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miércoles, 15 de octubre de 2014

PIERRE DE MONTAIGE 01, Jordi Soler


   Pierre de Montaigne estaba empeñado en que su hijo fuera mejor que él y, para conseguirlo, le dio una estricta y hermética educación en latín. Le puso, desde muy pequeño, un profesor que ignoraba el francés y que le hablaba y lo instruía  exclusivamente en latín. El experimento pedagógico del padre produjo no solo a uno de los escritores más importantes de Occidente, sino al inventor del ensayo. El arte más grande de todos, escribió Montaigne, es “seguir siendo uno mismo”, una idea que mantuvo a lo largo de su vida, que, además de su inagotable obra literaria, le dio para viajar, para inmiscuirse en la política y para administrar sus posesiones. Todas las experiencias de Montaigne iban a parar a sus ensayos, vivía concentrado en vivir para después dar menta de ello por escrito.
   Sería ridículo seguir el ejemplo del padre de Montaige en este siglo XXI. Lo que si podemos es hacer el ejercicio de oponer a aquel niño, que solo hablaba latín, que estaba concentrado en el cultivo de sí mismo, a los niños contemporáneos que están distraídos por muchas cosas a la vez, por el mundo exterior que entra a saco por una infinidad de terminales. Mientras Montaigne pasaba en silencio largos tramos del día, que llenaba de reflexiones, nosotros forcejeamos contra el estruendo que sale permanentemente de las pantallas. Concentrado en un solo punto, Montaigne lo abarcaba absolutamente todo, nosotros, concentrados en puntos múltiples, no abarcamos casi nada.
   Tanto estimulo exterior nos aleja del arte más grande de todos que proponía Montaigne: seguir siendo uno mismo, porque para alcanzarlo se necesitan largas horas de reflexión Se han acabado los periodos de silencio, quien va andando no produce pensamientos caminados, va consumiendo algo que sale de su mp3; cualquier momento libre se rellena con la información ilimitada que produce la pantalla del teléfono o de la tableta. Nadie tiene paciencia ya para sentarse a oír un álbum de música completo. Lo mismo pasa con el cine, comprometerse durante dos horas con una película parece migo si se tienen las series que vienen dosificadas en cómodas cápsulas de 45 minutos. Tanta hiperactividad debería ser contrapesada con periodos de inactividad, de silencio, de concentración en una sola idea; porque de esos periodos de calma salen las grandes obras. Lo mínimo que va a quedarnos de esta era proclive a los fragmentos, llena de niños sobre-estimulados. que no tienen espacios para la reflexión y el silencio, es un mundo sin artistas.

JORDI SOLER, El País, 7 de septiembre de 2013 [adaptación].
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   No existen argumentos sólidos que demuestren que actualmente no se puede producir un pensamiento profundo, pese a la distracción de las nuevas tecnologías. Tampoco hay datos que demuestren la falta de artista e intelectuales.
   El ejemplo de Montaigne es simplemente eso, un ejemplo; conviene recordar que en aquella época ni todas ni la mayoría de las personas eran intelectuales, ni más inteligentes que las del siglo actual, a pesar de no tener ninguna distracción electrónica. Existía, de igual modo que actualmente, gente que se distraía con cualquier cosa (por muy insignificante que fuera) y otra, por el contrario, que se concentraba y desarrollaba plenamente su intelecto. De hecho, si se repitiese el proceso llevado a cabo con su hijo por Pierre de Montaigne (eliminando todas las distracciones electrónicas), serían escasas las posibilidades de que saliera un genio como su hijo y estaría determinado, exclusivamente, por la capacidad de la persona. De igual modo que en todas las épocas,en la actual existen personas más inteligentes y otras que no lo son tanto.
   Es evidente que las nuevas tecnologías ocupan una gran parte del tiempo de la mayoría de la sociedad del siglo XXI, pero esto no impedirá la aparición, como siempre, de una minoría de intelectuales y artistas.

Lucía Fernández Martí

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   Mientras Montaigne vivía concentrado en su trabajo, actualmente se vive queriendo estar en distintas partes al mismo tiempo, adelantándose a este mismo, teniendo el pensamiento en qué será lo siguiente que va a ocurrir sin ni siquiera observar el presente. Ello que se traduce en una cadena imparable de resultados mediocres por el deseo de querer estar en todo sin estar realmente en nada.
   Así mismo, el hecho de que las múltiples tecnologías existentes sirvan de excusa para rellenar cualquier indicio de tiempo libre, consumiendo a cada uno como persona, hacen así, dejar de lado ese arte de “seguir siendo uno mismo”. Pues por motivos diferentes, entre ellos la ignorancia humana, uno deja de ser uno mismo en el momento en que sus pensamientos dejan de ser suyos, cuando están condicionados por aquello que ve u oye a través de las pantallas de esos objetos que parecen haberse convertido en el mejor amigo del hombre, y que, sin embargo lo esclavizan, pues muestra una dependencia absoluta hacia ellos, como cualquier adictos que no pudiese vivir sin aquello que le proporciona estar activos en todo momento, conduciéndolo a perder el saber valorar los pequeños detalles que la vida ofrece.
   Ciertamente, todo esto supone una importante transformación para las sociedades venideras, que tendrán que enfrentarse a un elevado número de personas cuya imaginación vendrá dada por factores externos y que, posiblemente, no disfrutarán de la independencia suficiente para pensar por sí mismos.

