Dédalo, el ateniense, un herrero de talento
extraordinario al que habían enseñado Atenea y Hefesto, tenía envidia de
su sobrino Talo, así que lo mató.
Talo, aunque sólo tenía doce años, había inventado la sierra, herramienta que hizo de bronce, copiando los dientes de una serpiente. Para escapar de la horca, Dédalo huyó hasta Creta, donde el rey Minos, hijo de Europa, le dio la bienvenida. Dédalo, que se casó con una chica cretense con la que tuvo un hijo llamado Ícaro, fabricó para Minos todo tipo de estatuas, muebles, máquinas, armas, corazas y juguetes para los niños de palacio. Pasados algunos años, Dédalo solicitó un mes de vacaciones a Minos y éste le contestó: «¡Por supuesto que no!», así que entonces Dédalo decidió escapar.
Vio que era inútil robar una barca para huir, porque los rápidos buques de Minos lo atraparían enseguida, así que construyó, para él y para Ícaro, dos pares de alas, para atárselas a los brazos. Sujetó las plumas grandes a un armazón y pegó las pequeñas con cera de abeja. Después de colocarle las alas a Ícaro, Dédalo le advirtió:
—Ten cuidado de no volar demasiado bajo, porque te mojarías con el mar; y tampoco debes hacerlo muy alto, pues te acercarías excesivamente al Sol.
Dédalo despegó e Ícaro lo siguió; pero, al poco rato, Ícaro se elevó tan cerca del Sol que la cera se derritió y las plumas se despegaron, Ícaro perdió altura, cayó al mar y se ahogó.
Dédalo enterró el cuerpo de su hijo en una pequeña isla, llamada más tarde Icaria, donde el mar lo había dejado. Después, muy triste, voló hasta la corte del rey Cócalo, en Sicilia. Allí, pidió a los sicilianos que no revelaran su escondite, puesto que Minos lo perseguía en barco. Mientras, el astuto Minos elaboró un plan: cogió una gran concha de tritón y ofreció una bolsa de oro como recompensa a quien pudiera pasar un hilo de lino a lo largo de todo el tubo espiral de la caracola, hasta que saliera por el pequeño agujero de la punta. Cuando llegó a palacio, Cócalo, ansioso por ganar la recompensa, entregó la concha a Dédalo y le pidió que resolviera el problema.
—Es fácil —dijo Dédalo—. Ata un hilo de tela de araña a la pata trasera de una hormiga; pon la hormiga dentro de la concha, y unta con miel el agujero de la punta. La hormiga olerá la miel y avanzará por la espiral para buscarla. En cuanto aparezca, la coges, atas un cabello de mujer en el extremo del hilo de araña y tiras de él con cuidado. Después, ata el hilo de lino en la punta del
cabello y tira también de él.
Cócalo siguió su consejo y, después, visitó a Minos.
Minos, al ver la concha con el hilo en su interior, le dio el oro y le dijo muy serio:
—Sólo Dédalo puede haber pensado en esto. Quemaré tu palacio si no me lo entregas.
Cócalo le prometió hacerlo e invitó a Minos a tomar un baño caliente en la nueva sala de baños construida por Dédalo. No obstante, las hijas de Cócalo, para salvar a su amigo Dédalo —que les había regalado unas bonitas muñecas, con brazos y piernas móviles—, vertieron agua hirviendo por la tubería de la sala de baños y escaldaron a Minos hasta su muerte. Cócalo afirmó que Minos había muerto por accidente, al resbalar y caer en la bañera, antes de que pudieran añadir el agua fría. Y, por suerte, los cretenses creyeron su historia.
Talo, aunque sólo tenía doce años, había inventado la sierra, herramienta que hizo de bronce, copiando los dientes de una serpiente. Para escapar de la horca, Dédalo huyó hasta Creta, donde el rey Minos, hijo de Europa, le dio la bienvenida. Dédalo, que se casó con una chica cretense con la que tuvo un hijo llamado Ícaro, fabricó para Minos todo tipo de estatuas, muebles, máquinas, armas, corazas y juguetes para los niños de palacio. Pasados algunos años, Dédalo solicitó un mes de vacaciones a Minos y éste le contestó: «¡Por supuesto que no!», así que entonces Dédalo decidió escapar.
Vio que era inútil robar una barca para huir, porque los rápidos buques de Minos lo atraparían enseguida, así que construyó, para él y para Ícaro, dos pares de alas, para atárselas a los brazos. Sujetó las plumas grandes a un armazón y pegó las pequeñas con cera de abeja. Después de colocarle las alas a Ícaro, Dédalo le advirtió:
—Ten cuidado de no volar demasiado bajo, porque te mojarías con el mar; y tampoco debes hacerlo muy alto, pues te acercarías excesivamente al Sol.
Dédalo despegó e Ícaro lo siguió; pero, al poco rato, Ícaro se elevó tan cerca del Sol que la cera se derritió y las plumas se despegaron, Ícaro perdió altura, cayó al mar y se ahogó.
Dédalo enterró el cuerpo de su hijo en una pequeña isla, llamada más tarde Icaria, donde el mar lo había dejado. Después, muy triste, voló hasta la corte del rey Cócalo, en Sicilia. Allí, pidió a los sicilianos que no revelaran su escondite, puesto que Minos lo perseguía en barco. Mientras, el astuto Minos elaboró un plan: cogió una gran concha de tritón y ofreció una bolsa de oro como recompensa a quien pudiera pasar un hilo de lino a lo largo de todo el tubo espiral de la caracola, hasta que saliera por el pequeño agujero de la punta. Cuando llegó a palacio, Cócalo, ansioso por ganar la recompensa, entregó la concha a Dédalo y le pidió que resolviera el problema.
—Es fácil —dijo Dédalo—. Ata un hilo de tela de araña a la pata trasera de una hormiga; pon la hormiga dentro de la concha, y unta con miel el agujero de la punta. La hormiga olerá la miel y avanzará por la espiral para buscarla. En cuanto aparezca, la coges, atas un cabello de mujer en el extremo del hilo de araña y tiras de él con cuidado. Después, ata el hilo de lino en la punta del
cabello y tira también de él.
Cócalo siguió su consejo y, después, visitó a Minos.
Minos, al ver la concha con el hilo en su interior, le dio el oro y le dijo muy serio:
—Sólo Dédalo puede haber pensado en esto. Quemaré tu palacio si no me lo entregas.
Cócalo le prometió hacerlo e invitó a Minos a tomar un baño caliente en la nueva sala de baños construida por Dédalo. No obstante, las hijas de Cócalo, para salvar a su amigo Dédalo —que les había regalado unas bonitas muñecas, con brazos y piernas móviles—, vertieron agua hirviendo por la tubería de la sala de baños y escaldaron a Minos hasta su muerte. Cócalo afirmó que Minos había muerto por accidente, al resbalar y caer en la bañera, antes de que pudieran añadir el agua fría. Y, por suerte, los cretenses creyeron su historia.
Robert Graves
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