La señora Bonnard se detuvo un momento para recuperar el aliento. Venía corriendo desde la plaza y su cuerpo rechoncho no estaba acostumbrado a semejante ritmo. Se disponía a reanudar su apresurada carrera cuando oyó una voz tras ella:
—¡Régine! ¡Régine!
La señora Bonnard, algo contrariada, esperó a que la señora Lavoine llegara a su altura.
—¿Dónde vas tan deprisa, Régine? ¿No vienes hoy al mercado?
—Cómo, Marie… ¿no lo sabes? —La señora Bonnard fingió sorpresa—. ¿No has oído la noticia?
La señora Lavoine negó tímidamente. Sabía, como la que más, que la señora Bonnard siempre era la primera en enterarse de todos los chismes. Pero la pequeña y sumisa señora Lavoine era demasiado ingenua como para darse cuenta de que, además, su amiga disfrutaba dejando patente la ignorancia de sus vecinas en materia de novedades, y que le encantaba ser la fuente de información de todas las comadres de Beaufort. Por eso aceptó su papel en el juego de la señora Bonnard; por eso, y porque también ella quería saber qué era aquello tan importante que hacía correr y resoplar a su obesa compañera.
—No, ¿de qué se trata?
—No lo adivinarías…
La señora Bonnard miró a la señora Lavoine, saboreando el momento.
—Cuenta, cuenta…
—¿Te doy una pista?
—¡Oh, Régine, no seas mala! ¡Sabes que no se me dan bien los acertijos! Por favor, me muero de curiosidad…
La señora Bonnard pareció darse por satisfecha. Se llevaba bien con la señora Lavoine porque ésta no solía cuestionar su autoridad. En su lugar, la señorita Dubois, e incluso la señora Buquet, le habrían respondido con un desplante. Pero la señora Lavoine era la confidente perfecta: sabía escuchar sin interrumpir y, por lo general, creía todo lo que le contaban.
La señora Bonnard sonrió. Reanudó la marcha calle arriba, a un ritmo más calmado, y la señora Lavoine se apresuró a colocarse a su lado. La señora Bonnard apoyó la mano en el brazo de su compañera, en señal de confianza.
—Marie, no vas a creerlo —comenzó, en un tono altamente apropiado para compartir chismes; hizo una pausa muy teatral y la señora Lavoine la miró, expectante, pero finalmente lo soltó—: ¡Isabelle ha vuelto a Beaufort!
La noticia no causó el efecto que la señora Bonnard había esperado. Su amiga se mantuvo con el semblante inexpresivo...
LAURA GALLEGO, EDITORIAL EDEBÉ
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