Además de obsoleto, el término “genios” es excluyente, dado que no se considera que las mujeres puedan adquirir tal condición. Las mujeres podemos ser musas y ya se va sabiendo que muchas musas fueron en realidad las autoras de las obras de los “genios”, que en el estudio y la intimidad las cosas se complican mucho —piensen en Rodin y Claudel, por poner el ejemplo más manoseado del genio productivo y su supuesta musa triste—.
La imposibilidad última de ser encumbradas en la genialidad no es nada nuevo. La tan comentada disputa sobre la imposible genialidad de las mujeres se reaviva a finales del siglo XIX, capitaneada por Otto Weininger y sus reflexiones a propósito de la falta de memoria de las mujeres al carecer de autoconciencia —de alma—, y por Nietzsche, cuyas ideas se inscriben dentro del debate finisecular sobre “genio”, degeneración y mujer. Es entonces, y al hilo de las primeras manifestaciones de las “nuevas mujeres” —esas jóvenes que perseguían formas de vida alternativas, más libres—, cuando se reescribe también la noción de musa que pierde parte de su genealogía clásica —la que inspira— y abre un nuevo camino de silencios que, sin duda, se organiza en torno al temor causado por las
posiciones que las mujeres van ganando en ese momento histórico. No es de extrañar que Nietzsche elimine a las mujeres hasta de ese papel de inspiradoras que históricamente se les atribuye.
Ya a mediados del siglo XX el poeta Wallace Stevens niega explícitamente la naturaleza femenina de la musa: “Ya no tengo que creer que hay una musa mística, hermana del Minotauro. Ese es otro de los monstruos que me alimentaron, que he agotado”, escribe.
Mejor así. Fuera musas y fuera “genios”, papeles absurdos y obsoletos. Y fuera “genias”,
naturalmente, que nadie quiere reproducir los malos hábitos del discurso de autoridad.
ESTRELLA DE DIEGO, ¿Los genios y sus musas?, Babelia, 28 de enero de 2015. [adaptación]
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Es un hecho que la genialidad siempre ha terminado atribuyéndose al sector masculino y más cuánto más atrás se viaja en el tiempo. Por otra parte se considera que el papel de la mujer ha sido inspirar esa genialidad en muchos casos. De nuevo términos como musa y genio recuerdan que la igualdad no ha sido nunca predominante en las sociedades humanas y que a pesar de haber avanzado, hombres y mujeres continúan sin tener el mismo reconocimiento.
A pesar de hacer esta observación y considerar que ambos términos, genio y musa, son una muestra de desigualdad, cambiando ligeramente el significado que se les ha sido otorgado, son dos palabras hermosas, dos sustantivos adjectivizados que inundan la mente con ideas como arte o ciencia. Puede parecer absurdo, pero, si por un momento, se dejase de contemplar el género de ambas palabras y se eliminase ese matiz que las encasilla en lo femenino o lo masculino, resultan dos términos libres de ningún condicionante sexual.
Teniendo en cuenta este pequeño cambio de significado , un genio sería un ser humano, independientemente de su aparato reproductor, que consigue plasmar en su obra algo que culmina en genialidad. Una musa sería de nuevo un ser humano de cualquiera de los dos sexos que inspira la genialidad del genio. Es coherente creer en los genios y en las musas, en la genialidad y en la inspiración, lo que debería eliminarse es la asociación que la sociedad hace de ellos a un determinado papel masculino o femenino.
Si se olvidase ese significado alegórico que tan asentado está a nivel social y el género no fuese relevante en estas palabras, al igual que silla es femenino y felpudo masculino, sin que ésto condicione su definición, las musas y los genios respetarían la tan ansiada y perseguida igualdad.
Eliminar estos dos términos de los diccionarios no es la solución, la solución es adaptarlos, como se ha hecho con muchas otras palabras al siglo XXI, siglo en el que se cree una sociedad en la que la persona y sus cualidades sean lo que realmente contabilice, en la que un hombre inspire a otro hombre, una mujer a otra mujer, un hombre a una mujer o una mujer a un hombre, teniendo como única meta la creación de genialidad con su tantas veces indispensable flujo de inspiración.
Lucía Regueiro
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