De pequeño tuve una caja de zapatos que llegó a ser mi juguete
preferido, entre otras cosas porque no tenía otro. Pero envejeció más
deprisa que los zapatos que había llevado dentro, de manera que a mi
caja se le cayó un día la primera a y se quedó en una cja, que así, a
primera vista, parece un juguete yugoslavo. Busqué entre las
herramientas de mi padre una a de repuesto, pero no había ninguna y tuve
que sustituirla por una o. De este modo, sin transición, tuve que
olvidar la caja para hacerme cargo de una coja, lo que es tan duro como
pasar directamente de la niñez a los asuntos. Jugué mucho con aquella
coja, todavía la recuerdo, pero se fue haciendo mayor también y un día
se le cayó la jota. Hay quien piensa que las vocales se estropean antes
que las consonantes, pero yo creo que vienen a durar más o menos lo
mismo. El caso es que tampoco encontré entre los tornillos de mi padre
una jota en buen uso, así que la sustituí por una pe que estaba
prácticamente sin estrenar. La coloqué en el lugar de la jota y me salió
una copa estupenda, con la que he bebido de todo hasta ayer mismo, que
se me cayó al suelo y se rompió. A decir verdad, se rompió justamente
por la pe, y como es muy antigua no he encontrado en ninguna ferretería
una igual. Ayer fui a casa de mis padres, y después de mucho rebuscar en
el trastero di con una ese que no desentona con el conjunto. O sea, que
ahora tengo una cosa, pero no sé qué hacer con ella. La caja, la coja y
la copa eran muy útiles para guardar secretos, jugar o emborracharse.
Pero la cosa me da miedo; además, la escondí en el bolsillo interior de
la chaqueta, de manera que desde ayer tengo una cosa aquí, en el pecho,
que me llena de angustia. Lo peor de todo es que, como no sé qué es,
tampoco sé cómo se rompe. Qué vida, ¿no?
&
Masai Yamamoto
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