Es raro el día que no me cruzo con turistas. No bien atravieso el portal de mi casa, esa gente que viaja por placer, según nos enseña el María Moliner que es un turista, me encuentro con ellos. Los veo en frente de mi domicilio, deslumbrados por el skyline de Barcelona. Se sientan en unos bancos diseñados para hacerles más próximos la línea del horizonte, como si pudieran tocarlo. O como si pudieran beberse el mar que divisan. También es raro el día en que no me preguntan algo. Dado que mi vivienda está en el trayecto que tienen que hacer para llegar al Parc Güell, se me acercan con sus planos desplegados. Algo desorientados me preguntan por el camino exacto que los lleve hasta Gaudí. A veces me da por pensar que lo hacen, no tanto por mi asesoramiento callejero, como por ganas de hablar con algún lugareño. Trato de ser escueto y eficaz en mis referencias, pero cuando los veo que se me quedan mirando como si lamentaran que todo acabe ahí, es cuando les pregunto de dónde vienen. Unos son de Bremen. Otros de Kioto. No faltan de Buenos Aires.
JOSÉ ERNESTO AYALA-DIP, El País, 7 de enero de 2015.
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