Aún no me había acostumbrado a la vida en el nido, cuando mi
madre me despertó una mañana , junto con mis hermanos y nos dijo que echáramos
a volar. Mis hermanos no eran muy agradables, ni tampoco mi madre.
Estaba muy asustado , pues no sabía qué hacer. Había observado
muchas veces a los demás pájaros cuando desplegaban sus alas, y como por arte
de magia se elevaban en el cielo. Pero tenía verdadero terror al pensar en
caerme. Uno tras otro mis hermanos planearon sobre mi cabeza. Sin embargo,
cuando fue mi turno, el miedo hizo que cayese sobre unas ramas, que si no fuera
porque el azar quiso que me sujetasen, no contaría el cuento que ahora relato.
Desconsolado, dolorido y humillado por las burlas de mi madre y mis hermanos,
decidí seguir a pie por el bosque. Tenía mucho miedo, ya que había diversos
animales mucho más grandes que yo, ante los que me encontraba indefenso. De
repente el sonido de un canto familiar me llegó a los oídos como verdadera
música. Sí, era el canto de un jilguero, quizá él me ayudaría. Avancé
rápidamente entre los matorrales y vi a uno no, sino montones de pájaros con el
inconfundible plumaje rojo, negro, amarillo, marrón y el antifaz de los
jilgueros, pero tan solo uno hablaba, era más grande y mayor que los que lo
rodeaban que eran de mi edad. Aquella pequeña comunidad me recibió abiertamente
eran muy agradables e inteligentes, sobre todo el mayor, que escuchaba nuestros
problemas. Cuando oí, que les instruía para su primer vuelo, no dudé en
quedarme, nos relataba historias de pájaros de todas las especies que volaban,
historias de humanos que fracasaban al intentar imitarnos, de Ícaro, el hombre
que se quemó con la luz del sol, al volar imitando a los pájaros. Entre otras
muchas más historias y anécdotas, nos dijo que los pájaros estábamos hechos
para volar, y que si no lo intentábamos o fallábamos por miedo, era que no lo
habíamos intentado de verdad. Después de muchos intentos y moratones, se reunió
conmigo durante la noche, y me contó la única historia de la que no era
protagonista un pájaro. Me habló de un lugar cercano al bosque al que la única
manera de acceder, era volando "No es comparable con nada que hayas
visto" prosiguió "Es igual que un bello espejo, en el que nos vemos
de verdad, una superficie lisa que podemos atravesar, un portal a otro
mundo..." Quedé tan embelesado con sus palabras que a la mañana siguiente,
me levanté con el sol, respiré hondo, cerré los ojos, y me dejé caer. Cuando
los abrí, recorría el espacio a pocos metros del suelo, con una sensación
indescriptible, me elevé más alto, entre árboles y árboles, me sentía libre y
con fuerzas. Y entonces lo vi, el espejo, el portal a otro mundo, más bonito
que en la descripción del jilguero viejo. No lo pensé dos veces... volé y
volé... sin saber a dónde... simplemente... volé.
Julia
Nieto Mantiñán 2º ESO
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