La polémica que ha rodeado el lanzamiento mundial de la nueva píldora que promete levantar el deseo sexual de las mujeres premenopáusicas no está en absoluto injustificada. Hay quienes la consideran el medicamento más revolucionario para la salud sexual de las mujeres después de la píldora anticonceptiva, y quienes afirman que no debería haberse aprobado porque su eficacia es dudosa y son más los riesgos que los beneficios. En primer lugar, que no tiene nada que ver con el Viagra. La sildenafilo del Viagra actúa sobre el sistema vascular, facilitando el aporte de sangre al miembro masculino y con ello, la erección. En el caso de la flibanserina, no incide sobre el sistema vascular vaginal, que sería el equivalente, sino sobre el cerebro, potenciando e inhibiendo ciertos neurotransmisores que intervienen en muchos procesos vitales. En concreto, aumenta los niveles de dopamina y norepinefrina y disminuye los de dopamina. Para que el Viagra tenga efecto basta con tomarlo poco antes de la relación sexual, mientras que la píldora rosa se ha tomar durante semanas y hasta meses antes de que surta “algún efecto”. La cuestión crucial es determinar en qué casos el fármaco está indicado y, sobre todo, en qué casos el beneficio compensa el riesgo. Porque la píldora rosa tiene importantes efectos adversos.
No es, pues, difícil deducir que estamos ante un nuevo capítulo de la estrategia que desde hace algún tiempo siguen las farmacéuticas para promover sus productos, especialmente cuando las ventajas no están del todo claras. Consiste en vender primero la enfermedad y luego el fármaco. Se trata de crear primero conciencia de que existe una necesidad no atendida, ofrecer la solución y promover una demanda social de tratamiento mediante la movilización de médicos y pacientes. Con esta estrategia se han logrado dianas comerciales tan exitosas como la de la píldora de la timidez (paroxetina), que se lanzó en 1992 para el “síndrome de ansiedad social”, la del antidepresivo Prozac (fluoxetina), que sigue tomándose muy por encima de las necesidades reales, o el propio Viagra, en cuyo lanzamiento se llegó a decir que el 70% de los hombres de más de 50 años sufría disfunción eréctil. Parece claro que ha cambiado el paradigma. Si antes era “enfermedad en busca de tratamiento”, ahora estamos en el de “tratamiento en busca de enfermedad”.
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