Carmen López Sanmartín

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   Antaño, cuando la sociedad aún no había sido inundados por los aparatos electrónicos, la vida era diferente: los niños salían todas las tardes a jugar a la calle, los adultos iban al cine o al teatro con frecuencia… De esta manera, el momo de entretenimiento común estaba basado en las relaciones sociales.
   Actualmente, estas situaciones se siguen repitiendo, pero de manera menos frecuente: las nuevas tecnologías han provocado que niños dejen de querer ir al parque o a los centros de ocio de su ciudad, sustituyéndolos por la pantalla de la consola o el ordenador.
   Esta situación no afecta solo a los más pequeños: en la actualidad a nadie le interesa ir al cine a causa de la posibilidad de tener en la propia pantalla todas las películas deseadas, gracias a internet o a la programación televisiva. Como plan principal se elige la manta y el sofá ya que son los más rentables.
   Como bien dice Jordi Soler, poca gente sigue disfrutando de unos instantes en silencio absoluto o disfrutando del rumor de la naturaleza. Cualquier persona se siente falsamente acompañada las veinticuatro horas del día por un dispositivo electrónico. La mayoría escucha música o consulta el móvil constantemente. De esta manera, resulta difícil hallar tiempo para pensar tranquilamente. O para meditar sin preocupaciones.
   Por otra parte, el progreso de la sociedad hasta nuestros días, ha permitido que hoy exista la posibilidad de estar conectados con cualquier persona del mundo en tiempo real. También cualquier ciudadano puede encontrar la información solicitada cuestión de segundos.
   Es posible que parte de la sociedad esté evolucionando hacia una nueva especie de humanos que viven relacionándose con pantallas. A los que ya no les inquieta pensar en sí mismos por la falta de sosiego. Pero, afortunadamente, otra parte de la sociedad habrá a la que le seguirá interesando la reflexión, o le gustará dedicarse por completo a una sola actividad. De es parte de la sociedad surgirá la generación de intelectuales de nuestro tiempo.

Iago Pena Morado
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   Jordi Soler compara un momento del pasado con el tiempo actual para concretar cómo ha podido cambiar el concepto de educación: el ejemplo de la vida de Pierre de Montaigne, y la vida de la sociedad actual.
   Quizás nunca nadie se ha parado a pensar qué sucede para que los niños sean cada vez más inútiles y dependientes de aparatos y tecnologías que hace relativamente poco tiempo que existen. Se debería reflexionar sobre ello. Puede que sea por las vidas programadas de la sociedad actual, las comodidades que provocan que cada vez los seres humanos sean menos autónomos, que sean cada vez menos inteligentes y torpes para la resolución de ciertos problemas de la vida cotidiana.
   Uno de los factores más determinantes en la educación es el proyecto educactivo de los padres. Son muchos los que apuntan a sus hijos a diez actividades extraescolares semanales, con la excusa de que así estarán entretenidos. El día que esos niños no tengan esa actividad, se encontrarán en casa, con la angustia de no saber qué hacer, descubriendo su dependencia de la actividad física y el movimiento.
En la actualidad, tal y como dice Jordi Soler, las personas estamos irradiadas por múltiples estímulos que no permiten que nos centremos en una única actividad.
Antiguamente esto no sucedía, fundamentalmente porque las nuevas tecnologías que nos persiguen, la televisión, la radio... no existían.  Un ejemplo extremo es el de Pierre de Montaigne, un hombre francés del siglo XVI, que le inculcó a su hijo Michel una severa educación. Michel comenzó a escribir todo lo que le sucedía a lo largo del día, permitiendo así convertirse en un gran escritor de ensayos, reflexionar y conocerse a sí mismo. Ahora, discurrir y conocerse a uno mismo es difícil. Ya no existen las largas horas de silencio en las que solo escuchas tus pensamientos, ya que nos dispersamos y preferimos entretenernos y evadirnos con vídeos, redes sociales, actividades que no nos suponen ningún esfuerzo intelectual, a reflexionar sobre la vida y nuestras preocupaciones. A su vez, estamos continuamente influenciados por las opiniones de los demás, que no permiten que nos expresemos, vistamos o ser como nos gustaría porque está mal visto por la sociedad.

Por estos motivos, deberíamos en algunos momentos a lo largo del día, buscar tiempo, evadirnos del mundo y centrarnos en un único aspecto: escuchar música, leer un buen libro o, simplemente, cerrar los ojos y pensar en quienes somos, sin dejarnos influir por opiniones ajenas ni modas pasajeras.   Construir una sociedad exige meditar sobre el modelo que la generó para propiciar la aparición de las circunstancias idóneas que permitan que surja la sociedad en la que realmente se quiere vivir.

Alberto Fraga Seoane

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   Es cierto que se ha producido un gran cambio en la mentalidad de los niños del siglo XXI, niños que abusan de las tecnologías durante largas horas. A pesar de que es mucha la gente que lo celebra como un ejemplo de progreso, todo lo que aporta esta transformación no es completamente positivo.
   Los niños contemporáneos han crecido rodeados de nuevas tecnologías que consideran imprescindibles. Pero éste no es el problema, lo que verdaderamente importa es el abuso que hacen de ellas en cualquier momento del día, ya sea mirar durante todo el día la televisión o incluso estudiar con música, lo que produce, por lo general, grandes dificultades de concentración, que pueden explicar el bajo rendimiento académico.
   No obstante, cuesta creer que este siglo no propiciará la aparición de grandes intelectuales. Antiguamente, todos los niños carecían de nuevas tecnologías; también muchos de ellos no conseguían concentrarse y aprovechar su tiempo de estudio. Actualmente, todos los niños cuentan con todo tipo de tecnologías en sus domicilios. No todos malgastan su tiempo, sin lograr hacer en él algo productivo.
   El cambio que se ha producido en la mentalidad de los niños contemporáneos, como cualquier otro cambio, acarreará un nuevo modelo en el que será fácil señalar virtudes y defectos.

Nerea García Vázquez

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