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martes, 8 de enero de 2013

LOS TRES MOSQUETEROS, Alejandro Dumas




   Durante este tiempo, el huesped, que no dudaba de que era la presencia del muchacho lo que echaba al desconocido de su hosteria, habia subido a la habitacion de su mujer y habia encontrado a D’Artagnan dueño por fin de sus sentidos. Entonces, tratando de hacerle comprender que la policia podria jugarle una mala pasada por haber ido a buscar querella a un gran señor —porque, en opinion del huesped, el desconocido no podia ser mas que un gran señor—, le convencio para que, pese a su debilidad, se levantase y prosiguiese su camino. D’Artagnan, medio aturdido, sin jubon y con la cabeza toda envuelta en vendas, se levanto y, empujado por el hostelero, comenzo a bajar; pero al llegar a la cocina, lo primero que vio fue a su provocador que hablaba tranquilamente al estribo de una pesada carroza tirada por dos gruesos caballos normandos.
    Su interlocutora, cuya cabeza aparecia enmarcada en la portezuela, era una mujer de veinte a veintidos años. Ya hemos dicho con que rapidez percibia D’Artagnan una fisonomia; al primer vistazo comprobo que la mujer era joven y bella. Pero esta belleza le sorprendio tanto mas cuanto que era completamente extraña a las comarcas meridionales que D’Artagnan habia habitado hasta entonces. Era una persona palida y rubia, de largos cabellos que caian en bucles sobre sus hombros, de grandes ojos azules languidos, de labios rosados y manos de alabastro. Hablaba muy vivamente con el desconocido.
    —Entonces, su eminencia me ordena… —decia la dama.
    —Volver inmediatamente a Inglaterra, y avisarle directamente si el duque abandona Londres.
    —Y ¿en cuanto a mis restantes instrucciones? —pregunto la bella viajera.
    —Estan guardadas en esa caja, que solo abrireis al otro lado del canal de la Mancha.
    —Muy bien, ¿que hareis vos?
    —Yo regreso a Paris.
    —¿Sin castigar a ese insolente muchachito? —pregunto la dama.
    El desconocido iba a responder; pero en el momento en que abria la boca, D’Artagnan, que lo habia oido todo, se abalanzo hacia el umbral de la puerta.
    —Es ese insolente muchachito el que castiga a los otros —exclamo—, y espero que esta vez aquel a quien debe castigar no escapar como la primera.
    —¿No escapar? —dijo el desconocido frunciendo el ceño.
    —No, delante de una mujer no osariais huir, eso presumo.
    —Pensad —dijo Milady al ver al gentilhombre llevar la mano a su espada—, pensad que el menor retraso puede perderlo todo.
    —Teneis razon —exclamo el gentilhombre—; partid, pues, por vuestro lado; yo parto por el mio.
    Y saludando a la dama con un gesto de cabeza, se abalanzo sobre su caballo, mientras el cochero de la carroza azotaba vigorosamente a su tiro. Los dos interlocutores partieron pues al galope, alejandose cada cual por un lado opuesto de la calle.
    —¡Eh, vuestro gasto! —vocifero el hostelero, cuyo afecto a su viajero se trocaba en profundo desden al ver que se alejaba sin saldar sus cuentas.
  —Paga, bribon —grito el viajero, siempre galopando, a su lacayo, el cual arrojo a los pies del hostelero dos o tres monedas de plata, y se puso a galopar tras su señor.
  —¡Ah, cobarde! ¡Ah, miserable! ¡Ah, falso gentilhombre! —exclamo D’Artagnan lanzandose a su vez tras el lacayo.
   Pero el herido estaba demasiado debil aun para soportar semejante sacudida. Apenas hubo dado diez pasos, cuando sus oidos le zumbaron, le domino un vahido, una nube de sangre paso por sus ojos, y cayo en medio de la calle gritando todavia:
  —¡Cobarde, cobarde, cobarde!
   —En efecto, es muy cobarde —murmuro el hostelero aproximandose a D’Artagnan, y tratando mediante esta adulacion de reconciliarse con el pobre muchacho, como la garza de la fabula con su limaco nocturno.
  —Si, muy cobarde —murmuro D’Artagnan—; pero ella, ¡que hermosa!
  —¿Quien ella? —pregunto el hostelero.
  —Milady —balbuceo D’Artagnan.


  1. Repón las tildes desaparecidas.
  2. Sitúa este fragmento en el conjunto de la historia.
  3. Resume la historia.
  4. Desarrolla el tema: Función poética y literatura.
  5. Desarrolla el tema: El texto y sus tipos. Detalla las características del tipo de texto escrito por Alejandro Dumas.
  6. Busca en el texto dos ejemplos de unidades simples y dos ejemplos de unidades que presenten recursividad.
  7. Analiza las oraciones siguientes señalando las funciones sintácticas oracionales. [2 puntos]:
  • La tibia luz de esta noche es perfecta para el crimen final.
  • Le habían encargado un desenlace impactante.
  • Pensaba en un final imprevisto.
  • Fue asesinado en su habitación ante la mesa de su escritorio.
  • ¿Quién es ella?
  • El mosquetero se abalanzó sobre el caballo.
  • Esta novela me la prestó muy contento mi amigo Javier durante las vacaciones.
  • En esta historia hay varios personajes principales.
  1. Identifica el tipo de unidad y función desempeñada en la unidad superior por los elementos subrayados en el texto, siguiendo el modelo, línea 1 Durante (preposición en función de DIRECTOR de frase preposicional).

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