Héroes astutos como Ulises, torturados como Aquiles o Edipo, víctimas de la ilusión como Héctor, proféticos como Jesucristo o Mahoma, poderosos como Julio César, desproporcionados como el Cid, del amor como Tristán e Iseo, individualistas como Lanzarote, heroínas visionarias como Juana de Arco, héroes descubridores como Colón, aventureros como el capitán Contreras, viajeros como el capitán Burton, infantiles como Alicia. Antihéroes quijotescos como don Quijote, vengativos como Hamiet, pícaros como el Lazarillo de Tormes, héroes megalómanos como el doctor Fausto, insustanciales como Emma Bovary, tristes como Bartleby, desorientados como Henry Fieming, despiertos como Jacob von Gunten, predestinados como Joseph K., suicidas como la señorita Elsa, desapegados como Mersault, punzantes como Holden Cauldfield, irónicos como Phillip Marlowe, vacuos como Jeróme y Sylvie, inmigrantes como Momo, malogrados como Wertheimer, descontrolados como Henry Chinaski, solitarios como Pedro. .. En cascada van cayendo los nombres de más y más héroes y antihéroes, reales o imaginarios, que viven en nuestra memoria gracias a la lectura de unos libros que se resisten a quedarse anclados en el pasado.
Héctor, el Cid, Henry Fieming y Bartleby nos han permitido que les acompañemos por las páginas de este libro, aunque se hayan resistido a confesarnos todos sus secretos. Por algo son inmortales. Las luchas que despliegan los cuatro personajes, que determinan su destino, son de distinto signo y también difieren sus resultados. Lo que les une a todos ellos es que su pugna atesora una carga épica que define su existencia y les permite adquirir la categoría de héroes o de antihéroes. Ahora, con esa sensación de melancolía que acompaña a todo lo que acaba, me pregunto qué será del héroe y del antihéroe literarios, hacia dónde se dirigirán. Creo que el héroe es una respuesta que satisface a la sociedad y a su moral y que, por lo tanto, cambiará en lo circunstancial, pero siempre seguirá bajo el yugo del triunfo. Indefectiblemente, al final del camino le espera la gloria. Pero, como necesita de la aquiescencia del lector, su ideario siempre será discutible. ¿Y el antihéroe? Al antihéroe le siento cercano porque siempre será un extranjero de su tiempo y se puede permitir el error. Supongo que nacerá de la tensión entre la defensa de los valores locales y supranacionales, entre la influencia de la tradición y el atractivo de la novedad, entre la incapacidad de asimilación y el deseo de conocer, y que nos hablará de lo de siempre con una voz original con la que reinventará el mundo. Yo, al menos, imagino dos tipos de antihéroes. Uno, aquel hombre anónimo que defiende su posición a muerte para proteger su memoria y su futuro, y que sólo se mueve para acceder a lo que es capaz de asimilar, enfrentado a una sociedad despersonalizada cuya velocidad de evolución margina al individuo. El otro es un hombre anónimo y paradójico que se lanza al vacío del futuro con una sonrisa prudente, armado de escepticismo y cuya mirada irradia una luz de esperanza de la que desconozco la causa. Suerte a los dos y a los otros que vengan.
NICOLÁS CASARIEGO CÓRDOBA, Héroes y antihéroes, Anaya, Madrid, 2000, pp. 105-106.
No hay comentarios:
Publicar un comentario