la versión de los
hechos de Playboy, la culpa fue de las jugadoras de la WNBA y de las top
models británicas. Eso no impidió que Jean Paul Gaultier volviera a
exhibir un sujetador cónico en el cuerpo de Madonna.
El nuevo milenio llevó Internet a los hogares occidentales. La oferta
y disponibilidad de desnudos y pornografía era abrumadora. El péndulo
de la moda regresó a los escotes generosos. Y ahí se ha quedado. El look
es desafiante: una improbable mezcla de pocos kilos y turgencia que
apenas existe en la naturaleza. “Ninguna mujer podrá tener ese escote
sin unos implantes o un sujetador push up”, explica en una entrevista al
diario The Washington Post Georgia Witkin, profesora de psiquiatría del
hospital neoyorquino Mount Sinai. “De hecho, cuando una clienta pide al
cirujano un escote verdaderamente dramático, este debe unir los pechos
en una posición que no es exactamente anatómica. Pero no se pretende
engañar a nadie. ¿Quién querría parecer natural? Eso era muy del siglo
XX”.
El futuro, según el profesor Nueno, no está en el quirófano.
“Mientras más se democratice el asunto, más cerca estará su final. Las
personas siempre querrán diferenciarse y ser singulares”. Aunque sea por
sus pechos o, sobre todo, por ello.
Karelia Vázquez
El País Semanal, 25 de ocubre del 2013.
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