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miércoles, 9 de diciembre de 2015

PENSAMIENTO Y CULTURA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX. EL REALISMO Y EL NATURALISMO


   A mediados del siglo XIX (antes en algunos países como Francia, más tarde en otros como España), pre­dominan ya en los medios artísticos los principios esté­ticos del Realismo. Se conoce con este nombre al movimiento cultural característico de una sociedad burguesa a la que no agradaban las fantasías idealistas ro­mánticas. Ello no quiere decir que pueda establecerse una separación tajante entre Romanticismo y Realis­mo, pues siguen perviviendo muchos rasgos románti­cos en el arte realista. De hecho, cuando éste apareció en Francia, era difícil distinguir por completo ambos movimientos, pues los autores románticos postreros y los pioneros realistas convivían en el mismo tiempo histórico. Así, Stendhal (1783-1842) publica El rojo y el negro en 1830 y La cartuja de Parma en 1839; las noventa y una novelas que componen La comedia hu­mana de Balzac (1799-1850) aparecen entre 1830 y 1847; Madame Bovary de Flaubert (1821-1880) se edi­ta en 1857; mientras que un escritor considerado ro­mántico como Víctor Hugo (1802-1885) publica Nues­tra Señora de París en 1831 y Los miserables en fecha tan tardía como 1862. En realidad, el Realismo surge en principio por depuración o mera desaparición de los elementos románticos más idealistas. Sólo más tarde, por la influencia de las ideas filosóficas y científicas de la época, la oposición entre el Realismo y el Romanticismo se hará más nítida.
   La filosofía propia de la sociedad burguesa decimo­nónica es el positivismo, para el que no existe otra rea­lidad que los hechos perceptibles ni es posible otra in­vestigación que no sea la del estudio empírico de esos hechos o de las relaciones existentes entre ellos. Se en­tiende por hecho un estado de cosas que puede captar-se por los sentidos y ser comprobado empíricamente. La observación rigurosa y la experiencia son los ins­trumentos básicos de la filosofía positivista. Estos prin­cipios, que están en la base del desarrollo de las cien­cias y de las técnicas, fueron formulados de forma sistemática por el filósofo francés Auguste Comte en obras como el Curso de filosofía positiva (1839-1842). El nuevo método experimental (observación-hipótesis-experimentación) fue expuesto por el fisiólogo francés Claude Bernard en su Introducción al estudio de la medicina experimental (1865). Enorme importancia tie­ne el evolucionismo o darwinismo, propuesto por el naturalista inglés Charles Darwin —El origen de las es­pecies (1859), El origen del hombre (1871)—, según el cual los diversos seres vivos resultan de la evolución y selección natural de aquéllos mejor adaptados al medio ambiente, a través de la lucha por la supervivencia y gracias a la transmisión de los caracteres por la heren­cia. Por esos años, en 1866, el botánico austríaco Gre­gor Mendel había descubierto las leyes de la herencia biológica. Especial influjo alcanza, en fin, el marxis­mo. En El capital, Karl Marx estudia sistemáticamente la sociedad capitalista, a la que ve sujeta también a unas leyes específicas. Desde principios materialistas, Marx afirma que el motor del desarrollo histórico es la lucha de clases sociales y explica así las causas de las revolu­ciones burguesas y las contradicciones de la nueva so­ciedad capitalista, contradicciones que propician nue­vas revoluciones, en este caso proletarias. La filosofía marxista, por tanto, no se limita a interpretar el mundo, sino que propone transformarlo, lo que explica que el marxismo se convirtiera en la ideología predominante en los movimientos obreros de fin de siglo.

Emile Friant

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